Pinochet y las transiciones
Aun si por desgracia Augusto Pinochet aprovecha los avatares de la diplomacia internacional y los resquicios de la justicia de Su Majestad y vuelve impune a Chile, su detenci¨®n habr¨¢ servido para poner de manifiesto varias aristas contraintuitivas de la sociedad chilena, del nuevo estado de ¨¢nimo europeo y de las llamadas transiciones a la democracia. Podemos explorar las paradojas o semisorpresas de cada caso.La redemocratizaci¨®n de Chile a partir de 1989 descansaba supuestamente en la reconociliaci¨®n m¨¢s o menos resignada, m¨¢s o menos esperanzada, de la sociedad chilena. Despu¨¦s de la aguda polarizaci¨®n de los a?os de la Unidad Popular y del subsiguiente enfrentamiento desigual y cruento propio de la dictadura militar, se entreabr¨ªa un periodo de tolerancia y de autocr¨ªtica donde se rebasaban las tradicionales grietas pol¨ªticas e ideol¨®gicas de Chile. Ciertamente, nunca imper¨® la simetr¨ªa ni en los agravios, ni en las concesiones, ni en la magnanimidad: las v¨ªctimas de la dictadura pagaron con sus vidas, perdonaron sevicias sangrientas y abdicaron de convicciones que no por equivocadas o exageradas eran menos firmes o arraigadas que las de sus adversarios. Poco importa: la transici¨®n avanzaba, la sociedad chilena enterraba a sus muertos y demonios y avanzaba hacia estadios superiores de sensatez y concordia.
Las m¨²ltiples elecciones celebradas desde 1989 arrojaban una primera duda sobre esta superaci¨®n del pasado. Detr¨¢s de resultados en apariencia in¨¦ditos, algunos observadores detectaban una extra?a y obstinada persistencia de los famosos tres tercios del electorado: 30% de derecha recalcitrante, 30% de una democracia cristiana ambivalente y centrista, 30% de una izquierda dividida entre socialistas y radicales pertenecientes a la coalici¨®n de gobierno y una minor¨ªa comunista achicada pero combativa y refugiada en el autoaislamiento y el ostracismo. Asimismo, las estad¨ªsticas chilenas, pulcras y oportunas a diferencia de otras, mostraban otra inercia desconcertante. A pesar de diez a?os de esfuerzos obstinados de dos gobiernos de coalici¨®n dem¨®crata-cristiana-socialista, la desigualdad chilena, a diferencia de la pobreza, perduraba: la distribuci¨®n del ingreso y de la riqueza no se repon¨ªan del deterioro sufrido bajo quince a?os de autoritarismo.
Ahora, la detenci¨®n del dictador en su cl¨ªnica londinense viene a confirmar otra sospecha an¨¢loga, pero m¨¢s grave: las heridas de la sociedad chilena, si heridas son, no han cicatrizado y la polarizaci¨®n de anta?o no ha menguado. Los chilenos siguen profundamente divididos sobre el golpe de 1973, sobre la larga noche de terror que se abati¨® sobre su pa¨ªs, sobre las reformas econ¨®micas y sociales que lo acompa?aron y sobre el lacerante dilema de c¨®mo saldar cuentas con el pasado. El impacto de libros como el de Tom¨¢s Mouli¨¢n -el best-seller Chile actual: anatom¨ªa de un mito- anunciaba la sobrevivencia del escepticismo y el desencanto; la convulsi¨®n nacional provocada por el arresto de Pinochet lo confirma. Si bien las encuestas revelan que una abultada mayor¨ªa de chilenos considera que Pinochet debe ser juzgado por los cr¨ªmenes de los cuales se le acusa, tambi¨¦n es evidente que una fuerte minor¨ªa estridente y belicosa no renuncia a sus a?os de gloria y plomo. Uno puede pensar, como es mi caso, que una polarizaci¨®n disimulada, barrida debajo de la alfombra por la realpolitik de la Concertaci¨®n y por un dejo de hipocres¨ªa presente en algunos sectores de la sociedad chilena es mucho peor y m¨¢s da?ina que la realidad de las fracturas a cielo abierto. A la inversa, se puede considerar que lo que no se ve no se siente. Pero en cualquier caso, parece ya dif¨ªcil pretender que Chile ha dejado atr¨¢s sus fisuras y desgarramientos. O quiz¨¢s haya que aventurarse a otra explicaci¨®n: los odios y las pasiones pol¨ªticas e ideol¨®gicas suelen provenir, aunque sea de manera indirecta y el¨ªptica, de brechas sociales ancestrales. Mientras no cambie lo uno, dif¨ªcilmente cambiar¨¢ lo otro.
