Grandeza y miseria de un concierto
Kiri Te Kanawa Obras de Vivaldi, Mendelssohn, Schubert, Strauss, Liszt, Granados, Guastavino, Puccini y Cilea. Julian Reynolds, piano. Palau de la M¨²sica, Sala Iturbi. Valencia, 13 diciembre 1988.Desde el principio qued¨® claro que ¨¦ste no iba a ser un recital f¨¢cil. Las arias de Vivaldi, de s¨®lito "teloneras" en esta clase de programas, a?aden dificultades de ejecuci¨®n a la voz cuando est¨¢ fr¨ªa, y en el caso de Kiri Te Kanawa se agudizaron por lo recortada que es hoy su proyecci¨®n del sonido. La soprano mantiene la soberana belleza del timbre en una franja situada entre el Fa central y el paso, o sea poco menos de una octava. Se advierte una nueva opulencia en la zona grave de la voz, pero lo diverso del color y lo ocasional de su relieve no dejan aventurar que la soprano pueda explorar con buen pie el terreno dram¨¢tico. Por otro lado, la manifiesta imposibilidad de afinar el La bemol agudo de Io son l"umille ancella (primer bis del recital) parece un s¨ªntoma del ya inocultable declive en su carrera oper¨ªstica. Entre ese arduo Vivaldi del comienzo y el desastroso Cilea del final, Te Kanawa manej¨® con seductor artificio las tambaleantes columnas de un edificio vocal que, si bien refleja la p¨¢lida luz del ocaso, todav¨ªa emociona a fuerza de caricias y susurros. Parafraseando el poema de Heine Auf Fl¨¹geln des Gesanges, dir¨ªase que la Te Kanawa secreteaba en nuestros o¨ªdos las perfumadas consejas de Goethe, Mackay, Gilm o Victor Hugo, como si de un discurso unitario a veces se tratara. Si la Gretchen schubertiana no hall¨® la cima del delirio en el Kuss en exceso recogido, en cambio las visiones straussianas de Ma?ana y La noche tuvieron la justa dimensi¨®n del ¨¦xtasis, el mismo que falt¨® en el amoroso brindis de Zueignung. Describi¨® Te Kanawa con pura luz mediterr¨¢nea el soneto Pace non trovo, m¨¢gico crisol donde Petrarca y Liszt funden la sensualidad cl¨¢sica y el fuego rom¨¢ntico en un encuentro de los m¨¢s bellamente equilibrados que recordarse pueda en la cultura europea. Ten¨ªa a su favor la soprano un pianista, Julian Reynolds, de aquellos que saben acomodar el fraseo instrumental a la respiraci¨®n de la voz y al sentido del texto. Se apreci¨® en p¨¢gina tan rica, y a la vez tan ajena a la cultura de Te Kanawa, como es La maja y el ruise?or. Mucho m¨¢s pr¨®ximo le resulta a Kiri el mundo pucciniano, como ese juvenil Sole e amore, que no es sino el Addio de La Boh¨¨me con diferente letra. Tambi¨¦n el Canto d"¨¤nime preludia un dise?o r¨ªtmico de Gianni Schicchi. De ah¨ª la l¨®gica conclusi¨®n con el O mio babbino caro, linda "pucciner¨ªa" que permite valorar la grandeza de Te Kanawa: la que se le fue y la que le queda. Censura especialmente dura para el p¨²blico de este concierto. Si la tarjeta de visita de una ciudad es la educaci¨®n de sus habitantes, el nombre de Valencia por descontado figura ya en el Guinness de la descortes¨ªa. Pocas veces quien firma ha sentido tanto bochorno por causa de modales como los que anteayer exhibieron los "mel¨®manos" del Palau. ?Y ¨¦sta es la casta que se dice culta!
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