Sobre el nacionalismo (m¨¢s o menos) JAVIER CERCAS
Ya s¨¦ que voy a meterme en camisa de once varas, pero la verdad es que el art¨ªculo del se?or Joan B. Culla i Clar¨¤ (Nacionalistas, 23 de octubre de 1998), publicado en estas mismas p¨¢ginas, me ha puesto tan nervioso que me voy a permitir hacerle algunas consideraciones, aunque s¨®lo sea para tratar de aclararme o m¨¢s bien de tranquilizarme un poco. Dejemos de lado la invectiva que lanza contra Mario Vargas Llosa porque no voy a ser yo quien defienda sus ideas y porque el se?or Vargas Llosa ya es mayorcito y sabe defenderse solo (si es que le apetece o lo considera necesario, cosa que francamente dudo); uno puede estar o no de acuerdo con ¨¦l, pero si algo no puede reproch¨¢rsele a Vargas Llosa (y uno empieza ya a tener demasiadas cosas que reprocharle) es que no haya razonado hasta la saciedad su rechazo del nacionalismo como ideolog¨ªa trasnochada y nociva: no hace falta haber recorrido todos sus ensayos, ni siquiera esforzarse en acabar de leer todas las homil¨ªas neoliberales con que nos castiga casi cada domingo en este peri¨®dico (como algunos todav¨ªa hacemos buscando en ellas alg¨²n eco del magn¨ªfico articulista que fue y que ya s¨®lo accede muy de vez en cuando a ser) para haberlo advertido. Acusarlo de "la criminalizaci¨®n, la abominaci¨®n del contrincante en t¨¦rminos apocal¨ªpticos", bas¨¢ndose para ello en unas supuestas declaraciones recogidas por el bol¨ªgrafo azaroso de un gacetillero, me parece por lo menos una frivolidad. Pero no es a eso a lo que iba. Se pregunta usted si Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar, Jos¨¦ Borrell, Ricardo S¨¢enz de Ynestrillas, Aleix Vidal-Quadras, Juan Carlos Rodr¨ªguez Ibarra y no s¨¦ cu¨¢ntos pol¨ªticos m¨¢s son nacionalistas. Usted mismo se responde: s¨ª. Tiene toda la raz¨®n. Pero ah¨ª est¨¢ el detalle, como dir¨ªa Cantinflas. Como todo el mundo sabe, y usted mejor que nadie, que para eso es catedr¨¢tico de historia y hasta a lo mejor ha le¨ªdo a sir Isaiah Berlin, el nacionalismo es una ideolog¨ªa que se inventan los rom¨¢nticos y que se basa en la idea de que existe un alma de los pueblos que recorre la historia, inmutable y eterna, y por tanto ahist¨®rica. Los pueblos son y ser¨¢n siempre, se quiera o no. Por eso no existen nacionalismos no esencialistas: en el fondo, todo nacionalista -tenga o no un Estado que avale su certeza- cree que el s¨¦ptimo d¨ªa, en vez de descansar, Dios cre¨® su naci¨®n. A estas alturas de la historia (y de la bibliograf¨ªa), no hay ninguna persona sensata que no se parta de risa ante semejantes ideas, que en su momento acaso tuvieran una utilidad y un sentido. Si el siglo XX nos ha ense?ado a desconfiar de la identidad individual como algo coherente y sin fisuras, ?c¨®mo demonios vamos a creer en una identidad colectiva, y encima inmutable y eterna? Pero usted sabe tan bien como yo que hay gente que cree en estas cosas, y sobre todo gente que las utiliza y hasta que hace su agosto con ellas, igual que sabe que han servido de combustible a los mayores incendios de la historia. Le voy a decir la verdad: a m¨ª, que no soy m¨¢s que un extreme?o catalanizado o un catal¨¢n que no acierta a dejar de ser extreme?o (o al rev¨¦s), puedo asegurarle que casi me repugnan tanto las flatulencias patri¨®ticas del se?or Pujol como las del se?or Rodr¨ªguez Ibarra. Es m¨¢s: no me extra?ar¨ªa que, antes de proferir sus respectivas soflamas, se llamaran por tel¨¦fono para acordar la estrategia que van a seguir; tontos no son: saben que su discurso se retroalimenta, lo que les ha permitido permanecer en el poder un mont¨®n de a?os y, si alguien no lo remedia, les permitir¨¢ seguir en ¨¦l todav¨ªa unos cuantos m¨¢s. Dice usted que, para solucionar muchos problemas, "bastar¨ªa con que los nacionalistas espa?oles se