Albricias
Seg¨²n leo, en su discurso sobre el estado de la Uni¨®n (19 de enero) el presidente Clinton parece haber afirmado que se propone invertir un 25% del 60% del super¨¢vit presupuestario de los pr¨®ximos 15 a?os en los mercados financieros. Si he comprendido bien, eso quiere decir que el Estado de los Estados Unidos (que es un Estado como Dios manda) va a invertir una barbaridad de millones en bolsa. Si fuera cierto y lo hubiera yo entendido correctamente (algo por dem¨¢s improbable), una parte de los impuestos americanos se jugar¨ªan en la bolsa en lugar de ser utilizados para remediar problemas de los contribuyentes. A poco que no est¨¦ yo cayendo en la m¨¢s rid¨ªcula de las ignorancias, ¨¦ste s¨ª ser¨ªa un paso verdaderamente notable hacia la destrucci¨®n del Estado burgu¨¦s y una noticia que har¨ªa feliz a Marx y a Debord. Que el ¨²ltimo refugio de la seguridad y el fundamento de todas las garant¨ªas comenzara a disolverse en el azar, que el Estado pasara a ser un jugador de bolsa, que el sost¨¦n de la justicia, la cabeza de las fuerzas armadas, el amparo del d¨¦bil y asilo del desvalido se jugara los cuartos en la ruleta especulativa, ser¨ªa una noticia absolutamente extraordinaria. Porque el despilfarro, la chapuza, la corrupci¨®n, la prevaricaci¨®n y la criminalidad inherentes a las democracias avanzadas son una cosa, pero otra muy distinta es el puro y demente placer de jugar con el dinero de los contribuyentes a ver si gano, a ver si pierdo, y cu¨¢nto. Esto es algo inmenso, embriagador, hom¨¦rico. Que el Estado deje de ser el monstruoso padre justiciero y equitativo, o la a¨²n m¨¢s monstruosa gran madre de pendulantes ubres, que cambie la espada y la balanza de la justicia por el telefonillo y la petaca de whisky del apostador profesional, eso es algo sublime, es la revoluci¨®n. Ya iba siendo hora.
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