Una c¨¢rcel a presi¨®n
Recorrido por el penal de Soto, donde viven ajenos a la pol¨¦mica violadores. rapados, etarras y ladrones de poca monta
Malo es que una celda huela a pintura y las otras no. Durante la madrugada del martes, nadie sabe por qu¨¦, el preso Pablo Bienvenido, de 63 a?os, se levant¨® de su catre y degoll¨® con una cuchilla azul de afeitar a Jes¨²s Cano, de 53 a?os, su compa?ero de celda, con quien ya hab¨ªa compartido varios meses de c¨¢rcel. Lo mat¨® mientras dorm¨ªa, sin que pudiera defenderse ni usar el interfono de emergencia. Y ahora, ni el fuerte olor de la pintura tan reciente -siempre se blanquea una celda cuando alguien muere- es capaz de borrar de la mente tres preguntas: ?por qu¨¦ pas¨®?, ?se pudo haber evitado?, ?qu¨¦ est¨¢ sucediendo en la prisi¨®n de Soto para que salga en los telediarios un d¨ªa s¨ª y otro tambi¨¦n? -Le juro que es horrible. Ya mis vecinos empiezan a pensar mal de m¨ª, y hasta creo notar que mis hijos me miran de reojo...
Con un punto de iron¨ªa y otro de amargura, Eugenio Arribas, el director de la prisi¨®n, intenta explicar la dif¨ªcil situaci¨®n que atraviesan ¨¦l y su equipo directivo.Tambi¨¦n ?ngel Yuste, el director general de Instituciones Penitenciarias, a quien los sindicatos de prisiones -y en especial ACAIP, el mayoritario- tienen fijado en el punto de mira. El viernes, Yuste acept¨® que un redactor de este peri¨®dico le acompa?ase, de improviso, a visitar la c¨¢rcel.
A las diez de la ma?ana a¨²n no se hab¨ªa derretido el hielo. Los funcionarios debieron esparcir sal en abundancia para evitar que alg¨²n interno se rompiera la crisma. ?ngel Yuste entr¨® en la prisi¨®n -inaugurada a finales de 1995- con unos folios bajo el brazo, la estad¨ªstica de muertes, los nombres de los presos fallecidos, el d¨ªa y el porqu¨¦. Las tres eses que amenazan a la poblaci¨®n peor tratada -sida, sobredosis y suicidios- tambi¨¦n merodean por el patio de la c¨¢rcel. Muchos de los internos -procedentes del mundo de la droga, el verdadero esp¨ªritu del 80% de los delitos que se cometen en Espa?a- llegan en condiciones lamentables; algunos con fuertes s¨ªndromes de abstinencia, otros en estado terminal de sida. "Hay que tener en cuenta", advierte el director de la prisi¨®n, "que a Soto del Real llegan ahora -tras el cierre de la c¨¢rcel de Carabanchel- todos los internos preventivos procedentes de los juzgados de la plaza de Castilla, y, a pesar de eso y de lo que digan los sindicatos, la conflictividad no ha aumentado". "Ni tampoco", a?ade, "se producen m¨¢s muertes que en otros centros; hay gente que por desgracia estaba destinada a morir en la calle, cometieron un delito, los detuvieron y la vida se les acab¨® aqu¨ª".
Se da la circunstancia de que si un preso fallece en el hospital, durante un traslado o mientras est¨¢ de permiso, su muerte pasa a engrosar la estad¨ªstica de la prisi¨®n a la que pertenece, que en definitiva es su domicilio temporal. Yuste -mientras pasea entre los m¨®dulos de la c¨¢rcel y saluda a algunos funcionarios- se inclina sobre su listado para hacer ver que algunas de las muertes que los sindicatos achacan a Soto se produjeron muy lejos de sus muros. "Mire", explica, "esta mujer muri¨® durante un traslado. Le hab¨ªan dado un permiso para asistir al entierro de un familiar. Consigui¨® hero¨ªna y se la inyect¨®, sin reparar que su combinaci¨®n con la metadona -un sustituto de la hero¨ªna con el que estaba siendo tratada en prisi¨®n- es mortal. Falleci¨® en el furg¨®n, sin que la Guardia Civil lo pudiera evitar, y ahora resulta que nosotros somos los culpables".
La c¨¢rcel de Soto, por dentro, est¨¢ muy lejos de parecerse al infierno que se imagina desde fuera. Ni tampoco el visitante tiene la impresi¨®n de que los funcionarios sufran una situaci¨®n explosiva. El viernes por la ma?ana se encontraba a pleno rendimiento el taller mec¨¢nico -donde los internos construyen conducciones de aire acondicionado- y otro donde se montan cuadros el¨¦ctricos. Todos ellos supervisados por operarios de empresas del exterior. Tambi¨¦n hay presos que fabrican velas de colores, pintan cuadros o estudian.
En Soto, adem¨¢s, se amasa y cuece de madrugada todo el pan que se consume en las prisiones de Madrid. Unos cobran por su trabajo -unas 40.000 pesetas mensuales por una jornada de cuatro horas diarias-; otros reducen condena y hay quienes emplean sus horas en estudiar. Bien una carrera universitaria -80 internos-, no universitaria -255- u otro tipo de estudios.
El joven que apu?al¨® una y otra vez a un hombre en una parada de autob¨²s y lo hizo s¨®lo para ganar un juego absurdo, el etarra m¨¢s sanguinario y tambi¨¦n el cabeza rapada acusado de acabar con la vida de un hincha rival buscan ahora el sol de un patio de la prisi¨®n; tambi¨¦n el capo de la droga y un violador infame. La normalidad de una prisi¨®n -y no por eso deja de impresionar- es ¨¦sa precisamente.
"Se han dicho muchas medias verdades -que son peores que las mentiras- y tambi¨¦n muchas cosas totalmente inciertas", se queja ?ngel Yuste. "?Que por qu¨¦ dorm¨ªan en la misma celda?, porque as¨ª lo ven¨ªan haciendo desde hace meses, su convivencia era buena y nadie pod¨ªa pensar en un desenlace as¨ª. ?Que por qu¨¦ ten¨ªa una cuchilla de afeitar? Porque a todos los presos se les proporciona un lote de aseo y nadie hace mal uso de ¨¦l... Tambi¨¦n", intenta zanjar las dudas el director general de Instituciones Penitenciarias, "estas cosas pasan en el exterior, un hombre se vuelve loco un d¨ªa y mata a una mujer y a sus hijos; si eso pasa en la calle, ?c¨®mo vamos a evitar que alg¨²n d¨ªa pase aqu¨ª, en una c¨¢rcel llena de gente con problemas? ?Ni con 50 funcionarios por preso lo hubi¨¦ramos podido evitar...!".
El director de la prisi¨®n admite que vive con miedo. Teme a la mala suerte y a "la gente malintencionada que est¨¢ ensuciando la labor callada y eficaz de muchos funcionarios". Tambi¨¦n odia el olor a celda reci¨¦n pintada.
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