Una interpretaci¨®n
Las elecciones vascas del domingo 25 de octubre se han saldado, en la interpretaci¨®n que est¨¢ prevaleciendo hasta ahora, con una tasa de cambio relativamente modesta. Es verdad que hay fuertes elementos de continuidad en sus resultados, cuando se comparan con su antecedente inmediato m¨¢s obvio, las elecciones del oto?o de 1994. En ese sentido, quienes esperaban o consideraban posible alguna suerte de Big Bang consecuente con el desvanecimiento (provisional) de la intimidaci¨®n del terror se encontrar¨¢n algo decepcionados. Sin embargo, la interpretaci¨®n que propongo es la de que los ingredientes de cambio en este proceso electoral son, al menos, tan importantes como los de continuidad.Dos an¨¢lisis de primera hora publicados en este diario, los de Javier Pradera e Imanol Zubero, interpretan los n¨²meros de la elecci¨®n en la clave predominante de la estabilidad del reparto entre el espacio nacionalista y aquel otro, sem¨¢nticamente m¨¢s disputado, que algunos llaman no nacionalista y otros constitucionalista. Es, sin duda, un ingrediente del resultado. Pero no me parece que sea un¨ªvoco en su interpretaci¨®n. Vistos los n¨²meros en una ¨®ptica que integre no s¨®lo la comparaci¨®n con los resultados auton¨®micos de 1994, sino tambi¨¦n con los de las generales de 1996, se pueden matizar algunas percepciones.
Porque, efectivamente, se ha se?alado que el incremento de la participaci¨®n es muy importante. Lo es. Tanto que, a la hora de analizar los saldos electorales, la referencia a 1994 (11 puntos porcentuales menos de participaci¨®n) se desdibuja y la comparaci¨®n con 1996 se hace m¨¢s pertinente. Y as¨ª es como podemos buscar claves de inteligibilidad algo distintas de las que se han manejado.
La primera es la de que los ¨²nicos dos partidos que inequ¨ªvocamente defienden la Constituci¨®n y el Estatuto, a saber, PP y PSE-PSOE, obtienen 150.000 votos m¨¢s que en 1994 (ganancia absoluta) y suponen 6 puntos porcentuales m¨¢s del reparto (ganancia relativa) al pasar de sumar el 31,5% al 37,5% del voto. De hecho, no se encuentran demasiado alejados de la cota de representaci¨®n que suman en las elecciones generales (41,9%). Y esa comparaci¨®n remite a un sensible amortiguamiento del doble patr¨®n de voto seg¨²n el tipo de elecci¨®n.
A su vez, los tres partidos que encarnan, tambi¨¦n de forma inequ¨ªvoca, la identidad nacionalista, desde su versi¨®n moderada a la hasta ahora violenta, es decir, PNV, EA y EH, crecen tambi¨¦n en t¨¦rminos absolutos, aunque lo hacen de forma m¨¢s modesta (100.000 votos entre los tres), pero pierden espacio electoral al pasar del 56,3% de hace cuatro a?os al 54,5% ahora. Con lo que, a nivel de este tipo de elecci¨®n, se reproduce la tendencia que, para las elecciones generales, dibuja la comparaci¨®n entre los resultados de estos partidos en 1993 y 1996: una contracci¨®n de su cuota electoral desde el 48,5% de 1993 al 45,6% de 1996.
Ahora bien, si hacemos jugar otro par¨¢metro de divisi¨®n, el que separa los partidos presentes en el Pacto de Estella-Lizarra (los partidos nacionalistas m¨¢s IU-EB) a los opuestos a aqu¨¦l, tendr¨ªamos que, mientras los primeros pierden m¨¢s de 5 puntos de espacio electoral, los segundos lo ganan.
Por tanto, incluso desde la ¨®ptica agregativa que los an¨¢lisis vienen privilegiando, los cambios relativos no son irrelevantes. Se?alan que en un contexto de alta movilizaci¨®n relativa, el nacionalismo parece haber tocado techo y que el espacio constitucionalista, en cambio, sale fortalecido electoralmente de la nueva situaci¨®n. Se discute ahora con buen sentido sobre el impacto que el incremento de la participaci¨®n ha supuesto sobre el reparto entre los bloques partidarios. Probablemente, en un contexto como ¨¦ste, con incentivos t¨¢cticos y estrat¨¦gicos para los dos bloques, sea m¨¢s dificil llegar a conclusiones un¨ªvocas. Pero est¨¢ claro que un nivel de participaci¨®n casi id¨¦ntico al de las elecciones generales implica en cierta medida una reconsideraci¨®n por parte de los electores no nacionalistas de la importancia de esta arena de competici¨®n, y especialmente con expectativas tan amplias como las que la tregua ha abierto.
Pero es obvio que el an¨¢lisis electoral tiene otras dimensiones, las que ata?en a la suerte individual que han corrido los partidos que se adscriben a cada uno de los espacios dibujados por el eje nacionalismo-no nacionalismo y que, a su vez, los distribuye en otro eje convencional, el eje izquierda-derecha, cuya relevancia como factor de orientaci¨®n del comportamiento electoral queda oscurecida por el anterior.
