Las dos aceras de la sanidad
Testimonio de madres con hijos desatendidos por el Insalud y del jefe de un centro abrumado por la burocracia
Todos los d¨ªas, a cualquier hora, en la acera de los n¨²meros pares de la calle de las Navas de Tolosa (Madrid), las dos caras de la sanidad se miran de soslayo. Y, a veces, hasta con miedo. En el n¨²mero 10 se alza la casa de atenci¨®n municipal del distrito Centro. Un edificio blanco por cuyas puertas esmeriladas desfilan a lo largo de la jornada centenares de inmigrantes ilegales con sus hijos. All¨ª no les piden papeles. Dos n¨²meros m¨¢s arriba, otra puerta se abre. Pero esta vez no se ven extranjeros detr¨¢s. Es el centro de atenci¨®n primaria del Insalud. Para muchos, como Lidia, una orilla casi inalcanzable.Pero Lidia, de momento, no lo dice. Est¨¢ sentada en una esquina de la sala de espera del centro municipal. All¨ª mece el cochecito azul de su beb¨¦. Cuando se le pregunta si ha sufrido alguna discriminaci¨®n sanitaria, lo niega. Luego, al ver c¨®mo otras madres narran sus encontronazos con el Insalud, se acerca titubeante y da un tir¨®n en la manga. "Se?or, se?or, disculpe usted. ?Cree que me pasar¨¢ algo si hablo?" Lidia carece de trabajo, tampoco posee permiso de residencia ni cartilla de la Seguridad Social. Por no tener, ni siquiera tiene la mayor¨ªa de edad. Pero a sus 17 a?os, a Lidia, oriunda de Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), le sobra el miedo. Recuerda, por ejemplo, el d¨ªa en que, acompa?ada de su madre, acudi¨® al hospital Cl¨ªnico a parir. Una bata blanca, muy limpia, se les encar¨®. "Nos asustamos, porque nos pidi¨® la cartilla y, al ver que no ten¨ªamos, nos dijo que tendr¨ªamos que pagar en 15 o 30 d¨ªas el parto". Desde entonces, esta ilegal desconf¨ªa. "Aunque al final consegu¨ª que no me cobraran, no he vuelto. No tengo plata para pagar y me dan miedo. Por eso vengo aqu¨ª", remata, antes de volver a mecer el carrito azul.
A su lado, junto a la pared manchada de largas esperas, Beatriz G.A., portuguesa de 35 a?os, repeina a su hija, Madeleine. "Tengo seis hijos, y bueno, carezco de cartilla, yo y los ni?os, porque en el ambulatorio no quieren incluirlos en la del padre, que es camarero".
La ni?a Madeleine, de ocho a?os, luce unas gruesas gafas. Le abruman el rostro. ?Qu¨¦ te gustan m¨¢s, la tele o los tebeos? La peque?a se sonroja. No se atreve a mirar a la cara. Pero no por timidez. Su ojo izquierdo baila solo. "Es estr¨¢bica; bueno, tiene el ojo vago, la pobre. Pero no puedo llevarla al oftalm¨®logo porque no tengo cartilla", se queja Beatriz.
"?Oye, oye, que me gusta m¨¢s la tele!", salta de repente Madeleine. Su madre sonr¨ªe.
En la sala de espera no se ven espa?olas. Pero hay rumanas, marroqu¨ªes, portuguesas, dominicanas, peruanas... Hablan con voz queda, y cuando se les dice que la atenci¨®n al menor es universal, lanzan una mirada desconfiada.
"Eso lo dir¨¢s t¨²". Quien habla es Andrea A., peruana de 19 a?os y con un ni?o, Kevin, de cinco meses, en brazos. "No vamos al Insalud porque piden papeles y no los tengo. ?Ah! Tambi¨¦n quieren dinero. Yo, por mi parto recib¨ª una factura de 70.000 pesetas. No lo he pagado". Andrea es mujer directa. Le gusta que la entiendan. "Te doy un ejemplo, la primera vez que vine a esta calle, el 17 de octubre, entr¨¦ en el ambulatorio del Insalud para que hiciesen una revisi¨®n al beb¨¦. Pero, como no ten¨ªa cartilla, me dijeron que no y me enviaron aqu¨ª". Dicho lo cual, Andrea coge a su cr¨ªo y se marcha. Al salir cambiar¨¢ de acera, evitando el ambulatorio del Insalud. Un lugar donde reina un ambiente tranquilo. Dos auxiliares informan de todo a quien llega, incluso cuando se les pregunta por el trato a los ni?os ilegales: "Eso se lo dir¨¢ el doctor Calero Moreno, el coordinador".
El doctor, en traje, ha cerrado la puerta de su consulta de medicina general. Parece cansado. "Falta reglamentaci¨®n. Los inmigrantes ilegales y sus hijos carecen tarjeta sanitaria, por lo que el m¨¦dico, si no quiere, no le atiende. Aqu¨ª, por las ma?anas, la pediatra asiste a todos. Aplicamos la buena voluntad hasta donde podemos, pero hay m¨¦dicos que no quieren. Es un quebradero de cabeza". Calero cruza los brazos sobre la mesa y mira a los ojos. "Ahora, con la pol¨¦mica nos han dicho que debemos atender a estos ni?os. Pero la cuesti¨®n, aunque en v¨ªas de soluci¨®n, subsiste. ?C¨®mo puedo dar medicamentos a alguien sin n¨²mero? Como no puedo hacerlo, extiendo una receta con la que le dar¨¢n la medicina, pero no gratis".
El coordinador del centro sigue desgranando los or¨ªgenes del problema. Desfilan en su discurso las ambulancias que se niegan a llevar a un menor sin n¨²mero de la Seguridad Social o las cl¨ªnicas privadas con las que trabajan en el centro. "Cada vez hay m¨¢s medios concertados. Y para ¨¦stos, si no hay n¨²mero, no hay asignaci¨®n de pago y, por tanto, no hay servicio".
El m¨¦dico ha clavado los ojos en la mesa. Tiende la mano. La conversaci¨®n ha terminado. Afuera, en la calle, la ni?a Madeleine y sus gafas gruesas pasan de largo.
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