La frontera
Con motivo de la visita a Madrid del Presidente dominicano Leonel Fern¨¢ndez, un diario de Santo Domingo ha publicado una interesante antolog¨ªa de la idea que de este pa¨ªs caribe?o se hacen los espa?oles, a trav¨¦s de lo que leen, ven y oyen en las informaciones de prensa o en la publicidad con que las agencias tur¨ªsticas atraen clientes hacia sus playas y balnearios. No es la ignorancia lo que m¨¢s sorprende en estas ideas, sino la estolidez de los prejuicios que manifiestan. De una parte, la Rep¨²blica Dominicana aparece como un delincuescente pa¨ªs que, en su agon¨ªa tercermundista, vive de exportar prostitutas y sirvientas ilegales a Europa, y, de otra, como un inmenso burdel de mulatas salvajes donde se fornica de sol a sol, a ritmo de merengue y cicl¨®n.La verdad es que, si se quiere hacer una lista de los pa¨ªses que en la ¨²ltima d¨¦cada de veras han progresado, la tierra que hace cinco siglos pisaron por primera vez los europeos en el nuevo continente, es uno de ellos. Su econom¨ªa crece a un promedio de entre seis y siete por ciento cada a?o, tiene una moneda estable, la inflaci¨®n controlada, un flujo creciente de inversiones extranjeras y una infraestructura que se moderniza de manera visible. En el mes que acabo de pasar aqu¨ª -vuelvo luego de dos a?os- he recorrido el pa¨ªs en tres direcciones, de un extremo a otro, y los cambios son notables: buenas carreteras, nuevas industrias, fiebre constructora en las ciudades principales -Santo Domingo, Santiago, Puerto Plata- y desarrollo considerable del turismo, que, ahora, ha abierto aeropuertos internacionales, adem¨¢s de Santo Domingo, en La Romana, Punta Cana y Puerto Plata.
Su democracia est¨¢ lejos de ser perfecta, desde luego. ?C¨®mo podr¨ªa ser de otra manera, en un pa¨ªs que ha padecido, acaso con m¨¢s dureza que ning¨²n otro en Hispanoam¨¦rica, la tradici¨®n autoritaria? Pero, con sus imperfecciones y vac¨ªos, y aunque principiante, es ya -como Bolivia o como El Salvador, pa¨ªses de los que nadie se acuerda y que tambi¨¦n progresan- una democracia, donde la sociedad civil se robustece, el poder militar interviene apenas en la pol¨ªtica y una amplia libertad de prensa garantiza una vida c¨ªvica multipartidaria. La pobreza es, desde luego, inmensa y, sin duda, el tal¨®n de Aquiles de su desarrollo consiste en que, al igual que en todos los pa¨ªses latinoamericanos cuyas econom¨ªas han crecido en la ¨²ltima d¨¦cada, ¨¦l beneficia sobre todo a la minor¨ªa dirigente, en tanto que llega a cuentagotas al sector empobrecido y marginado, es decir, la mayor¨ªa de la sociedad. Esto no se debe, como repiten los "perfectos idiotas", a los excesos del neo-liberalismo, sino a la timidez de las reformas liberales emprendidas en los ¨²ltimos diez a?os, que ha dejado sin privatizar todav¨ªa un ruinoso sector p¨²blico que grava con sa?a a los contribuyentes, a la persistencia de monopolios y trabas al mercado, y, sobre todo, a la carencia de programas destinados a permitir el acceso a la propiedad a los pobres.
