Guerras de religi¨®n
Pongo la radio con cuidado, por si estallara al encenderla, mientras la taza de caf¨¦ da vueltas en el interior del microondas, y entre cat¨¢strofe y cat¨¢strofe mundial, un locutor nos previene de que el dios Tr¨¢fico se ha levantado de mal humor. Quiz¨¢ no se le ofrecieron suficientes sacrificios durante la semana. El caso es que la M-30 est¨¢ cortada a la altura de Vallecas y en la M-50 ha volcado un cami¨®n lleno de gallinas o de tripas de cerdo dejando absurda la v¨ªa de circunvalaci¨®n. La lluvia, por su parte, ha convertido las calles del centro en una ratonera. El locutor insiste en que deje usted su coche donde est¨¢ y use el transporte p¨²blico.Dios m¨ªo, me digo, esto no es una informaci¨®n, es un parte de guerra. Quiz¨¢ no me he despertado todav¨ªa. Protegi¨¦ndome los ojos con la mano izquierda, para que si el aparato revienta no se me incrusten las esquirlas en los ojos, muevo la aguja de la radio en busca de una situaci¨®n real, soportable, medible, acogedora, y me entero involuntariamente de los atascos de la calle Vel¨¢zquez, de Serrano, del trombo de la Castellana, del infarto de la Gran V¨ªa. Entonces, contin¨²o dici¨¦ndome, la gente no va a trabajar, sino a la guerra.
-Va a trabajar, pero tiene que pasar previamente por la guerra para satisfacer al dios Tr¨¢fico, que suele despertarse muy col¨¦rico y no se calma hasta media ma?ana, despu¨¦s de haber devorado a tres v¨ªrgenes y cuatro padres de familia, a ver si te enteras.
Me pongo la corbata y camino disciplinadamente hasta la primera parada del autob¨²s. Bajo la marquesina nos encontramos cuatro o cinco personas. Nadie, excepto yo, se ha dado cuenta de que vamos a la guerra. La gente cree que va a la universidad o a ganarse la vida, o a dejar al ni?o en casa de su madre. He dicho que est¨¢bamos bajo la marquesina cuatro o cinco personas, pero no me he expresado bien: en realidad somos cuatro o cinco bultos. No hay entre nosotros mayor relaci¨®n que la que se podr¨ªa establecer entre media docena de sacos de patatas abandonados en la v¨ªa p¨²blica. Desv¨ªo la mirada hacia la acera de enfrente y veo m¨¢s bultos caminando de ac¨¢ para all¨¢ sin orden ni concierto. Vienen de la guerra o van a ella, seg¨²n.
El autob¨²s abre sus puertas, accedemos a ¨¦l y nos reunimos con otros bultos que se desplazan de un lugar a otro del campo de batalla. Algunos de estos bultos, pienso, no regresar¨¢n a casa por la noche y dentro de una semana o dos veremos su foto en las estaciones de tren o en las tiendas de los aeropuertos. Algunos, con suerte, saldr¨¢n por la televisi¨®n y se har¨¢n famosos por haber desaparecido. En la guerra es preciso mantener alta la moral de los combatientes. Los que sobreviven tienen que ver que el Alto Estado se ocupa de los caldos por el Dios Tr¨¢fico y la patria Tal.
Un movimiento brusco del autob¨²s me lanza contra el bulto situado delante de m¨ª y le pido perd¨®n con una abertura muy pr¨¢ctica que tengo en la parte superior del cuerpo, llamada boca. No me responde. Se trata de un paquete de mala calidad. Vete a saber lo que llevar¨¢ dentro. No todo lo que est¨¢ cerrado tiene por qu¨¦ contener un tesoro. El prestigio de las cosas cerradas es absurdo. A todos nos gusta quitarle la cinta a un regalo, abrir la caja, poner cara de sorpresa... Pero a veces las cajas no tienen m¨¢s que porquer¨ªas. Me pregunto de qu¨¦ situaci¨®n hist¨®rica proceder¨¢ el prestigio de las cosas cerradas y entonces me doy cuenta de que soy un bulto pensante, aunque intransitivo. Todos los bultos son intransitivos dentro del autob¨²s. Para ir a la guerra conviene dejarse en casa los sentimientos, incluso las heridas: al fin y al cabo no las vas a necesitar. En la guerra hay heridas para dar y tomar. La mayor¨ªa de los individuos vuelve a casa con siete u ocho cada d¨ªa.
Los que vuelven, porque he pasado por delante del escaparate de una pasteler¨ªa donde veo la foto de una chica muy joven, muy joven, con el r¨®tulo de Desaparecida, en la parte superior. No se ha entregado a Tr¨¢fico porque lo sabr¨ªamos. Debe de haberla devorado otra divinidad: quiz¨¢ una secta religiosa o una nave extraterrestre. Imagino a su madre yendo de tienda en tienda con la foto, pidiendo permiso para pegarla en el escaparate. Dios m¨ªo, me digo, esto es la guerra y no me hab¨ªa dado cuenta hasta esta ma?ana, al encender la radio y escuchar el parte que oigo todos los d¨ªas. Un d¨ªa uno se levanta m¨¢s despierto y advierte d¨®nde est¨¢ y estamos en la guerra, o en la religi¨®n (no hay que olvidar a Tr¨¢fico) o quiz¨¢ en una guerra religiosa. Viva la Edad Media.
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