La gran apuestaRAFAEL ARGULLOL
A prop¨®sito de la exposici¨®n Picasso. Grabador 1900-1942, que se exhibe en el Museo Picasso de Barcelona, me parece oportuno recordar unas series, realizadas por el pintor en la d¨¦cada de los veinte, que nos introducen en uno de los relatos art¨ªsticos m¨¢s apasionantes de la historia. Se trata de los grabados (y los m¨¢s conocidos dibujos a pluma) con los que Picasso quiere ilustrar la novela de Balzac La obra maestra desconocida. Es un momento particularmente ¨¢lgido de una larga cadena de fascinaciones en la que se entremezclar¨¢n los distintos ¨¢mbitos de la creaci¨®n art¨ªstica. Junto a Picasso tambi¨¦n Giacometti y Sch?nberg se han dejado arrastrar por la atm¨®sfera de la narraci¨®n, aunque, ya antes que el artista malague?o, Rilke hab¨ªa expresado su admiraci¨®n por la figura de su protagonista y C¨¦zanne hab¨ªa llegado al extremo de identificarse con ¨¦l. Tambi¨¦n el cine se ha sumado a la cadena con la pel¨ªcula La belle noiseuse, de Jacques Rivette, minuciosa y g¨¦lida adaptaci¨®n del texto de Balzac al mundo contempor¨¢neo. Invirtiendo el sentido cronol¨®gico, la cadena de fascinaciones es todav¨ªa m¨¢s prolongada: Balzac se siente atra¨ªdo por el otro protagonista de su novela, el pintor normando Poussin, y por los maestros flamencos, mientras el propio Poussin -muy joven en la narraci¨®n- no duda en mostrar su entusiasmo por los renacentistas italianos, sobre todo por Rafael, e incluso, remont¨¢ndose hasta la antig¨¹edad, por Apeles. Con mucha probabilidad, la obsesi¨®n de C¨¦zanne y Picasso no es muy distinta a la de Poussin, el cual, por lo que sabemos, no est¨¢ muy alejado de los problemas ya suscitados por un Leonardo da Vinci o un Miguel ?ngel. Todos ellos se integran en un relato art¨ªstico que Balzac sabe captar con su excepcional ojo cl¨ªnico y en el cual, consciente o inconscientemente, tambi¨¦n se incorpora. Por eso, La obra maestra desconocida, el delicado eco textual de este relato que transcurre a trav¨¦s de los siglos, es tambi¨¦n la historia de una obsesi¨®n, la de la obra perfecta y la de la ansiedad autodestructiva que comporta. Balzac dedic¨® diversas novelas de su monumental Comedia humana a la pasi¨®n insatisfecha por la obra perfecta. El alquimista de La b¨²squeda del absoluto, el m¨²sico de Gambara o la cantante de Massimila Doni no son sino distintas m¨¢scaras de un ¨²nico rostro que quiz¨¢ era el del mismo Balzac. En cualquier caso, todos ellos aparecen pose¨ªdos por un fuego peculiar que los convierte, generalmente como pr¨®logo de una inevitable ca¨ªda, en "apostadores del infinito". Este es tambi¨¦n el talante del maestro Frenhofer, el viejo pintor inventado por la imaginaci¨®n de Balzac con los rasgos de S¨®crates y, como ¨¦ste, enfrascado a menudo en una indescifrable conversaci¨®n con su esp¨ªritu. La b¨²squeda del amor perfecto, del crimen perfecto o del juego perfecto no es muy distinta al empecinamiento de un artista por alcanzar la "obra maestra". En cualquiera de estas circunstancias, lo particular se hace universal, usurpando y vampirizando el resto de las dimensiones de la vida. Esta es con toda claridad la opci¨®n de Frenhofer, encerrado durante 10 a?os con un ¨²nico cuadro, al que denomina La belle noiseuse, y sometido a un ¨²nico desaf¨ªo: conseguir dar vida a la mujer pintada. El prop¨®sito nos acerca a un selecto grupo de obras, desde El retrato oval, de Edgar Allan Poe, hasta La mujer del cuadro, de Fritz Lang, en las que se juega con las mutuas invasiones entre la pintura y la vida. Quiz¨¢, no obstante, la propuesta de Balzac sea especialmente radical puesto que su Frenhofer, al que pone en escena como un pintor famoso y respetado por todos, llega a despreciar la