No me hables de Cuba
D?AS EXTRA?OSRAM?N DE ESPA?A La reiteraci¨®n de cualquier tema acaba convirti¨¦ndolo en una tabarra de dimensiones colosales. No s¨¦ si a ustedes les pasa lo mismo, pero yo, ¨²ltimamente, cada vez que hojeo la prensa y me encuentro con un art¨ªculo sobre Josep Pla o Federico Garc¨ªa Lorca paso la p¨¢gina corriendo, no vaya a ser que me vea obligado a almacenar m¨¢s informaci¨®n sobre alguno de estos dos, por otra parte, dign¨ªsimos personajes. Algo parecido me ocurre con la literatura cubana en sus dos versiones: la escrita por ciudadanos de esa hermosa isla y los homenajes a ella que se marcan los autores espa?oles. Vaya por delante que no tengo nada contra Cuba. No he estado nunca, pero tengo de ese pa¨ªs las mejores referencias. Lo que no acabo de entender es la moda cubana, la fascinaci¨®n por cualquier cosa que provenga de Cuba, el paneg¨ªrico permanente y multimedia acerca de la isla en cuesti¨®n. La novela cubana o cubanista se est¨¢ convirtiendo en un g¨¦nero literario que pronto requerir¨¢ en las librer¨ªas una secci¨®n concreta, como las que ya existen para las novelas policiacas o los manuales de autoayuda. En mis peregrinaciones semanales a las principales librer¨ªas barcelonesas observo que las novelas escritas por cubanos o ambientadas en Cuba se reproducen como setas. Hasta tal punto que da la impresi¨®n de que Cuba es el ¨²nico pa¨ªs iberoamericano en el que se escriben libros. Parece que en Per¨², desde que muri¨® Julio Ram¨®n Ribeyro, nadie da golpe. Algo parecido ocurre en Colombia, Chile, M¨¦xico o Venezuela. Pero como tal cosa es imposible, lo m¨¢s probable es que la mayor parte de los escritores suramericanos se encuentren con que lo tienen mal para editar en Espa?a si no son cubanos. ?A qu¨¦ viene este repentino amor por la perla del Caribe? Un amor que no se reduce a la literatura. Nos pasamos la vida firmando manifiestos en contra de Pinochet (yo mismo firm¨¦ uno hace unos d¨ªas, otro de esos brindis al sol que no sirven para nada pero que siempre resultan m¨¢s pol¨ªticamente correctos que solicitar que ejecuten al senador vitalicio en su habitaci¨®n de la London Clinic poni¨¦ndole una almohada sobre la cara), pero Fidel Castro nos cae de miedo. Hay incluso quien lo encuentra entra?able, como si se le pudiera aplicar semejante adjetivo a un pelmazo que larga discursos de siete horas y que ha conseguido convertir a la poblaci¨®n en un amasijo de prostitutas y soplones (s¨¦ que con comentarios como ¨¦ste me arriesgo a que me env¨ªen cartas insultantes de esas que siempre acaban alabando la sanidad del r¨¦gimen castrista y su dignidad ante el imperialismo yanqui, pero qu¨¦ se le va a hacer...). Del mismo modo que no parece importarnos un r¨¢bano la literatura iberoamericana no cubana, en cuestiones pol¨ªticas estamos en las mismas. Llevamos a?os dedicando art¨ªculos y m¨¢s art¨ªculos a la necesidad de llevarnos bien con Cuba mientras las relaciones con Venezuela o Colombia o est¨¢n hechas unos zorros o no nos interesan en lo m¨¢s m¨ªnimo. Es m¨¢s, sabemos que existe Venezuela porque David Byrne publica alguna de esas antolog¨ªas de m¨²sica latina que se marca de vez en cuando y creemos que existe Colombia porque Garc¨ªa M¨¢rquez saca una nueva novela. No hay noticias en la prensa sobre esos pa¨ªses porque todo el espacio destinado al sur se lo come Cuba. Insisto: no tengo nada en contra de Cuba. Es m¨¢s, a la que reviente Castro ah¨ª estar¨¦ yo para darme una vuelta por el malec¨®n (en esto soy como aquellos antifranquistas rom¨¢nticos que se negaban a acercarse por aqu¨ª hasta que no palmara el general). Pero, por favor, hagan un poco de sitio en las librer¨ªas para todas esas estupendas novelas que, sin duda, se est¨¢n escribiendo en Suram¨¦rica y que aqu¨ª ni olemos.
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