De todo esto hablo con mis compa?eros de viaje a la frontera dominico-haitiana, el periodista y editor Jos¨¦ Israel Cuello, que tiene a sus espaldas una larga y valiente trayectoria de resistencia a las dictaduras y es ahora un c¨¢ustico comentarista de la vida p¨²blica, y F¨¦lix Garc¨ªa (Felito), empresario del Cibao, que se mueve como pez en el agua por esta regi¨®n a la que con su optimismo y su empe?o est¨¢ contribuyendo a sacar del subdesarrollo. Estamos a¨²n lejos de la frontera, pero esta comarca, cuyo paisaje ha empezado a perder la feracidad cibae?a y a erupcionarse de cactus y arbustos espinosos, est¨¢ ya llena de haitianos. Son los braceros que, machete en mano, y, a veces hundidos en el agua hasta la cintura, limpian, riegan y deshierban los campos, o, en las aldeas, compiten con las bestias de carga llevando en los hombros toda clase de materiales, recogen basuras o abren acequias. Ellos realizan los trabajos m¨¢s arduos, que los dominicanos ya no har¨ªan, no, en todo caso, por los miserables salarios con que ellos se contentan. Pero, atenci¨®n, decir de estos haitianos que son explotados es s¨®lo parte de una complicada verdad. Pues, lo cierto es que esta explotaci¨®n es algo que ardientemente buscan (casi todos ellos son ilegales), ya que gracias a ella comen, un privilegio del que por desgracia disfrutan cada vez menos de sus compatriotas.
La Rep¨²blica Dominicana es un pa¨ªs pobre que mejora; Hait¨ª, un miserable pa¨ªs -el m¨¢s atrasado del hemisferio occidental- que empeora sin tregua, sumiendo a su desdichada humanidad, cada d¨ªa m¨¢s, en un infierno de hambre, desempleo, violencia y desesperaci¨®n. Como, a diferencia de los individuos, no hay l¨ªmites para el infortunio de todo un pueblo -los pa¨ªses siempre pueden estar peor-, lo m¨¢s grave de la desdicha haitiana es que no se vislumbra en el horizonte la menor se?al alentadora; por el contrario, las esperanzas que la ca¨ªda de la dictadura de C¨¦drars y la reposici¨®n de Ar¨ªstide en el gobierno despertaron, se han vuelto a desvanecer, con la gesti¨®n de ¨¦ste, y, m¨¢s a¨²n, con la de su sucesor y c¨®mplice, Pr¨¦val, que han reactualizado los viejos h¨¢bitos de demagogia, corrupci¨®n y despotismo que Pap¨¢ Doc llev¨® a extremos parox¨ªsticos. El resultado de todo ello es el caos pol¨ªtico, el gansterismo callejero y la paralizaci¨®n total de la econom¨ªa, es decir, condiciones a¨²n m¨¢s tr¨¢gicas para la supervivencia de la poblaci¨®n. Este problema concierne tanto a Hait¨ª como a la Rep¨²blica Dominicana, el hermano "pr¨®spero" de la isla que ambos pa¨ªses comparten.
Las relaciones entre los dos pa¨ªses est¨¢n signadas por una tradici¨®n de desconfianza, animadversi¨®n, guerras, ocupaciones y matanzas. Pero, nadie lo dir¨ªa, al llegar a la feria que se celebra todos los viernes en la ciudad fronteriza de Dajab¨®n: en el mercado, que se desborda por varias manzanas, la convivencia parece fraternal. Miles de haitianos han cruzado el r¨ªo Masacre (?nombre simb¨®lico!) que hace de l¨ªmite geogr¨¢fico, para vender licores y la ropa usada que llega a Hait¨ª como donativo de organizaciones humanitarias internacionales. Tambi¨¦n ofrecen perfumes franceses, as¨ª como cognac y champagne, que suelen ser falsificados. El espect¨¢culo es efervescente, multicolor, de rica musicalidad. El cr¨¦ole y el espa?ol alternan y a veces se mezclan, en una algarab¨ªa ensordecedora. No s¨®lo la lengua distingue a haitianas y dominicanas; tambi¨¦n, los turbantes que usan aqu¨¦llas y la manera de descansar que prefieren unas y otras: acuclilladas o sentadas.