Una segunda conclusi¨®n que conviene resaltar yace en el comportamiento y el sentimiento europeos que dieron origen a la crisis. Es un hecho que gobiernos socialdem¨®cratas como el de Blair en el Reino Unido y el de Jospin en Francia -m¨¢s el primero que el segundo-, o como los flamantes equipos de Schr?der en Alemania y de D"Alema en Italia, se caracterizan por una gran continuidad en materia de pol¨ªtica econ¨®mica en relaci¨®n con sus predecesores. Nadie puede negar que Blair se ha ce?ido en mucho al legado thatcheriano, y que Jospin dif¨ªcilmente puede salirse del cors¨¦ macroecon¨®mico impuesto por Bruselas, por el Bundesbank y por los mercados internacionales. Pero esa continuidad no obsta para que existan importantes rupturas en ciertos ¨¢mbitos, e incluso en el econ¨®mico. Conforme pasa el tiempo y se desgasta el paradigma del pensamiento ¨²nico, los partidos socialistas en el gobierno en Europa occidental (y oriental, por cierto) subrayar¨¢n sus especificidades en lo no-econ¨®mico y comenzar¨¢n a manifestarlas en lo econ¨®mico mismo. Entre los deslindes que enfatizar¨¢n -y que enfatizan ya, pero con mayor ah¨ªnco que antes- figura una sensibilidad mucho m¨¢s a flor de piel frente a los temas de derechos humanos, de la ecolog¨ªa, del g¨¦nero, de la discriminaci¨®n ¨¦tnica y racial, de la desigualdad y del ajuste de cuentas con el pasado, propio y ajeno. Dicha sensibilidad proviene de la necesidad pol¨ªtica, pero tambi¨¦n de fuentes generacionales y personales: Schr?der y Joshka Fischer, el nuevo ministro verde de Relaciones Exteriores de Alemania, fueron sesentayocheros, amigos de Cohn-Bendit y militantes de izquierda; D"Alema fue comunista en las ¨¦pocas de Berlinger y del compromiso hist¨®rico, y muchos miembros del Gabinete de Blair desfilaron por Trafalgar Square durante los a?os setenta en protesta contra los golpes militares en Chile, en Uruguay, en Argentina y en otras latitudes. Los ingleses no podr¨¢n violentar los compromisos econ¨®micos de la se?ora Thatcher, pero pueden desconocer sus compromisos personales, protocolarios y sentimentales. M¨¢s a¨²n: cuanto mayor sea el apego -cada vez m¨¢s cuestionado- al recetario neoliberal, m¨¢s fuerte la tentaci¨®n de tomar distancia en otros terrenos.
La internacionalizaci¨®n de la justicia, de la normatividad ecol¨®gica, de los derechos laborales y humanos es, sin duda, uno de los ¨¢mbitos -controvertido, contradictorio y en ocasiones contraproducente- en el que la diferencia socialista podr¨¢ hacerse sentir. Ejemplo encomiable, ciertamente personal, pero no por ello menos noble y valeroso, es el rechazo de Fernando Henrique Cardoso a apoyar la gesti¨®n mediadora y "humanitaria" del presidente Frei a favor de la liberaci¨®n del dictador chileno.
Una tercera inferencia susceptible de ser extra¨ªda del affaire Pinochet radica en sus lecciones y sugerencias para las tan llevadas y tra¨ªdas transiciones democr¨¢ticas. Desde que se puso de moda el tema a principios de la d¨¦cada de los ochenta, incontables acad¨¦micos y numerosos pol¨ªticos
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han disertado sobre y actuado en funci¨®n de ciertas premisas b¨¢sicas, casi consensuales. Entre ellas destaca claramente la tesis del indulto o del puente de plata para el enemigo que huye o que en todo caso acepta jubilarse. En la mayor¨ªa de los pactos t¨¢citos o expl¨ªcitos alcanzados en Am¨¦rica Latina, en Europa del Este, en Asia y en ?frica en torno a la partida de dictadores o al desmantelamiento de reg¨ªmenes autoritarios se incluy¨®, tarde o temprano, pero de manera prominente, una cl¨¢usula de amnist¨ªa jur¨ªdica y pol¨ªtica, acompa?ada en ocasiones de una avidez de saber sin castigar. Se trataba, a ojos de muchos, del precio a pagar, de una condici¨®n sine qua non, de un trago amargo inevitable para alcanzar o reencontrar una democracia representativa a?orada y perdida.
Los problemas inherentes a este enfoque y su estrategia concomitante nunca fueron ignorados; simplemente se dejaron de lado. ?Qui¨¦nes firmaron el pacto, en nombre de qui¨¦nes y con qu¨¦ representaci¨®n lo firmaron? ?Qu¨¦ tan libremente consintieron a ¨¦l, tanto los dirigentes como los dirigidos? ?Qu¨¦ tan clara e informadamente fueron consultados los primeros interesados, a saber, los ciudadanos comunes y corrientes de cada pa¨ªs? ?C¨®mo reaccionar¨ªa la comunidad internacional frente a pactos internos no necesariamente comprensibles o confesables ante una mirada externa apasionada y cr¨ªtica? ?Cu¨¢l ser¨ªa la respuesta de sectores minoritarios, pero especialmente agraviados y opuestos al indulto, en particular? ?Qu¨¦ obst¨¢culos, incidentes, accidentes y revelaciones podr¨ªan producirse en el futuro que invalidar¨ªan la condici¨®n de todo pacto: rebus sic stantibus?
La detenci¨®n de Pinochet ha vuelto a colocar estas preguntas en la palestra, dirigi¨¦ndolas no s¨®lo a los chilenos de una u otra estirpe pol¨ªtica, ni ¨²nicamente a sus amigos en el mundo, sino a todos aquellos que en determinados momentos se han involucrado en transiciones exitosas, en curso o abortadas en sus respectivas naciones. El que m¨¢s del 60% de la poblaci¨®n chilena considere que el ex dictador debe ser juzgado -en Chile o fuera de su pa¨ªs- por los delitos cometidos justifica el cari?o y el respeto que tantos latinoamericanos le tenemos a un pa¨ªs recto y consciente como pocos, pero tambi¨¦n cuestiona varios supuestos en los que descansaba una transici¨®n vista como ejemplar por muchos durante mucho tiempo.
Gracias a su imprudencia y a su arrogancia, el hombre de los lentes oscuros de 1973 ha reabierto expedientes y cap¨ªtulos de la historia que quiz¨¢s nunca debieron haberse cerrado. Es lo ¨²nico que se le puede agradecer.
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