Piedras sagradas
Los restos de un castro y la ermita de pe?a Sacra jalonan un paseo por este ignorado rinc¨®n madrile?o de la Pedriza
Men¨¦ndez y Pelayo dictamin¨® que la litolatr¨ªa es la forma m¨¢s antigua del culto naturalista: el primer objeto de veneraci¨®n fue una roca: real, como la kilom¨¦trica Ayers Rock de los ind¨ªgenas australianos; o m¨ªtica, como la Batu-Ribn, en el centro del mundo de los pigmeos semang. Esa roca primordial -reproducida a lo largo de los siglos en menhires, obeliscos, m¨¢moas, piedras r¨²nicas...- no ha dejado nunca de proyectar su sombra en el lado irracional de los hombres, y acaso sea ¨¦sa la explicaci¨®n de que una multitud se congregue todos los s¨¢bados, domingos y fiestas de guardar, haga fr¨ªo o calor, en el angosto d¨¦dalo de la Pedriza, que m¨¢s que un parque natural parece la Meca. Sorprende, por lo dicho, que un paraje pedricero lleno de rocas misteriosas, como es el cerro de la Camorza, no lo visite nadie, ni los mapas registren la trocha que lo recorre. Sorprende por alzarse a la entrada misma de la Pedriza, entre el collado de Quebrantaherraduras -por el que pasa la carretera de acceso al parque- y la garganta Camorza -por donde va el Manzanares- y porque este serrij¨®n, por sus reducidas dimensiones -un kil¨®metro y medio de punta a punta- y menguada altura -dos cimas diminutas presenta, de 1.213 y 1.172 metros, separadas por un collado de 1.120-, no tiene misterio en su subida.En el collado de Quebrantaherraduras, a dos kil¨®metros del control, nace a la derecha una borrosa trocha que asciende por la m¨¢xima pendiente -no confundirla con otra senda llana y bien se?alizada- que lleva culebreando entre pinos resineros hasta la cumbre principal de la Camorza en un cuarto de hora. Un colosal bolo gran¨ªtico en equilibrio, a pocos pasos de una caseta de vigilancia de incendios, corona esta eminencia desde donde se abarca una completa panor¨¢mica dela Pedriza y el embalse de Santillana, sobre el que se recorta la noble silueta del castillo de Manzanares.
Un senderillo m¨¢s n¨ªtido conduce desde aqu¨ª a la cumbre secundaria de la Camorza, que se avista 500 metros a levante, pasando por un collado salpicado de restos de fuertes paredes: muros de mamposter¨ªa cicl¨®peos -mayores que los de cualquier cerca de ganados-, que cabe atribuir, con las l¨®gicas reservas, a un poblado prehist¨®rico. Esta hip¨®tesis ya fue aventurada por Enrique G. de Amez¨²a en 1942 (en el Anuario del Clup Alpino Espa?ol), cuando, explorando a t¨ªtulo de curiosidad la Camorza, exhum¨® trozos de cer¨¢mica tosca y piedras cortadas con percusi¨®n en forma de hacha. Rastreando los hitos que jalonan el sendero dede el collado, rodearemos la segunda cima de la Camorza por la izquierda y bajaremos por una vaguadita que all¨ª se forma para ir a caer de sopet¨®n en una colonia de chal¨¦s, sobre la que descuella la ermita de Pe?a Sacra. Las primeras noticias sobre este santuario datan del siglo XVI, pero la enorme pe?a ha de tener, como lugar de culto, una antig¨¹edad mayor. Las pilas sim¨¦tricas, las oquedades de la roca y la existencia, sobre una pradera que se ve a poniente, del Canto Redondo, alrededor del cual bailan los vecinos de Manzanares en la fiesta de la Ermita, han hecho barruntar a varios autores que el paraje pudo estar vinculado con ritos druidas.
Al norte de la ermita, pasados los chal¨¦s, un puente cruza el Manzanares para remontarlo por la garganta Camorza. En media hora, tras rebasar un solitario chiringuito, por una pasadera de cemento dejamos el r¨ªo atr¨¢s por una senda que, cortando varias veces la zigzagueante carretera del parque, arriba al collado de Quebrantaherraduras. As¨ª cerraremos el c¨ªrculo -la forma m¨¢s sagrada- de nuestra gira.
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