Jueces
La naturaleza de Jes¨²s Gil s¨®lo encuentra paz y armon¨ªa en la palabra, en el arte de la declaraci¨®n p¨²blica, ese ¨¢mbito del lenguaje que fue, en sus or¨ªgenes, un privilegio de los seres humanos. Como habla sin pensar, s¨®lo en la palabra alcanza el alcalde de Marbella la unidad ontol¨®gica de la esencia y la existencia, porque su ser vive completamente al margen del pensamiento. Cuando est¨¢ en silencio, tal vez en su palco, mirando c¨®mo juega su equipo de f¨²tbol, o en su sal¨®n de plenos, escuchando las intervenciones de sus concejales sobre las necesidades urban¨ªsticas de su pueblo, Jes¨²s Gil soporta en sus ojos la inquietud hueca que impone en las miradas el vac¨ªo interior. La falta de ideas desti?e en las pupilas una fragilidad enferma, el silencio metaf¨ªsico que esgrimen las hojas secas de los ¨¢rboles antes de caerse con su oto?o hasta el suelo. Cuando habla, el alcalde de Marbella reconquista el mes de abril, adquiere la felicidad de los que disfrutan escuch¨¢ndose a s¨ª mismos y consigue equilibrar el acto f¨ªsico de la palabra con la sonrisa de la paz corporal, la beatitud del cuerpo que tiene cubiertas sus necesidades y puede olvidar el vac¨ªo que deja en la cabeza humana la falta absoluta de ideas. Descansa en paz al hablar, activa una coctelera de insultos, un molinillo de viento descalificador, y le cuesta callarse, porque lo ¨²nico que teme Jes¨²s Gil es el fr¨ªo ¨ªntimo de su silencio. Despu¨¦s del desenlace del primer juicio sobre los GAL y de la detenci¨®n de Pinochet en Londres, necesitaba poco para sentirme humanamente unido a la tarea democr¨¢tica de los jueces, y esa distancia la ha colmado Jes¨²s Gil con su molinillo de insultos contra el juez que se atrevi¨® a dirigir el registro de las dependencias municipales y del Estadio Vicente Calder¨®n. Se trata de un ser impresentable, que act¨²a de forma inmoral, ilegal e injusta, y que juega a hacerse el Garz¨®n. Bueno, pues es una buena carta de presentaci¨®n de Santiago Torres, juez de Marbella. Quiz¨¢ el alcalde no sepa que todav¨ªa respiramos por el mundo una serie de raros animales parlantes, m¨¢s amigos de las palabras que de los rebuznos. Garz¨®n nos ha regalado ¨²ltimamente las contadas alegr¨ªas de nuestra vida in¨²til. Tal vez Santiago Torres consiga regalarnos otra. Cada vez que me paro a pensar sobre la realidad, porque soporto el castigo de tener ideas en la cabeza, llego a la conclusi¨®n de que la democracia es un logro fortuito de la Historia, que alcanzamos por puro azar y que perderemos poco a poco de manera l¨®gica. No hay razones para que los poderosos respeten la democracia, y resulta dif¨ªcil admitir que la soberan¨ªa descansa en el pueblo, como Luis Mar¨ªa Anson ha tenido la amabilidad de reconocer en los principios fundamentales de su nuevo peri¨®dico. La palabra democracia est¨¢ tan hueca como una frase de Jes¨²s Gil, y como ¨¦l camina hacia su vac¨ªo m¨¢s absoluto. Sin control real sobre la ciencia, sin capacidad para decidir sobre las empresas que marcan el ritmo del mundo, nos queda s¨®lo el fr¨¢gil consuelo de un azar: la posibilidad que tienen algunos jueces de amargarle su fiesta, de vez en cuando, a los torturadores y a los negociantes sin escr¨²pulos.
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