Desde este punto de vista, los datos m¨¢s llamativos se refieren a la inversi¨®n relativa de los papeles de PP y PSE-PSOE. Ininterrumpidamente desde 1984, el PSE-PSOE era el partido de referencia del espacio no nacionalista y, num¨¦ricamente, tambi¨¦n hab¨ªa sido el segundo partido en votos desde entonces. En este papel le reemplaza el PP, cuya progresi¨®n espectacular (sus votos crecen un 70%, y su espacio electoral relativo, un 40%) no puede aislarse ni de la pol¨ªtica de Aznar y Mayor Oreja, ni de la valent¨ªa de sus representantes (vivos y muertos), encabezados por Iturgaiz. Pero, probablemente, este cambio expresa tambi¨¦n la prima que corresponde a la centralidad que le toca al PP (como partido del Gobierno) en la negociaci¨®n y gesti¨®n de la paz.
En la otra orilla, el PNV retrocede, o, mejor dicho, no avanza tanto como la participaci¨®n, y lo mismo, con mayor intensidad, le sucede a EA. En cambio, EH crece en m¨¢s de 50.000 votos (y un 10% en espacio electoral) respecto a los ¨²ltimos resultados auton¨®micos de HB. ?Dibuja este nuevo reparto una prima hacia el v¨¦rtice m¨¢s radical del espacio independentista? No necesariamente. El incremento de voto de EH respecto a HB, a tenor de un muy provisional an¨¢lisis de la ecolog¨ªa electoral (la distribuci¨®n de los votos en conglomerados territoriales como los municipios), se beneficia tanto del aporte de nuevos votantes como de trasvases bien definidos desde IU-EB. En este sentido, el apenas esbozado tr¨¢nsito hacia la v¨ªa pol¨ªtica de los independentistas radicales tiene de entrada un elevado rendimiento electoral, que ser¨ªa, sin duda, mayor si el t¨¦rmino de comparaci¨®n fuera la declinante HB que la anterior Mesa Nacional representaba. Los 14 esca?os de EH se comparar¨ªan as¨ª no s¨®lo con los 11 de HB del 94, sino con los 8 o 9 en que podr¨ªa haberse quedado bajo la anterior estrategia.
Esto nos trae al ¨²ltimo ingrediente del an¨¢lisis. IU-EB parece haber sufrido las consecuencias de la ambig¨¹edad de su posicionamiento en el conflicto pol¨ªtico central al que se enfrenta la sociedad vasca. Lo ha pagado en t¨¦rminos de fugas bilaterales (m¨¢s hacia EH que hacia el PSOE), a las que, quiz¨¢, hubiera estado expuesto incluso con un alineamiento m¨¢s claro. Es evidente que en el ¨²ltimo cuatrienio el voto a IU-EB en el Pa¨ªs Vasco ha sido un poco voto refugio de nacionalistas de izquierda contrarios a la violencia, desencantados con el PSOE, y votantes de EE insatisfechos con la fusi¨®n con el PSE. La fragilidad y heterogeneidad de sus apoyos lo hac¨ªan especialmente vulnerable a un escenario m¨¢s decisivo como el que la tregua de ETA comienza a apuntar. Eso, m¨¢s lo que Madrazo y Anguita han puesto de su parte, explica la d¨¦b?cle. Pero hay algo m¨¢s: la evidencia de que existe una cierta porosidad, aunque limitada, entre los espacios estructurantes del conflicto pol¨ªtico que permite juegos transferenciales algo m¨¢s complejos que los puramente intraespec¨ªficos (es decir, dentro de cada bloque) que se suelen considerar. La suerte de UA, por su parte, es la cr¨®nica de una agon¨ªa anunciada, y probablemente el pen¨²ltimo eslab¨®n de la vida pol¨ªtica de esta formaci¨®n.
Tras estos resultados, sobre la constataci¨®n del persistente pluralismo de la politeia vasca, la dificultad de reducirlo a categor¨ªas simplistas, y la esperanzadora tasa participativa, llega la necesidad de la edificaci¨®n pol¨ªtica. Los cimientos de una soluci¨®n aceptable para todos, superadora del profundo conflicto en que el Pa¨ªs Vasco se ha desenvuelto en 30 a?os, y capaz de avanzar con prudencia en la eliminaci¨®n de los escollos que entorpecen la senda de la paz involucran necesariamente a las principales fuerzas que las urnas han sancionado. Idealmente, la situaci¨®n merecer¨ªa un acuerdo de gobierno de la m¨¢s ancha base posible. Si la t¨¢ctica y el calendario lo hacen hoy imposible, que al menos todos participen con lealtad y esp¨ªritu superador en el di¨¢logo que Euskadi, a trav¨¦s de las urnas, acaba de reclamar.
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