El olvido y la memoria
Pase lo que pase m¨¢s tarde, el fallo del Comit¨¦ de los Lores ingleses que le quita la inmunidad soberana a Pinochet es impresionante, de proyecciones hist¨®ricas. Es un signo de que la globalizaci¨®n alcanza de lleno al derecho internacional y a la vida pol¨ªtica. Es, sobre todo, una advertencia tajante: ya no habr¨¢ refugios para los dictadores fuera de sus propios pa¨ªses. En otras palabras, los dictadores tendr¨¢n que aferrarse al poder o pactar el retiro con sus oposiciones. Pasar¨¢n al exilio interno, ya que no habr¨¢ otro exilio posible. ?Har¨¢ esto que se terminen las dictaduras en el mundo? Tengo serias dudas al respecto.Por otro lado, s¨®lo estamos en la primera etapa de lo que podr¨ªa ser una muy larga judicial. Y existe la alternativa, desde luego, de que el ministro del Interior ingl¨¦s, el se?or Straw, decida devolver a Pinochet a Chile por razones pol¨ªticas, diplom¨¢ticas o humanitarias. La ley inglesa le otorga esta facultad, cosa que lo pone frente a dilemas extremadamente complicados. Ya hemos sabido que Pinochet fue un buen aliado de Margaret Thatcher durante la guerra de las Malvinas. La baronesa Thatcher, quiz¨¢s para ayudar a su amigo el ex general, revel¨® estos secretos de Estado propios de la historia reciente, revelaci¨®n que en ¨¦pocas cercanas habr¨ªa complicado mucho las relaciones entre Chile y Argentina y que todav¨ªa podr¨ªa complicarlas. El episodio de Augusto Pinochet y de la petici¨®n de extradici¨®n de un juez espa?ol es uno de los m¨¢s complejos, m¨¢s intrincados y m¨¢s imprevisibles de las ¨²ltimas d¨¦cadas. No veo con claridad en este momento hasta d¨®nde podr¨ªa llevar. No se puede excluir la posibilidad de que el mundo se vea envuelto pronto en una verdadera mara?a de querellas penales internacionales. Todos los responsables sobrevivientes de las dictaduras de este siglo deber¨ªan poner sus barbas en remojo, aqu¨ª y en todas partes. No es improbable, claro est¨¢, que el ex general haga las veces de chivo expiatorio: que la opini¨®n del mundo se contente con el proceso de un s¨ªmbolo, de una imagen negra, de un general de gafas oscuras y de m¨²sculos faciales contra¨ªdos. En dicho caso, nunca una fotograf¨ªa, unida, claro est¨¢, a una constelaci¨®n de testimonios terribles, habr¨¢ tenido un poder de persuasi¨®n tan aplastante.
Las primeras noticias que recibo de Chile no son claras. El Gobierno ha pedido calma, pero las primeras reacciones de ambos extremos del espectro pol¨ªtico son violentas, exaltadas, inquietantes. Despu¨¦s de su salida de la comandancia en jefe del Ej¨¦rcito y de su ingreso al Senado, la figura p¨²blica del ex general empezaba a desvanecerse lentamente. S¨®lo hab¨ªa pedido la palabra dos o tres veces para celebrar efem¨¦rides patri¨®ticas y se hab¨ªa abstenido en forma cuidadosa de participar en los verdaderos debates. A m¨ª me parec¨ªa que esta desaparici¨®n paulatina era una evoluci¨®n muy saludable para el pa¨ªs. Las salidas de dictadura s¨®lo se pueden realizar, al menos cuando son pac¨ªficas, gracias a una dosificaci¨®n sabia de la memoria y el olvido. Los lectores espa?oles de edad madura saben m¨¢s de algo de estos fen¨®menos. Ahora bien, es probable que en Chile la dosis de olvido haya estado demasiado por encima de la dosis de memoria. Hace algunos d¨ªas, el arzobispo de Santiago expres¨® esta idea en forma extremadamente l¨²cida. Dijo que nos pasaba lo que nos pasaba porque no hab¨ªamos sabido enjuiciar a tiempo y con la necesaria profundidad los delitos contra los derechos humanos. Eran palabras serias, importantes, ocultadas por la agitaci¨®n interna y externa que hab¨ªa provocado el episodio de Londres. Yo pensaba, por mi lado, y a sabiendas de que nadaba contra la corriente, que Chile hab¨ªa ido lejos en el tema del enjuiciamiento de los atropellos y los cr¨ªmenes. El Plebiscito de 1988 fue un primer juicio pol¨ªtico y moral de fuerza contundente. Despu¨¦s vino el famoso Informe Rettig, el de la Comisi¨®n de Verdad y Reconciliaci¨®n, comisi¨®n e informe imitados despu¨¦s, en medio de un notable aplauso internacional, por la Rep¨²blica de Sur¨¢frica. Entretanto, al cabo de interminables diligencias y procesos, el jefe de la polic¨ªa pol¨ªtica del pinochetismo, el general Manuel Contreras, hab¨ªa sido encarcelado. Y en los ¨²ltimos mese hab¨ªan sido admitidas a tr¨¢mite once querellas criminales en contra del propio ex general y senador vitalicio. Se podr¨ªa argumentar que es dif¨ªcil que dichas querellas lleguen a buen t¨¦rmino, pero el juez de primera instancia da garant¨ªas de que los delitos podr¨¢n ser investigados a fondo, con todas las consecuencias ¨¦ticos y pol¨ªticas que esto supone.
