Estamos de m¨¢s en el presente
Todav¨ªa no s¨¦ si fue una idea feliz o desgraciada la de visitar el pasado verano aquel parque tem¨¢tico. Entretenida s¨ª result¨® la visita, de eso no hay duda alguna. En semejantes lugares se ofrecen intensidades en un estado m¨¢ximamente puro. Por ejemplo, se ofrecen complicadas maquinarias destinadas en exclusiva a provocar el p¨¢nico. Tarea que, dicho sea de paso, llevan a cabo con gran eficacia. Cuando uno se ve en lo alto de cualquiera de las m¨²ltiples monta?as rusas entre las que escoger, y constata que aquello que desde el suelo se percib¨ªa como suave curva se ha transformado, por arte de magia, en pared cortada a pico, por un instante cree sentirse en la piel de los que han pasado por los peores trances, entender esa particular combinaci¨®n de dulce abandono y feroz resistencia que, dicen, se experimenta ante lo irremediable.Ahora bien, por contundente que pueda resultar la experiencia, apenas nada hay en ella de sorprendente. A fin de cuentas, en estos lugares se trata inequ¨ªvocamente de eso. Los innumerables visitantes que aguardan, pacientes, en las largu¨ªsimas colas que se forman ante las atracciones m¨¢s celebradas andan precisamente en busca de ese raro instante, de esa caracter¨ªstica presi¨®n en la boca del est¨®mago que acaba dando paso, cuando todo termina, a un alivio desmayado, a un gemido de satisfacci¨®n (o de derrota). Pero ese ciclo del anhelo sistem¨¢ticamente colmado, de la expectativa mec¨¢nicamente satisfecha, que se reitera sin cesar hasta que el d¨ªa o el cuerpo no dan m¨¢s de s¨ª, tal vez pueda distraer de lo caracter¨ªstico que aqu¨ª ocurre, pero no consigue ocultarlo.
En contra de lo que a primera vista pudiera parecer, los protagonistas de todo esto no son los j¨®venes que, alborozados, levantan los brazos en el momento de la vertiginosa ca¨ªda, ni los adolescentes, sudorosos y gritones, que compiten por llegar cuanto antes al siguiente artefacto. En realidad, todos ellos, junto con los abundantes parientes que les suelen acompa?ar, desempe?an una extra?a funci¨®n como de comparsas en medio de esta historia. Porque de historia, o de historias, parece ir realmente esto. Acaso, como tantas veces acostumbra a ocurrir, el secreto est¨¦ escondido en el mejor lugar, esto es, bien a la vista, y bastase con atender al cambio de denominaci¨®n para empezar a percibir por d¨®nde pasa la especificidad de esos lugares. Lugares que han abandonado su antigua y descriptiva denominaci¨®n de "parque de atracciones" para adoptar la m¨¢s grandilocuente de "parque tem¨¢tico".
Es de suponer que quien propuso el nuevo nombre lo hizo para dejar claro que estos nuevos parques pretenden ir m¨¢s all¨¢ del mero entretenimiento, o para dar a entender que, manteniendo la aspiraci¨®n a entretener, se proponen alcanzar ese objetivo por v¨ªas distintas a las de la simple atracci¨®n. Es de suponer tambi¨¦n que los temas aludidos hacen referencia a ¨¦pocas, momentos hist¨®ricos o civilizaciones. El caso es que al visitante se le ofrece la posibilidad de transitar del antiguo Egipto al Lejano Oeste, de la China de la dinast¨ªa Ming a la civilizaci¨®n maya, sin olvidar la Polinesia o la Roma imperial, dejando en sus manos el concreto trazado de la ruta. El visitante queda de esta manera convertido en viajero, en una peculiar modalidad de viajero a trav¨¦s de la historia.
En su recorrido se ir¨¢ encontrando con cuidadas reconstrucciones, con r¨¦plicas impecables de aquellos mundos. Todo est¨¢ en su sitio, no se ha descuidado el menor aspecto, ni se ha dejado ning¨²n cabo suelto, hasta el extremo de que, fugazmente, cualquiera de nosotros puede llegar a sentirse transportado a alguna de esas ¨¦pocas. Pero el sue?o, la fantas¨ªa del viaje por el tiempo, se ve siempre interrumpida de la misma forma, por la misma raz¨®n. Siempre hay alguien que nos impide olvidarnos de qui¨¦nes somos y de d¨®nde estamos. Imposible no toparse con alguno de los much¨ªsi-mos visitantes que llevan escrito en su cuerpo, en su indumentaria, en su expresi¨®n o en su actitud el tiempo y la realidad de la que provienen. Gentes que no est¨¢n en el gui¨®n y que se empe?an, de forma tan impertinente como provocadora, en irrumpir en la escena (?qu¨¦ hace esa se?ora en bermudas filmando con su c¨¢mara de v¨ªdeo a las coristas del saloon?). Sin derecho alguno, por cierto: pertenecen a una ¨¦poca o a un lugar que no se corresponde con ninguna de las opciones existentes. Llevan el ¨²nico disfraz que no estaba previsto.
