Iglesia y fascismo
La beatificaci¨®n, en el curso del reciente viaje de Juan Pablo II a Croacia, del cardenal de aquella nacionalidad Alojzije Stepinac ha suscitado en la prensa espa?ola, y en este mismo diario, un considerable revuelo de comentarios cr¨ªticos y ha sido puesta como ejemplo de los aspectos m¨¢s regresivos del actual pontificado, todo ello en raz¨®n de las supuestas connivencias nazi-fascistas del que fue arzobispo de Zagreb durante la Segunda Guerra Mundial.Ciertamente, el caso Stepinac resulta moral e hist¨®ricamente vidrioso, y soporta adem¨¢s el enrarecimiento a?adido de todo cuanto concierne al antagonismo entre serbios y croatas. Por un lado, existen pruebas de que el dignatario cat¨®lico protest¨® repetidas veces contra las matanzas de inocentes en la Croacia t¨ªtere de Hitler; de otro, es obvio que no hubo por su parte una denuncia p¨²blica y solemne de las persecuciones antisemitas y antiserbias, de la pol¨ªtica criminal del r¨¦gimen ustacha. Es decir, justo la misma actitud ambivalente del papa P¨ªo XII ante el exterminio de la juder¨ªa europea. En estas condiciones, no es de extra?ar que incluso las vigilantes organizaciones jud¨ªas se hallen, con respecto a la figura del eclesi¨¢stico croata, divididas entre quienes le agradecen que salvara a cierto n¨²mero de hebreos y quienes le reprochan no haberse comprometido m¨¢s para salvar a muchos otros.
De cualquier modo, es incuestionable que la m¨¢xima autoridad de la Iglesia cat¨®lica en la Croacia fascista y clerical del caudillo Pavelic convivi¨® con ese r¨¦gimen, lo legitim¨® por acci¨®n o por omisi¨®n, consinti¨® que usara la religi¨®n como arma pol¨ªtica y toler¨® que sectores del clero local participasen, pistola al cinto, de aquel b¨¢rbaro experimento. Bien est¨¢, pues, que ante la elevaci¨®n de Alijzije Stepinac a los altares se hayan escuchado, tambi¨¦n aqu¨ª, voces discrepantes y argumentos en contra.
No ser¨ªa justo, sin embargo, que esa loable sensibilidad hist¨®rica antifascista se proyectase s¨®lo hacia los Balcanes, cuando tiene tanto que hacer dentro de casa. Porque sabemos tambi¨¦n de otros prelados mucho m¨¢s cercanos que se plegaron seguramente m¨¢s que Stepinac a los designios de un caudillo fascista, que bendijeron sus armas fratricidas, que lo saludaron brazo en alto, que cohonestaron argumentos teol¨®gicos su rebeli¨®n militar contra la democracia, que tuvieron asiento en los m¨¢s altos ¨®rganos pol¨ªticos de su dictadura y aceptaron de ella toda suerte de privilegios y prebendas. Y, aunque por el momento ninguno de ellos haya sido beatificado -todo se andar¨¢...-, tampoco han sido objeto, por parte de la Iglesia jer¨¢rquica a la que pertenecieron, de un reexamen cr¨ªtico o de una desautorizaci¨®n p¨®stuma.
Me estoy refiriendo, claro est¨¢, a los cardenales Gom¨¤ i Tom¨¤s o Ilundain, a los obispos Pla i Deniel, Eijo Garay o Arriba y Castro, a la casi totalidad del episcopado espa?ol que calific¨® la guerra desencadenada por los franquistas de "cruzada" o de "plebiscito armado" y suministr¨® generosamente a ese bando argumentos propagand¨ªsticos, respetabilidad internacional y la buena conciencia necesaria para culminar la matanza sin escr¨²pulos ni remordimientos. Es cierto: la salvaje persecuci¨®n anticat¨®lica en el campo republicano empuj¨® a la Iglesia al regazo de los "nacionales" y, aunque no lo justifique, explica tal vez que buena parte del clero anhelara venganza y castigo contra sus perseguidores. Pero, una vez finalizada victoriosamente la contienda, ?no era el seguir insistiendo en "la impiedad sat¨¢nica del bolchevismo" o en la amenaza de "las logias, la sinagoga y el komintern" un modo flagrante de aprobar la sangrienta represi¨®n en curso, los miles de fusilamientos de los a?os cuarenta?
Se objetar¨¢ que, a diferencia de lo ocurrido en la Europa hitleriana, aqu¨ª no hubo c¨¢maras de gas ni hornos crematorios ni -el argumento est¨¢ de actualidad- tampoco genocidio propiamente dicho. Sin embargo, y como ha recordado c¨ªnicamente el librero Pedro Varela en su reciente juicio en Barcelona, la joven Anna Frank, igual que otras muchas v¨ªctimas del nazismo, no muri¨® gaseada ni tiroteada, s¨®lo "de tifus". Y bien, ?constituye esta circunstancia alg¨²n atenuante para sus asesinos? No, del mismo modo que no existe ninguna diferencia moral relevante entre exterminar jud¨ªos porque son "infrahombres" y matar o dejar morir a izquierdistas porque encarnan "la anti-Espa?a". Pues si el arzobispo Stepinac no impidi¨® lo primero, el episcopado espa?ol asisti¨® impasible y mudo a lo segundo.
Por otra parte, mientras el caudillo croata ejerci¨® su macabro mandato apenas cuatro a?os, el espa?ol lo hizo casi 40, sin que durante esas cuatro d¨¦cadas le faltase ni un solo d¨ªa el halago y la servil adhesi¨®n de numerosos mitrados, desde el inefable Aurelio del Pino, obispo de Lleida que, en 1955, acog¨ªa a Franco con la frase Digitus Dei est hic ("el dedo de Dios est¨¢ aqu¨ª"), hasta los injustamente olvidados Guerra Campos o Cantero Cuadrado, que, todav¨ªa en 1975, organizaban rogativas y movilizaban brazos incorruptos de santa Teresa para impetrar por la salud de su viejo h¨¦roe.
Bien es verdad que, junto a las recepciones bajo palio, hubo tambi¨¦n un n¨²mero creciente de actitudes eclesiales cr¨ªticas, notables compromisos antifranquistas entre el clero de base y hasta algunos gestos de ruptura entre la jerarqu¨ªa. Pero si los Escarr¨¦, Taranc¨®n, A?overos o Jubany ya han sido destinatarios de merecido homenaje, los otros, los chantres de la cruzada y de su providencial general¨ªsimo, no han sido a¨²n enmendados, ni se ha pedido un evang¨¦lico perd¨®n por aquella indefendible connivencia con el fascismo. ?Podr¨¢ alg¨²n d¨ªa la Conferencia Episcopal Espa?ola ocuparse de ello, aunque sea en una breve pausa de sus campa?as contra el aborto y contra el reconocimiento de la convivencia extramarital?
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