Dejemos de ser rehenes
Es la primera vez que viajo a Chile y no tendr¨¦ que respirar el aire que ¨¦l respira, es la primera vez que el General no va a estar.Me lo dec¨ªa con alegr¨ªa, casi como una plegaria, casi como si pensarlo fuera una manera de recuperar un momento en la historia en que el General Pinochet no estaba en el centro oscuro y repetido de nuestro quehacer nacional. Prepar¨¢ndome para volver a mi Chile, ten¨ªa la esperanza de que la detenci¨®n preventiva en Londres del hombre que hab¨ªa regido nuestro destino durante los ¨²ltimos 25 a?os, hubiese limpiado al pa¨ªs de su presencia.
La paradoja que me asalta apenas piso territorio nacional es que nunca estuvo el General tan presente en Chile como ahora que est¨¢ ausente, ahora que ¨¦l no tiene libertad, ahora que ¨¦l est¨¢ viejo y enfermo y no sabe qu¨¦ destino le espera.
?ste es un pa¨ªs obsesionado con el General Pinochet. Su retrato me persigue desde mil ventanas embanderadas, sus ojos vigilan desde la primera plana de los peri¨®dicos (El Chileno M¨¢s Importante del Siglo, anuncia un suplemento del diario derechista La Segunda), su nombre chorrea en las murallas ("Pin8- tus cr¨ªmenes no tienen fronteras"), su caso est¨¢ en labios de todos, cada persona con que me topo lo discute como si nuestro futuro dependiera del suyo, como si no hubiera otro tema en el universo. Nunca como ahora ha estado el remoto General Pinochet metido tan adentro de la vida de los chilenos, flotando tan adentro de la mente de mis compatriotas, nunca como ahora el ex dictador nos ha dividido tanto. Parte del pa¨ªs est¨¢ indignado, otra parte no oculta su alegr¨ªa y muchos se sienten extra?ados y ambiguos e inc¨®modos, su deseo de justicia entrecruzado y bloqueado por su preocupaci¨®n de que la democracia no sufra, inquietos porque el destino del pa¨ªs parece estar dirimi¨¦ndose en Inglaterra y en Espa?a y no ac¨¢.
Aunque las organizaciones de derechos humanos se han volcado a las calles en favor de la extradici¨®n, llevando a cabo actos masivos que, desafortunadamente, degeneran con demasiada frecuencia en actos violentos cometidos por j¨®venes lumpen infiltrados en la manifestaci¨®n, mucho m¨¢s impresionante y afiebrada ha sido la reacci¨®n de la derecha. Sus sectores m¨¢s recalcitrantes han salido a vociferar su odio con un fervor que me recuerda los peores momentos de la asonada contra Allende en los a?os setenta, con un enloquecimiento que da miedo, retrotray¨¦ndome de golpe a esos a?os de la dictadura en que ellos detentaban el poder absoluto y se cre¨ªan impunes. Los veo dispuestos a paralizar el pa¨ªs si no se lleva a cabo su voluntad. Ha vuelto el tiempo de las amenazas telef¨®nicas an¨®nimas, el tiempo en que disentir es sin¨®nimo de antipatriotismo, el tiempo de la autocensura. Y el gobierno, entre tanto, trata de navegar estas aguas tan turbulentas, asisto al espect¨¢culo inveros¨ªmil de funcionarios que fueron perseguidos y exiliados por Pinochet y quisieran verlo, en el mejor de los mundos posibles, juzgado ac¨¢ en Chile, un pa¨ªs que se encuentra confuso y perplejo y atrapado en las escisiones del pasado.
Se podr¨ªa pensar, entonces, como algunos proclaman, que el juez Garz¨®n le ha hecho a Chile un flaco favor, que el juicio que pretende hacerle a Pinochet pone en jaque una delicada transici¨®n, es una injerencia for¨¢nea que no nos permite resolver por nuestra cuenta las terribles tensiones de esta b¨²squeda de una democracia soberana.
Yo creo, por el contrario, que la detenci¨®n del General y la posibilidad de que se lo fuera a juzgar all¨¢ lejos, en un pa¨ªs extranjero, por el dolor y la muerte que desat¨® ac¨¢, pone de manifiesto repentinamente para todos los chilenos, como una bofetada, la verdad de nuestra historia reciente: nosotros hemos sido, todav¨ªa somos, rehenes del General Pinochet. Primero durante los diecisiete a?os de su dictadura, y despu¨¦s durante los ocho a?os en que fue inamovible Comandante en Jefe del Ej¨¦rcito, y finalmente durante los ocho meses que permaneci¨® como Senador Vitalicio en el Senado que ¨¦l mismo clausur¨®, ¨¦l ha determinado perversamente la agenda nacional, restringiendo la plenitud de nuestra democracia y, lo que es peor, limitando lo que nos permit¨ªamos recordar como naci¨®n, lo que nos permit¨ªamos hablar en voz alta.
Es hora de que no sigamos siendo rehenes. ?sa es la ense?anza esencial que hay que sacar de esta crisis nacional. ?se es el regalo extraordinario que el juez Garz¨®n y la Audiencia Nacional de Espa?a y Scotland Yard nos est¨¢n mandando: si ellos han intervenido en nuestros asuntos internos es porque nosotros mismos no hemos intervenido en esos asuntos con suficiente entereza y coraje. Si ellos nos recuerdan el terror de las v¨ªctimas es porque nosotros como naci¨®n no lo hemos recordado como deb¨ªamos. Si ellos creen leg¨ªtimo juzgar a Pinochet, es porque nosotros no lo hemos juzgado. Y aunque yo creo que lo que necesitamos es un juicio por los tribunales, m¨¢s crucial y primario y anterior es otro tipo de juicio, uno en que participemos todos, desnudando el pasado hasta que temblemos, mir¨¢ndonos las caras hasta que nos duela, cont¨¢ndonos las verdades que hemos escondido, poniendo nuestro miedo sobre la mesa, incorporando las vidas perdidas de nuestras v¨ªctimas al centro de nuestra mirada, asignando responsabilidades y confesando culpas y, tal vez lo m¨¢s dif¨ªcil, por lo menos para m¨ª, aceptando que el General Pinochet es parte imborrable de la historia nacional. Es lo que nos recuerdan que hace falta: completar, de una vez, la transici¨®n.
Puede que al General los ingleses lo manden de vuelta a su patria. O puede que -es lo que me har¨ªa inconmensurablemente feliz- lo sometan a juicio en Espa?a, mandando una advertencia a todos los tiranos del mundo. O incluso, lo m¨¢s improbable de todo, podr¨ªa nuestro ex-dictador tener un gesto conmovedor y sabio y de veras patri¨®tico, desprendi¨¦ndose de su inmunidad para someterse voluntariamente a un juicio en que trata de probar su inocencia y se enfrenta a sus acusadores.
Cualquiera de estas alternativas, en todo caso, deja a Chile con la misma tarea urgente, tantas veces postergada: sacarnos a Pinochet de encima, de adentro, vivir como si ¨¦l ya fuera una reliquia del pasado, una mala memoria y no una incesante presencia. Una tarea que nadie puede hacer por nosotros, de la que ni los ingleses ni los espa?oles nos pueden salvar.
Est¨¦ ac¨¢ el General o est¨¦ por all¨¢.
Es hora de tomarse de vuelta el pa¨ªs que nos rob¨®, que dejamos que nos robaran.
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