Derechos humanos: pasar la frontera
Se?ala Ernest Gellner que aunque tener una nacionalidad no es un atributo inherente al ser humano, hoy en d¨ªa ha llegado a parecerlo. En efecto, la nacionalidad no es una realidad natural, sino cultural, es una construcci¨®n social. Sin embargo, hoy se asume que una persona debe tener una nacionalidad del mismo modo que tiene una nariz o dos orejas: "Una deficiencia en cualquiera de estos particulares -concluye Gellner- no es impensable, pero s¨®lo como resultado de alg¨²n desastre". Y es que, ?no es cierto que carecer hoy de nacionalidad tiene mucho de mutilaci¨®n desastrosa? Pensemos por un momento: ?hubiera sido igual la situaci¨®n de los musulmanes bosnios en caso de haber contado con un Estado? El Estado moderno hijo de la Ilustraci¨®n ha pretendido generalizar una forma de vinculaci¨®n social y de protecci¨®n de los derechos humanos dependiente de la delimitaci¨®n de un territorio nacional. Con la modernidad la frontera aparece como s¨ªmbolo de seguridad y de reconocimiento. Pero se trata de un s¨ªmbolo ambiguo, pues para unir debe separar, para reconocer debe diferenciar, para acoger debe excluir, para proteger debe desamparar. No es extra?o, en estas circunstancias, que la delimitaci¨®n de un territorio nacional sea la aspiraci¨®n universal de todos aquellos que se sienten amenazados. Pero, ?puede ser esta aspiraci¨®n realmente universal? Hoy existen menos de 200 estados en el mundo, un mundo en el que pueden distinguirse alrededor de 4.000 etnias, muchas de ellas al borde mismo de su extinci¨®n; ?podemos realmente pensar en un futuro en el que cada una de esas etnias constituya una naci¨®n con el fin de garantizar la defensa de los derechos de sus miembros? Y en cualquier caso, ?debe ser esta la forma de proteger todos los derechos de todos los seres humanos? La preocupaci¨®n ¨¦tica, entendida como preocupaci¨®n por las consecuencias que nuestras acciones tienen sobre otras personas, es un fen¨®meno que tiene que ver con la aceptaci¨®n de esas otras personas como leg¨ªtimos "otros" para la convivencia. Pero la preocupaci¨®n ¨¦tica nunca va m¨¢s all¨¢ de la comunidad de aceptaci¨®n mutua en que surge. La mirada ¨¦tica no alcanza m¨¢s all¨¢ del borde del mundo social en que surge. Las fronteras nacionales son, tambi¨¦n, fronteras ¨¦ticas. Pero somos humanos gracias a otros, a cualquier "otro". Como se?ala Jos¨¦ Antonio Marina, "la radical menesterosidad del ser humano, su inevitable condici¨®n de prematuramente nacido, exige elaborar una nueva noci¨®n de persona, que reconozca la funci¨®n catalizadora que ejercen los dem¨¢s hombres". En la escena IV del acto tercero de El rey Lear Shakespeare nos presenta a Lear despojado de su palacio por su propia familia y arrojado a la intemperie. Mientras llora su destino, en plena tormenta, se encuentra con Edgardo disfrazado de miserable y enloquecido mendigo. "?No es m¨¢s que esto el hombre?", se pregunta Lear al contemplarlo. "T¨² eres el ser humano mismo. El hombre, sin las comodidades de la civilizaci¨®n, no es m¨¢s que un pobre animal desnudo y ahorcado, como t¨²", concluye. Y en se?al de reconocimiento, Lear se despoja de sus vestiduras. "Un hombre bajaba de Jerusal¨¦n a Jeric¨®..." As¨ª comienza uno de los relatos de solidaridad m¨¢s conocidos en nuestra cultura. Es la historia del Buen Samaritano, narrada en el evangelio de Lucas. Sin dejar de ser lo que somos (pues lo hermoso del relato es el encuentro de dos personas tan diferentes), ?seremos capaces de romper con las perspectivas nacionales para hacer sitio a una nueva perspectiva samaritana en la defensa de los derechos humanos? Optar por nuevas formas de reconocimiento que no dependan de la nacionalidad sino de la humana solidaridad. Es ¨¦sta una tarea que corresponde a todos, s¨ª, tambi¨¦n a los que aspiran a delimitar un nuevo territorio, pero m¨¢s a quienes, seguros tras sus viejas fronteras, tienen sus derechos a buen recaudo y se despreocupan de los derechos de los dem¨¢s. (Cuento de Navidad).
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