A veces la vida
A veces la vida toca las noticias, se cuela en los peri¨®dicos y utiliza este trozo de papel para expresar el ¨ªntimo latido de la gente. Lo que le pasa a la gente, famosos o no, conocidos o ciudadanos a los que jam¨¢s veremos en la esquina del barrio o en las colas de los telediarios. Da la sensaci¨®n de que lo que ocurre, al convertirse en noticia, en carne de los medios, se mete entre algodones, deja de existir aun siendo noticia, y todo suena como si fuera sordo el rumor con el que aparece ante el p¨²blico lo que verdaderamente pasa.Pero a veces la vida se cuela en las noticias, las hace latir, inolvidables.
Dec¨ªa Jules Renard que el sue?o es es el sal¨®n de los recuerdos, y tantas veces da la impresi¨®n de que la realidad que nos cuentan es s¨®lo sue?o, recuerdo del sue?o, algo que pas¨® s¨®lo para que est¨¦ en los diarios. En todo caso, ah¨ª, en los diarios, duran m¨¢s, pero en la televisi¨®n las cosas pasan de pronto y uno las ve como un celaje; si da tiempo y la noticia es rematadamente mala -un muerto en medio del fango, una matanza, cualquier hambre en ?frica- uno tiene ocasi¨®n de pasar p¨¢gina con el aparatito del zapping, as¨ª que lo que sucede se queda verdaderamente en sue?o, algo que debi¨® pasarle a otros. Y si es en la radio donde la vida ofrece ese latido, siempre nos hallar¨¢ haciendo otra cosa, acaso en la cocina o en el ba?o, y ya se sabe que la urgencia de la vida propia anula la vida ajena, y uno no oye cuando est¨¢ tan enfrascado en la situaci¨®n dom¨¦stica.
Pero en el peri¨®dico es m¨¢s dif¨ªcil salvar la atenci¨®n, dejarla de fijar all¨ª donde el ojo se ha puesto a mirar; y en la ¨²ltima semana, ha habido, en medio de inauguraciones, premios, vanidades, famas y envidias, y festejos, en medio de esa urgencia hacia la nada que nos hemos dado los hombres para llegar a ning¨²n sitio, la vida ha pedido su espacio y se ha quedado ah¨ª, parpadeando, en forma de una cr¨®nica inglesa que se refiere a la terrible enfermedad que padece la escritora Iris Murdoch, paciente de Alzheimer, cuya historia ha contado ahora su marido, el cr¨ªtico John Bayley, en un libro titulado Eleg¨ªa por Iris.
Uno imagina esa existencia sin recuerdo, y lo que se quiere ver dentro de esa cr¨®nica (EL PA?S, 3 de enero de 1999) es la textura de las cosas que van sucediendo en la casa de la que ya no tiene memoria, c¨®mo es posible, qu¨¦ hace, qu¨¦ se hace con ella, ?no hay jam¨¢s una sensaci¨®n de esperanza, ni un resquicio, nada, su vida es nada? Novelista c¨¦lebre, Dama del Imperio Brit¨¢nico, bell¨ªsima mujer que de pronto enamor¨® al acad¨¦mico andando en bicicleta delante de la ventana de su casa de Oxford (tiene un bell¨ªsimo poema Francisco Brines que tambi¨¦n sucede desde una ventana as¨ª), y que al cabo de los a?os ya no tiene siquiera el consuelo del sue?o lleno de recuerdos del que hablaba Renard.
E1 marido dice en el libro que a veces a Iris se le ilumina el rostro con una chispa de entendimiento, y tambi¨¦n expresa su absoluta incapacidad para imaginar la vida sin ella: "No s¨¦ qu¨¦ hacer cuando no est¨¢ conmigo". ?1 es su esperanza, ella es su esperanza; es una historia de amor que tiene el silencio de cualquier lado. La casa es el reflejo de esa ausencia misteriosa y abismal, esa imposibilidad de asidero -"los abrigos se amontonan en el suelo de la cocina, la mesa del desayuno est¨¢ cubierta de platos sucios y el sal¨®n es un batiburrillo de libros, tazas de caf¨¦, plantas en diversos estados de decrepitud"- y la cronista, Sarah Lyall, subraya que as¨ª suelen estar las casas de los despistados de Oxford. Pero si uno hurga lejos de esa evidencia, que los intelectuales de Oxford son despistados, vemos en esa identidad descuidada de las casas el flujo terrible que deja en la vida dom¨¦stica la dejadez del recuerdo, la infinita soledad con que nos rodea la falta de memoria y por tanto de espejo; ese sal¨®n de los sue?os desmueblados tiene, parece, esta consecuencia cruel en el paisaje alrededor, y es probable que la descripci¨®n de la cronista corresponda a cualquier otra casa de Oxford o de cualquier sitio. Pero sabiendo que en medio de esta noticia de la vida hay una persona que de este modo ha sido asaltada por la desmemoria progresiva a la que conduce esta enfermedad terrible, no cabe duda que el cuadro se convierte tambi¨¦n en una met¨¢fora y en un s¨ªmbolo que acaso pint¨® mejor que nadie el irland¨¦s Francis Bacon. Pero no es un cuadro, es la vida. La desolaci¨®n de los objetos, su rebeld¨ªa, y de pronto la imagen que verdaderamente ofrecen cuando se les ha abandonado y ellos construyen la verdadera pintura de la vida, como si en ese desorden se manifestara el desorden del nombre -y del recuerdo- de sus protagonistas.
A veces la vida toca las noticias.
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