Mi preocupaci¨®n, como chileno, como persona que luch¨® por el restablecimiento de la democracia, lucha que me llev¨® a ser atacado con inusitada virulencia, en diferentes ocasiones, por los dos extremos del espectro pol¨ªtico de Chile y de casi todos los pa¨ªses de habla espa?ola, consiste en que un juicio de Pinochet en cualquier lugar de Europa provoque retrocesos y turbulencias serias en la transici¨®n del pa¨ªs. No era, al fin y al cabo, ni pod¨ªa ser, una transici¨®n perfecta, ya que se trataba de un proceso necesariamente pactado, en el que hab¨ªa concesiones por ambos lados, pero el proceso se produc¨ªa en el pa¨ªs que hab¨ªa sido la democracia m¨¢s antigua del mundo hisp¨¢nico. Los gobernantes actuales quiz¨¢s no han tenido la conciencia hist¨®rica suficiente para hacer pesar estos factores. Han pecado de ingenuidad y de un exceso de triunfalismo. Yo he recordado una carta c¨¦lebre del general San Mart¨ªn, el h¨¦roe de la independencia argentina, escrita desde el exilio franc¨¦s a mediados del siglo XIX a un personaje chileno. San Mart¨ªn observaba con asombro que un presidente del Chile de la ¨¦poca, al t¨¦rmino de su periodo consitucional, bajaba de su sill¨®n y le entregaba el mando con la mayor tranquilidad al sucesor que hab¨ªa resultado elegido en elecciones normales. "Chile", dec¨ªa San Mart¨ªn en aquella carta, "es el ¨²nico pa¨ªs que sabe ser Rep¨²blica y hablar en espa?ol". En aquella mitad del siglo pasado y en el contexto de la Am¨¦rica espa?ola, ser Rep¨²blica significaba, claro est¨¢, ser democracia.
Aparte de las turbulencias internas, que podr¨ªan alterar el ritmo relativamente tranquilo que llevaba la transici¨®n, pero que no plantean el menor peligro, a mi juicio, de un golpe de Estado, es bastante probable que las relaciones diplom¨¢ticas de Chile con algunos pa¨ªses de Europa, y desde luego con Espa?a e Inglaterra, resulten da?adas durante un tiempo. Es una carambola parad¨®jica y de mal signo. El general Pinochet, enemigo mal disimulado de lo que llamaba con desd¨¦n "socialdemocracias europeas", partidario entusiasta del Gobierno conservador de Margaret Thatcher, cultiv¨® las relaciones con el Jap¨®n, con los pa¨ªses de Asia, sin excluir a China continental, y con naciones como Australia y Nueva Zelandia, o como la Sur¨¢frica del apartheid, el Brasil e Israel. Ahora se hab¨ªa iniciado un acercamiento notorio a Europa, acercamiento importante, sin duda, para que Chile pueda reaprender, con aires nuevos, sus viejos h¨¢bitos y su pasada cultura democr¨¢tica. El pa¨ªs, ahora, est¨¢ complicado, enredado. Hay sectores que van m¨¢s all¨¢ del pinochetismo y tienen la impresi¨®n de que ha existido una intervenci¨®n abusiva, incluso humillante. A mi juicio, ser¨ªa bueno que los europeos empiecen a entender estas sutilezas de un mundo diverso y menos simple de lo que parece a primera vista. Casi siempre se nos aplica una u otra de las versiones del Diccionario universal de las Ideas Recibidas. Ahora de nuevo han salido a la luz los extremos de siempre, como se ha visto en las pantallas de la televisi¨®n. Muchos, desde uno u otro lado, se ven dispuestos a darnos medicinas peores que la enfermedad. Espero, a pesar de todo, que la cordura se imponga, en especial en el interior de Chile, y que la transici¨®n, que era, con todas sus limitaciones, valiosa y creativa, mantenga su ritmo de marcha relativamente lento, pero s¨®lido y seguro.
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