reconocieran a s¨ª mismos, sin complejos, como tales". Sinceramente, no veo yo qu¨¦ problema se solucionar¨ªa as¨ª, a no ser que quiera usted insinuar lo de que mal de muchos..., o que quiera recurrir al muy castizo: "?Pues anda que t¨²!". Dice usted tambi¨¦n que "el di¨¢logo es siempre un ejercicio laborioso, sobre todo cuando concierne a sentimientos, lealtades y pertenencias". Pero, se?or Culla, o yo ando muy equivocado o esa es una de las pocas cosas sobre las que no se puede razonar: uno siente lo que siente y es leal a lo que le da la gana, y sanseacab¨®. Y ah¨ª precisamente radica el otro detalle: en que cuando se habla de nacionalismo se habla siempre de sentimientos, y no de razones, y ya se sabe que los sentimientos est¨¢n muy bien en la vida y quiz¨¢ en la literatura, pero en pol¨ªtica, en el mejor de los casos, no sirven absolutamente para nada, y en el peor, para ser manipulados por gente sin escr¨²pulos. A esta altura de mi art¨ªculo ya se habr¨¢ dado usted cuenta de que no soy nacionalista. En realidad, estoy seguro de que usted tampoco lo es, al menos en los t¨¦rminos en que yo he tratado de definir a un nacionalista. A lo mejor lo que pasa es que usted es un independentista, que es cosa muy distinta. Y perm¨ªtame que me explique. Parece que ¨²ltimamente, con el asunto de la tregua de ETA, va a empezarse a poder discutir sobre autodeterminaci¨®n, independencia y cosas por el estilo. La noticia me parece magn¨ªfica, sobre todo porque quiz¨¢ sea una oportunidad ¨²nica para que podamos dar un poco de descanso a nuestras manos, agarrotadas de tanto usarlas para taparnos la nariz a causa de las continuas flatulencias patri¨®ticas y discursos acerca de si Espa?a es o no una naci¨®n (que es el tema m¨¢s tedioso que nadie haya podido inventar nunca, y cuya naturaleza intelectual linda con la de la angeolog¨ªa), y podamos empezar a hablar por fin de pol¨ªtica. Pero, que yo sepa, esto ¨²ltimo no lo ha hecho todav¨ªa casi nadie. Quiero decir que casi nadie ha hablado de cu¨¢les son las ventajas que tendr¨ªa para nosotros, como ciudadanos sujetos a unos deberes y unos derechos, una Catalu?a (o un Pa¨ªs Vasco) independiente, o una Catalu?a integrada del modo que sea en Espa?a: aunque en realidad sea lo ¨²nico que importa, nadie parece interesado en convencernos de que en una Catalu?a independiente (o integrada del modo que sea en Espa?a) los colegios dispondr¨¢n de los recursos de los que deben disponer, de que las bibliotecas dejar¨¢n de ser tercermundistas y las carreteras aut¨¦nticos mataderos, de que se va a conseguir que la convivencia entre dos lenguas sea m¨¢s fecunda que conflictiva, de que la justicia funcionar¨¢ como debe (o funcionar¨¢ a secas), de que podremos, en fin, vivir mejor; o sea: de que podremos darnos a la vida buena -lo que es casi lo mismo que darse la buena vida-. Sobre esto s¨ª se puede razonar, se?or Culla, pero parece que a casi nadie le interesa hacerlo. Y le aseguro otra cosa: yo, que pese a ser un extreme?o catalanizado o un catal¨¢n que no acierta a dejar de ser extreme?o (o al rev¨¦s) no soy como usted sabe una excepci¨®n en este pa¨ªs, sino m¨¢s bien la norma, estoy esperando a que pol¨ªticos, economistas y hasta, si a mano viene, catedr¨¢ticos de historia traten de convencerme con argumentos de las ventajas de una cosa o de la otra. Cr¨¦ame: me apuntar¨¦ a la mejor oferta. Ya s¨¦ que habr¨¢ quien diga que no tengo verg¨¹enza, ni sentimientos, ni nada de nada; puede que lleve raz¨®n, pero yo a eso le llamo sentido com¨²n. Porque uno puede ser razonablemente independentista, pero no acierto a ver c¨®mo se puede ser razonablemente nacionalista. No s¨¦ por qu¨¦, pero sospecho que en este punto estaremos de acuerdo. Y me tranquilizo bastante.
Javier Cercas es escritor.
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