Bogey cumple un siglo
Humphrey DeForest Bogart, hijo de la pintora Maude Humphrey y del m¨¦dico Belmont DeForest Bogart, o Bogarte, apellido holand¨¦s enraizado en la aristocracia neoyorquina, llamado unas veces Bogie y otras Bogey, naci¨® en Manhattan el ¨²ltimo a?o del siglo XIX, seg¨²n unos el 23 de enero y seg¨²n otros el 23 de diciembre. ?l no lo aclar¨®. De ah¨ª que, para unos, su tard¨ªo vuelo al estrellato en 1941, sobre las negras y bellas turbulencias de Su ¨²ltimo refugio y El halc¨®n malt¨¦s, que se rodaron entre una y otra fecha, le lleg¨® a los 40, y para otros, a los 41 a?os. En cualquier caso, un poco tarde: no le quedaba ni un diente propio, ocultaba con un postizo la calva y se le hab¨ªan quemado los ¨²ltimos restos de ganas de tener pinta de ni?o bonito, con la que habr¨ªa fracasado a cualquier edad. En una de sus vociferantes broncas p¨²blicas, su tercera mujer, la furibunda Mayo Methot, grit¨® a la concurrencia: "No creais a este hijo de puta. Miente siempre. ?No veis que hasta parece guapo?".Bogart lo fue todo, menos un ni?o bonito. El triunfo le lleg¨® en el instante preciso para hacer posible que de los zurcidos de su rostro se destejieran los flecos de un mito universal, que salt¨® al mundo un a?o despu¨¦s de morir en 1957, con el gesto imitativo de Jean-Paul Belmondo, en Al final de la escapada, de cruzar un dedo sobre la cicatriz del labio superior cosido que obligaba a Bogey a cecear su famoso mal hablar: se le desgorbenaba parte del aire por el surco de la cicatriz y consumi¨® d¨¦cadas primero corrigiendo y luego sacando partido de aquel defecto, hasta covertirlo en virtud. Es esa una puerta de acceso al misterio de este extraordinario hombre: conoc¨ªa tan a fondo sus l¨ªmites, que sab¨ªa atravesarlos e ir m¨¢s all¨¢ de ellos.
La superioridad de la leyenda de Bogey sobre cualquier otra de las fabricadas por el cine procede precisamente de que encumbra a un hombre lleno de carencias, entrado en a?os, cascado, flaco, bajo, sin cachas, borracho y de voz nasal, un tipo com¨²n metido en fregados descomunales. Es un personaje con el que la mayor¨ªa de la gente, que es gente zurrada, se identifica, porque est¨¢ hecho de la materia del perdedor indomable, terco hasta el l¨ªmite del aguante, un pobre diablo al que los poderosos no han parado de zurrar y que, sin embargo, no se arruga. Y sin arrugarse sigui¨® a¨²n siendo un redomado cobarde en trabajos tan vigorosos como La reina de ?frica y El mot¨ªn del Caine. En realidad, el mito no coincid¨ªa del todo con el ciudadano. Dio Bogart la cara en los primeros d¨ªas de la respuesta de Hollywood al senador fascista McCarthy, pero luego, cuando la bronca se puso fea, desapareci¨® del mapa de la resistencia.
Aquel hombre com¨²n alcanz¨® la cumbre del estrellato casi por suerte. Debut¨® en 1924 (a?o en que naci¨® Lauren Bacall, mujer de su vida) en Broadway y en 1930 en Hollywood. Con estad¨ªstica de abuela, resumi¨® as¨ª su largo y humillante comienzo en el cine: "De 34 pel¨ªculas que he hecho, me han matado a tiros en 12, fui electrocutado o ahorcado en ocho y estuve en chirona en nueve". Un amigo, Leslie Howard, y un enemigo, George Raft, le condujeron (sin ¨¦l buscarlo: ya no esperaba nada, salvo vaciar hasta el culo la siguiente botella) al camino de la fortuna. En 1934 interpret¨® en Broadway junto a Howard (que encarn¨® al poeta Alan Squier) El bosque petrificado. Apalabraron al actor ingl¨¦s para la versi¨®n filmada por Archie Mayo, ¨¦ste rechaz¨® a Bogart para dar cuerpo al g¨¢nster Duke Mantee y al d¨ªa siguiente recibi¨® un telegrama ultim¨¢tum desde Londres: "Con Bogart en Mantee o sin Howard en Squier. Leslie". En este mensaje azul comenz¨® su entrada en la leyenda, que le abri¨® de par en par las puertas cuando en 1941 George Raft rechaz¨® el protagonismo de Su ¨²ltimo refugio (por lo visto, no le apetec¨ªa que lo acribillasen) y le cay¨® en la mano, de carambola, a Bogart; y cuando al cabo de unas semanas volvi¨® Raft a rechazar otra oferta, protagonizar El halc¨®n malt¨¦s (por lo visto, no le eran simp¨¢ticos Hammett y Huston), y este nuevo "no" del atildado sicario de Lucky Luciano volvi¨® a caer de carambola en la mano abierta de Bogart. El estrellato fue servido en bandeja a alguien que no ten¨ªa dotes para alcanzarlo, pero que se las ingeni¨® para hacerse due?o de sus limitaciones, sobrepasarlas y llegar a las alturas del mandato de convertirse en un fetiche inagotable, amistoso y consolador para medio mundo.
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