representaci¨®n, fundamento de su propio arte, para fijarse como objetivo crear vida. Su hipot¨¦tica pintura estar¨ªa, por tanto, m¨¢s all¨¢ de la pintura, a no ser que, en ¨²ltima instancia, el artista consiguiera, como deus pictor, superponer la naturaleza humana con la divina. Desde esta desmesura, el viejo Frenhofer, a medio camino entre Pigmali¨®n y Prometeo, domina con autoridad al resto de los personajes de la novela. Corrige los cuadros de Fran?ois Porbus, pintor oficial de Mar¨ªa de Medicis y Enrique IV, se r¨ªe abiertamente de sus contempor¨¢neos y, sabedor del magnetismo que ejerce sobre el joven Poussin, exige que la amante de ¨¦ste, Gillette, mujer de enorme belleza, pose para ¨¦l. Aunque pose¨ªdo por los celos, Poussin cede al fin con tal de poder acceder al fruto prohibido, a la obra maestra desconocida con la que Frenhofer lleva encerrado 10 a?os en una perpetua alternancia de esperanza e insatisfacci¨®n. Cuando, tras tantas vicisitudes, Poussin penetre en el taller secreto del anciano ser¨¢ para recibir una lecci¨®n inolvidable. En su fantas¨ªa (es decir, en la de Balzac), Frenhofer encarna el saber supremo de la pintura pues no en vano ha sido el ¨²nico artista capaz de conciliar la "escuela del color" italiana con la "escuela del dibujo" n¨®rdica. Las obras amontonadas y desechadas por el extravagante maestro le parecen a Poussin giorgiones, tizianos, dureros. Est¨¢ convencido de que La belle noiseuse ser¨¢ el cuadro m¨¢s perfecto jam¨¢s pintado. Por eso se le hiela la sangre cuando el sue?o de perfecci¨®n se convierte en pesadilla y la ansiada obra maestra de Frenhofer golpea sus ojos con unos caos de formas y colores. El joven Poussin queda al principio cegado por la rabia y la frustraci¨®n hasta que, sobreponi¨¦ndose a la terrible impresi¨®n, realiza el gran descubrimiento: casi inadvertido en el naufragio general, en uno de los rincones inferiores del cuadro aparece un pie de una belleza turbadora, porque se trata de un pie vivo. La historia, creo, acaba en tablas pues, si bien el "apostador del infinito", el viejo Frenhofer, se suicida aquella noche quemando al mismo tiempo todos sus lienzos, en algo s¨ª ha vencido en su duelo con la impotencia: en ese pie vivo, en ese fragmento, como en los non-finito de Leonardo da Vinci o de Miguel ?ngel, se demuestra, pese a todo, el poder del arte. La lecci¨®n que recibe Nicola Poussin, el joven provinciano reci¨¦n llegado a Par¨ªs, es muy probablemente la misma que recibir¨¢n C¨¦zanne, Rilke o Giacometti en el momento de afrontar sus capacidades creativas; la misma, por otro lado, que Balzac deb¨ªa haber aprendido muy bien para ser capaz de expresar, como hizo, el relato art¨ªstico del sue?o de perfecci¨®n y de la impotencia. No es de extra?ar, as¨ª, que en los misteriosos dibujos dedicados a La obra maestra desconocida Picasso invirtiera con frecuencia el sentido de la desnudez y, al contrario de Gillette frente al anciano Frenhofer, propusiera al pintor desnudo ante su modelo aceptando, por tanto, que el sue?o de perfecci¨®n desviste al so?ador de toda defensa. Pero tal vez sea precisamente en este intercambio de papeles que reside la fuerza de las pasiones, pese a sus demostrados inconvenientes. Como escrib¨ªa Chamfort, el gran moralista franc¨¦s: "La gran desgracia de las pasiones no estriba tanto en las tormentas que suponen como en las faltas, en las torpezas que llevan a cometer y que degradan al hombre. Sin estos inconvenientes, aqu¨¦lla detentar¨ªa demasiadas ventajas sobre la fr¨ªa raz¨®n, la cual en absoluto nos hace felices. Las pasiones hacen vivir al hombre, el conocimiento ¨²nicamente durar".
Rafael Argullol es escritor y fil¨®sofo.
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