Pero si la experiencia es significativa es porque no es excepcional. A fin de cuentas, tambi¨¦n son parques tem¨¢ticos, s¨®lo que en miniatura, muchos de esos caf¨¦s que han empezado a proliferar en nuestras ciudades. Josep Ramoneda se refer¨ªa recientemente, en un art¨ªculo aparecido en la edici¨®n catalana de este peri¨®dico (Terceras v¨ªas, 30 de noviembre pasado), a lo sucedido con uno de los establecimientos m¨¢s tradicionales de Barcelona, el caf¨¦ Z¨²rich, que fue cerrado para poder construir en el solar un nuevo edificio, y que ahora se reabre, haciendo gala de que est¨¢ igual a como estuvo siempre. Hay casos peores: en el paseo de Gracia existe otro caf¨¦, inaugurado hace no mucho en un local antes ocupado por una sucursal bancaria, en el que ni la atenta mirada del profesional m¨¢s cr¨ªtico podr¨ªa encontrar el menor fallo en la reconstrucci¨®n. Todo pertenece a otra ¨¦poca. No hay un solo elemento que refiera a la actualidad.
No puede ser casual -ni ser s¨®lo cosa de meros intereses comerciales- tanto empe?o en resucitar lo perdido. En realidad, todo esto -junto con alg¨²n indicio m¨¢s: verbigracia, algunas de las recientes Exposiciones Universales- parece estar informando de un aut¨¦ntico cambio en nuestro modo de vernos en el mundo. Hemos dado un paso m¨¢s sobre la vieja fantas¨ªa de viajar por el tiempo: ahora ya producimos el pasado, lo construimos a voluntad. Caduc¨® el principio escol¨¢stico medieval "el pasado puede m¨¢s que Dios", que intentaba se?alar el car¨¢cter irreversible de lo sucedido. Pues bien, nosotros ahora (creemos que) podemos con el pasado. He aqu¨ª un delirio de omnipotencia, que ha hecho saltar por los aires muchas de nuestras m¨¢s arraigadas expectativas, pero que, al mismo tiempo, nos ha colocado frente al v¨¦rtigo de la decisi¨®n.
Porque, paradojas de la vida, esa presunta omnipotencia parece no estar siendo capaz de producir en este momento otra cosa que la reiteraci¨®n. El futuro, ese territorio de lo imaginario tan visitado en otras ¨¦pocas, hace tiempo que desapareci¨® de nuestro horizonte de pensamiento, tal vez por su car¨¢cter delator: cualquier representaci¨®n de futuro informa, con precisi¨®n de orfebre, del presente desde el que est¨¢ realizada; no pasa de ser, a ojos vista, una proyecci¨®n hacia adelante de los anhelos y temores del hoy. El pasado, en cambio, ofrece la gran ventaja de mantenernos en la sombra: parece un asunto de otros, concretamente de quienes lo hicieron ser como fue. Tal vez sea ¨¦sa la raz¨®n por la que se est¨¢ vaciando de contenido el presente, devalu¨¢ndolo a la condici¨®n de simple mirador desde el que contemplar el pasado.
Pero quienes se aplican a esa labor incurren en una doble falacia: de una parte, creen que mantener lo que hab¨ªa tal cual, conservarlo intacto como si el tiempo no hubiera pasado, equivale a abstenerse de tomar una decisi¨®n -parar el reloj de la historia en la fecha de nacimiento de lo conservado-, cuando est¨¢ claro que no es as¨ª: conservar es tomar una decisi¨®n en el presente. Adem¨¢s, esta actitud se abstiene igualmente de criticar la decisi¨®n del pasado, la asume como inobjetable -por no decir como gozoso e inexorable destino-. Se olvida de esta forma que cuando alguien decidi¨® construir ese caf¨¦ que ahora sobrevive embalsamado, o que se toma como modelo para copiarlo al detalle, lo hizo muy probablemente contra lo que hab¨ªa all¨ª antes, y tuvo que hacer valer su decisi¨®n. Pero a los clientes de hoy eso no parece importarles en exceso: les hace gracia el anacronismo y, si acaso, procuran no desentonar con el decorado. Sin duda, estamos de m¨¢s en este extra?o presente. O tal vez sea que es el presente mismo el que empieza a estar de m¨¢s.
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