Ficciones
Tras un chapucero reajuste ministerial que ha demostrado la servil sumisi¨®n de Gobierno y Senado a los intereses del partido en el poder, el doble presidente Aznar se dispone a escenificar el ya redundante pseudocongreso que habr¨¢ de refrendarle como su victorioso l¨ªder m¨¢ximo. Por eso hay quien habla ya de caudillismo posfranquista, aunque, en honor a la verdad, si tenemos en cuenta que la historia s¨®lo se repite como parodia, ser¨ªa mejor llamarlo, en clave de humor, el r¨¦gimen del caudill¨ªn. Y es que en esta lamentable historia todo parece pol¨ªtica-ficci¨®n. Todo (el reajuste, el congreso, el centrismo, el caudillaje, etc¨¦tera), excepto una cosa, cuya opaca realidad escapa a cualquier control. Me refiero a la espuria patrimonializaci¨®n del poder p¨²blico por esa casta olig¨¢rquica de consocios privados y privatizados que tiene por patr¨®n o padrino al se?or Aznar. Tanto es as¨ª que cabe sospechar la existencia de un montaje, destinado a tapar ese clientelismo a gran escala bajo el manto distractivo de una burda pantalla de camuflaje, como es el invento ¨¦ste del contradictorio caudillismo centrista.Aunque hay alg¨²n autor creyente en el centrismo, casi todos pensamos que s¨®lo se trata de una t¨¢ctica electoral que busca tentar a las franjas m¨¢s despolitizadas de votantes indecisos. Es verdad que la estratificaci¨®n posindustrial es plural y compleja, apareciendo las llamadas nuevas clases medias, que constituir¨ªan la reserva interclasista del voto centrista. Pero eso no quiere decir que la estructura social se haya hecho circular o equilibrada, como si presentase un centro equidistante de propietarios y asalariados. Antes al contrario, la pir¨¢mide social sigue jerarquizada en funci¨®n de los ingresos, aunque la distribuci¨®n de la renta entre ambos extremos pueda tener forma de valle (que tiende a la bipolarizaci¨®n) o de campana (que favorece el interclasismo). Por eso, cuando aumenta el peso de los estratos medios, entonces los dos partidos de centro-derecha y centro-izquierda deben parecer moderados o centristas si aspiran a gobernar por mayor¨ªa.
Pero, pese a ello, en las democracias desarrolladas el voto se sigue distribuyendo de forma bipartidista. Y esto es as¨ª porque la pol¨ªtica no se deja reducir a economicismo. Desde su origen parlamentario, el juego pol¨ªtico se debate como pugna entre el poder y la oposici¨®n, lo que da lugar al turno alternante de partidos. Y este formalismo dualista induce la propensi¨®n al bipartidismo, que se sobrepone a la plural distribuci¨®n en clases sociales. De ah¨ª el eterno retorno de la vieja divisi¨®n entre derecha e izquierda por muchas terceras v¨ªas que se inventen los centristas de c¨¢mara y los ide¨®logos de sal¨®n.
En cuanto al caudillaje, tambi¨¦n parece una ficci¨®n, destinada a prevenir antes que curar las posibles fracturas del partido. Nuestro sistema pol¨ªtico es una partitocracia presidencialista, en la que, una vez investido por el Congreso, resulta casi imposible desalojar del poder al jefe del Gobierno. Y, como la ocupaci¨®n de La Moncloa est¨¢ casi garantizada por el conformismo de los electores (debido a que nuestra cultura democr¨¢tica es del tipo delegativo que define O'Donnell), el ¨²nico riesgo real de perder el poder procede de las divisiones internas en el partido gobernante. Esto fue lo que arruin¨® a Su¨¢rez, e indirectamente a Gonz¨¢lez (a pesar de que ¨¦ste trat¨® de impedirlo tolerando el clientelismo guerrista, lo que habr¨ªa de suscitar la populista campa?a de prensa sin la que no se le pudo echar). Pues bien, Aznar aprendi¨® la lecci¨®n escarmentando en cabeza ajena. Y hoy dirige su partido con mano de hierro y guante de risa, esperando evitar as¨ª el fraccionalismo.
Por eso, como observa Javier Pradera, Aznar ha hecho lo contrario que Gonz¨¢lez. Si ¨¦ste le cedi¨® a Guerra el partido para quedarse con el Gobierno, aqu¨¦l ha quitado a Cascos el control de G¨¦nova para neutralizarlo en La Moncloa. Pero ?cu¨¢nto tiempo resistir¨¢ el vicepresidente en su forzado ostracismo, reprimiendo su evidente capacidad de liderar el descontento de la fracci¨®n fraguista, mientras los consocios de Aznar campan por el sector p¨²blico privatizado a su libre albedr¨ªo?
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