Los ¨²ltimos del Primer Mundo
Muchos de los 3.000 inmigrantes africanos que trabajan en Torre Pacheco (Murcia) malviven en condiciones infrahumanas
"Se ofrece trabajo todo el a?o". Este cartel se puede ver en la mayor¨ªa de los bares de carretera que surcan el campo de Cartagena (Murcia). Las jornadas interminables que se ofrecen no contemplan horas extras, y las horas que s¨ª cuentan valen 600 pesetas. A este precio hay tanto trabajo que los exportadores de hortalizas han pedido permiso al Gobierno para traer a 6.000 nuevos inmigrantes esta temporada. Localidades como Torre Pacheco han visto c¨®mo su poblaci¨®n se ha multiplicado en cinco a?os (de 16.000 habitantes a 23.500) y el ¨¦xito econ¨®mico es patente en el sector de la construcci¨®n y en los servicios. Este paisaje de desarrollo, sin embargo, oculta una vida "peor que la de los perros". Es la de los m¨¢s de 3.000 inmigrantes magreb¨ªes y subsaharianos que viven y trabajan en la comarca. Viven, como dice Hassan, uno de ellos, "s¨®lo en cuerpo, porque el alma la dejamos en la frontera".La historia de los inmigrantes africanos que inundan Torre Pacheco no es la de unos ilegales sin dinero y sin trabajo. La mayor¨ªa es legal y a final de mes puede juntar cerca de 100.000 pesetas. El argumento es inusual. Tanto como los lugares en los que habitan los inmigrantes.
La Tejera, por ejemplo, dej¨® de ser una f¨¢brica de tejas hace a?os. Su due?o encontr¨® un mejor negocio. Alquilar las dos naves a inmigrantes. Hoy, una poblaci¨®n fluctuante de unos 150 magreb¨ªes y 60 subsaharianos ocupan La Tejera. Sin ventanas, con un grifo de agua potable para todos, rodeados de escombros y basura, y sin servicios higi¨¦nicos, pagan 15.000 pesetas por una habitaci¨®n para seis o siete personas. El techo est¨¢ aislado del fr¨ªo con bolsas de basura y las condiciones sanitarias son las de un campo de refugiados sin ayuda humanitaria.
"Nadie me quiere alquilar casa, aunque yo les ense?o mi dinero. Dicen que somos sucios, que lo vamos a destrozar todo. Aqu¨ª nos odian". Mohamed tiene 28 a?os y lleva siete en el Primer Mundo. Su mujer sigue en Marruecos y no ve la posibilidad de traerla a Espa?a porque la casa propia, certificada por notario, es condici¨®n indispensable para lograr el permiso de reagrupaci¨®n familiar. Al igual que la mayor¨ªa de los inmigrantes, identifica el problema de la vivienda como su dolor de cabeza principal. Eso si se olvida del que le produce el sol despu¨¦s de 10 horas con el espinazo doblado recogiendo lechugas o melones. Lo hace en la regi¨®n de Murcia o en Almer¨ªa, o en Granada. All¨¢ donde lo llevan las furgonetas de los grandes productores, que viajan cargadas de inmigrantes de madrugada y por caminos secundarios para evitar controles.
La impresi¨®n de Mohamed la comparte otro grupo de marroqu¨ªes. "En el campo, los espa?oles son nuestros amigos. Se pasan el rato ri¨¦ndose de nuestra manera de hablar. Pero luego, en el pueblo, si nos cruzamos, bajan la cabeza para no tener que saludarnos. No nos dicen ni hola ni na".
La actitud de rechazo se complica ante el d¨¦ficit de viviendas de Torre Pacheco. En una calle c¨¦ntrica del pueblo se ve uno de los pocos carteles de "Se alquila". Un redactor de este diario mantuvo la siguiente conversaci¨®n.
-Buenos d¨ªas, quer¨ªa informaci¨®n sobre el piso.
-S¨ª, tiene tres cuartos, un ba?o y est¨¢ seminuevo. Cuesta 50.000 pesetas al mes. ?Cu¨¢ndo quiere verlo?
-Bueno, es para unos amigos que no hablan bien espa?ol.
-?Inmigrantes?
-S¨ª.
-... Bueno, f¨ªjese que acabo de recordar que lo tengo reservado, d¨¦jeme su tel¨¦fono y yo le llamo si no lo ocupan.
"Es cierto que esto ocurre", reconoce Pedro Jim¨¦nez, el alcalde, independiente, "pero no es racismo". El alcalde dice sentirse "triste" por las condiciones de vida de los nuevos vecinos del pueblo, pero no cree que la responsabilidad sea suya. Sus conciudadanos son "buenos cristianos que soportan demasiado". Ana Parre?o, vocal de la asociaci¨®n Murcia Acoge, no piensa lo mismo. "Hay racismo. Si los inmigrantes pudieran alquilar casa y traer a sus familias, la convivencia ser¨ªa mejor".
La mayor¨ªa de los altercados o problemas de orden p¨²blico surgen, seg¨²n reconoce Benaissa, un marroqu¨ª que trabaja con Murcia Acoge, de la dif¨ªcil supervivencia de hombres que viven "solos, hacinados y en condiciones infrahumanas".
La chispa salta a la m¨ªnima. Por ejemplo, cuando un inmigrante va a un bar, pide un caf¨¦ solo y, a la hora de pagar, le piden el doble que a un espa?ol. Antonio, camarero de un c¨¦ntrico bar, niega que hechos as¨ª ocurran, pero termina la conversaci¨®n asegurando que "los moros son sucios y les gusta la bronca; si no vienen, mejor".
La estrategia de Murcia Acoge es convencer a los inmigrantes de que la soluci¨®n es comprar. Los bancos s¨ª les abren cuentas y hace unas semanas se concedi¨® un pr¨¦stamo a un ciudadano argelino. "El problema es que la legislaci¨®n obliga a esta gente a renovar el permiso de residencia cada a?o o cada dos, y los bancos, l¨®gicamente, no las tienen todas consigo". Ana Parre?o habla con tono cansado. Son tres personas en Murcia Acoge para atender a toda esta poblaci¨®n. De las tres, s¨®lo una ciudadana de Torre Pacheco. ?Voluntarios? Ausentes.
La imposibilidad de alquilar una casa sorprende a algunos inmigrantes que ven c¨®mo su dinero es bueno para otras cosas. Se han descubierto varios casos de empresarios locales que han cobrado hasta 300.000 pesetas por un precontrato falso que luego se presenta para regularizar la situaci¨®n del inmigrante. Hace dos semanas se detuvo a dos empresarios de El Algar por practicar este tipo de estafa. "Les recogemos la cosecha, compramos en las tiendas del pueblo y nos permiten tener cuenta en el banco. Nuestro dinero s¨ª lo quieren. Si nos necesitan, bien. Si no, que nos echen", protesta Mohamed.
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