?Desterrar Ronda de Europa?
En la ciudad de Ronda hay un monumento a un poeta de lengua alemana... y tres monumentos a toreros del lugar. El reciente fallecimiento de uno de ellos fue motivo para que la ciudad proclamara tres d¨ªas de luto oficial. Cuando las cenizas de Antonio Ord¨®?ez fueron cubiertas por el albero de la Maestranza, un prolongad¨ªsimo aplauso permiti¨® a muchos liberar una emoci¨®n que, de lo contrario, habr¨ªa rayado en las l¨¢grimas.De la serran¨ªa de Ronda son oriundos no pocos de aquellos cientos de miles de andaluces que, desde los planes franquistas llamados de estabilizaci¨®n y desarrollo (justificados, ya entonces, en raz¨®n de la futura convergencia con Europa), abandonaron Andaluc¨ªa camino de Suiza, Alemania o... Catalu?a. Hoy los hijos de estos emigrantes sienten como propia la cultura de los lugares de acogida, hablan por supuesto su lengua, pero siguen fieles a determinados s¨ªmbolos y ritos heredados que, de entrada, en nada impiden su sentimiento de pertenencia al lugar donde viven y trabajan y a la com¨²n identidad europea. Y sin embargo...
Una edil barcelonesa anuncia su prop¨®sito de conseguir "una ciudad m¨¢s humana" en base a "una buena convivencia con los animales urbanos". Y pone manos a la obra anunciando -mediante publicidad pagada- un "Congreso Municipal de Convivencia" cuya primera tarea ser¨ªa conseguir que Barcelona sea declarada "Ciudad Antitaurina".
Ello es tanto m¨¢s chocante cuanto que ocurre en una Catalu?a que, por razones hist¨®ricas, es particularmente sensible a cuanto de canallesco hay en la descalificaci¨®n a priori de los componentes simb¨®licos en los que un grupo humano se reconoce; una Catalu?a que sabe perfectamente que no hay apertura noble a la identidad del otro de sentir que se desprecia la memoria propia.
Pero, por supuesto, la cosa va mucho m¨¢s all¨¢ del caso mencionado. La edil barcelonesa coincide con muchos otros que, de Madrid a Bruselas, se sit¨²an muchas veces en las ant¨ªpodas de sus idearios pol¨ªticos. El asunto empieza dignamente en la reflexi¨®n de universitarios que niegan la singularidad y trascendencia del lenguaje humano (homolog¨¢ndolo a un sistema entre otros de comunicaci¨®n animal), pero encuentra muy pronto caricaturesca versi¨®n en una ex-actriz francesa que identifica la muerte de un beb¨¦ foca a la de un beb¨¦ humano. Unos y otros, no me cabe duda, coinciden en la exigencia de amoldar las costumbres y tradiciones, fiestas y liturgias al c¨®digo que, en la Europa de nuestras cuitas, determina lo que cabe calificar como cultura y particularmente como arte. Para ellos, la tauromaquia ser¨ªa al arte como el fest¨ªn de antrop¨®fagos es al rito gastron¨®mico, seg¨²n ocurrente expresi¨®n -ya hace a?os- de un escritor espa?ol.
?Lugar, pues, de fest¨ªn de b¨¢rbaros esa ciudad blanca de la serran¨ªa, esa Ronda donde hoy un albero cubre las cenizas de aqu¨¦l a quien muchos design¨¢bamos como El Maestro? Dar¨¦ al respecto una respuesta tan subjetiva como tajante: b¨¢rbaro, en cualquier caso, aqu¨¦l que desprecia a priori un rito en el cual una comunidad se reconoce y reconcilia.
La tauromaquia es una actividad en la que el espectador coincide en gran parte con lo que abusivamente es denominado pueblo llano. No se trata de espectadores cultivados, como por ejemplo en la m¨²sica llamada hoy cl¨¢sica (no por t¨®pico deja de ser menos ¨²til recordar que tampoco eran espectadores cultivados aquellos que acud¨ªan al teatro griego). Esto desprestigia a la tauromaquia para todos aquellos que parten de una concepci¨®n seg¨²n la cual la riqueza esencial de una cultura, y concretamente del lenguaje, residir¨ªa, no en aquello que todos poseemos (trat¨¢ndosoe del lenguaje en aquello que Chomsky califica de estructura profunda), sino en frutos contingentes que unos sujetos alcanzan y otros no; aquello, por ejemplo, que resulta de una u otra informaci¨®n. Ello conduce a una jerarquizaci¨®n entre humanos que han acumulado alimento cultural y humanos que s¨®lo poseen lo esencial. El goce de las actividades art¨ªsticas, y culturales en general, ser¨ªa privilegio de los primeros.
Tenemos contrapunto en el sentimiento de que todo ser humano (cualquiera que sea su situaci¨®n en la jerarqu¨ªa social) se halla irremediablemente confrontado a la verdad; que ¨¦sta, seg¨²n la frase de un pensador de nuestro siglo, a todos concierne. Precisamente porque la tauromaquia es un lugar donde el juicio sobre lo acertado o no de lo que all¨ª acontece es esencial y exclusivamente popular, un lugar donde el pueblo es aut¨¦nticamente soberano, donde no cabe distinguir entre juicio de ¨¦lites y juicio de masas, cabe decir que la tauromaquia se identifica a la confrontaci¨®n con la verdad.
Ello implica que la tauromaquia no peca respecto al arte por defecto (de sutileza o de rigor), sino por exceso (de radicalidad y ambici¨®n). Y as¨ª, lejos de que el taurino deba hacer propio el tipo de exigencia que caracteriza al receptor usual de la obra de arte, este ¨²ltimo deber¨ªa m¨¢s bien apropiarse de la disposici¨®n del primero. Lejos, en fin, de que el torero deba apuntar a ser fundamentalmente artista, f¨¦rtil ser¨ªa para el artista intentar reencontrarse a s¨ª mismo (reencontrar la radical aspiraci¨®n de sus or¨ªgenes) tomando modelo en la siempre fr¨¢gil figura del torero. Esa figura venerada desde Ronda a La Camarga, pero, al parecer, irremediablemente repudiada por Bruselas.
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