Selecciones
Maravilla encontrarse asuntos ultramodernos tratados por escritores antiguos, como si tras el paso de quinientos o mil a?os nada hubiera variado. Recuerdo la estupefacci¨®n con que le¨ª, en la tremenda cr¨®nica de Amiano Marcelino escrita en plena decadencia del imperio, que los j¨®venes v¨¢stagos de las grandes familias romanas se hab¨ªan vuelto mentecatos y ya s¨®lo se interesaban por los carros de competici¨®n y las justas de gladiadores. La insensatez parece reducirnos siempre a un n¨²mero muy discreto de fetiches, especialmente entre la pegajosa sociedad masculina. En estos d¨ªas he tropezado con otro testimonio chocante: "Los pueblos embrutecidos se distraen y divierten con cualquier pasatiempo que les pongan ante los ojos, y con ello se acomodan a la servidumbre como si fueran ni?os, pero peor, pues ¨¦stos a lo mejor aprenden las letras cuando miran las im¨¢genes de los libros". Lo escribi¨® hacia 1560 un caballero franc¨¦s intrigado por el j¨²bilo con que ciertas poblaciones aceptaban someterse a la tiran¨ªa. El ejemplo m¨¢s antiguo de esclavos felices, que yo sepa, viene de Herodoto cuando cuenta que Ciro, para sujetar a los rebeldes lidios, mand¨® abrir gran n¨²mero de burdeles, tabernas, casas de juego y loter¨ªas hasta sorberles el raciocinio. Es, por lo tanto, maquinaci¨®n antiqu¨ªsima y uso habitual de los demagogos hacer grandes dispendios de dinero (ajeno) en competiciones deportivas y otros espect¨¢culos populares. Tras la invenci¨®n de los medios de comunicaci¨®n masiva, Hitler, Mussolini, Stalin, Mao y Franco alcanzaron, en materia deportiva, un extremo dif¨ªcil de superar. Ahora bien, no admira tanto el cinismo de los aut¨®cratas cuanto la eficacia del invento. Desde hace m¨¢s de veinte siglos sigue aplic¨¢ndose con ¨¦xito. Hay que ver c¨®mo tira el reba?o...
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