La pobreza es extrema, en los cuerpos y atuendos, as¨ª como en la naturaleza de los bienes objeto de transacci¨®n, y en la abundancia de mendigos, vagos, locos o ni?os enfermos y deformes; pese a ello, el ambiente transpira ener-
g¨ªa, voluntad de vida, y no la resignaci¨®n al infortunio que es tan descorazonadora en ciertos poblados andinos y africanos. El puente fronterizo es una compacta columna de hormigas humanas; los guardias dominicanos han abdicado y no piden papeles ni permisos a los millares de haitianos y haitianas que, venidos de la otra orilla, se llevan en la cabeza canastas de pollo, huevos, costales de yuca y de salm¨®n, varillas de fierro, bolsas de cemento, altos de peri¨®dicos viejos, botellones de agua, y, a veces, residuos y desechos que parecen recolectados en basurales. ?Para qu¨¦ har¨ªan el simulacro de pedirles el visado? Desde el puente, diviso a decenas de haitianos que prefieren vadear las escu¨¢lidas aguas del r¨ªo Masacre en vez de cruzarlo. La frontera es un colador a la que ni todas las Fuerzas Armadas dominicanas desplegadas conseguir¨ªan sellar. Converso con un grupo de muchachos venidos de la localidad haitiana vecina de Quanaminthe (que los dominicanos traducen, maravillosamente, por: Juana M¨¦ndez). El panorama que describen es desolador: "Pas de travail en Haiti. ?Nous sommes foutus!" ("No hay trabajo en Hait¨ª. ?Estamos jodidos!") Ninguno cree que las cosas vayan a mejorar. La aspiraci¨®n de todo el pueblo, me aseguran, es emigrar: a Miami, Puerto Rico, la Rep¨²blica Dominicana, Francia, donde sea. "?Quedarse es morir!" Ellos hab¨ªan tenido mucha ilusi¨®n con el regreso de Bertrand Ar¨ªstide al gobierno; ahora desconf¨ªan de ¨¦l: "Result¨® igual o peor que los otros". La prometida ayuda extranjera ha llegado a cuentagotas y la desaparici¨®n del Ej¨¦rcito no ha cambiado las cosas, pues la actual pol¨ªtica opera como sol¨ªa hacerlo aqu¨¦l: robando y extorsionando. Y la proliferaci¨®n de las pandillas de delincuentes ha aumentado la inseguridad y frenado el turismo. Entonces ?no hay esperanza para ustedes? "Non. ?Nous sommes foutus!".
La idea de que las end¨¦micas crisis haitianas precipiten una migraci¨®n ilegal masiva de haitianos a territorio dominicano, que merme o cancele los progresos econ¨®micos alcanzados por este pa¨ªs en los ¨²ltimos diez a?os, reaparece con frecuencia en las conversaciones que tengo con intelectuales, profesionales y empresarios. Escucho algunas bromas siniestras, referidas a "una soluci¨®n a lo Trujillo", que aluden a la matanza de miles de haitianos ordenada por el General¨ªsimo Rafael Leonidas Trujillo en el a?o 1937 para poner fin a una supuesta invasi¨®n econ¨®mica de los vecinos que hubiera amenazado la soberan¨ªa dominicana. Pero, en verdad, la mayor¨ªa de mis interlocutores no saben c¨®mo podr¨ªa encontrarse una soluci¨®n para este problema, y se pregunta, perpleja, si realmente existe alguna. Mis compa?eros de viaje, en cambio, Jos¨¦ Israel Cuello y Felito Garc¨ªa, lo ven clar¨ªsimo: "La ¨²nica soluci¨®n posible es el desarrollo de Hait¨ª". En efecto, mientras el desequilibrio econ¨®mico entre ambos pa¨ªses se mantenga, o, como est¨¢ ocurriendo, se acent¨²e, el incentivo para migrar al pa¨ªs vecino en busca de mejores oportunidades, o de mera supervivencia, ser¨¢ irresistible para los haitianos. Y (felizmente) no hay fuerza humana capaz de impedir esta migraci¨®n de un pueblo al que la ineptitud y la imbecilidad de sus gobiernos condenan a perecer. De modo que, para el sufrido pueblo dominicano, alcanzar los niveles de vida de una sociedad moderna, con justicia y oportunidades para todos, implica, tambi¨¦n, contribuir de manera decidida a que su vecino rompa el c¨ªrculo vicioso en el que se asfixia desde hace tantos a?os (despu¨¦s de haber sido en los siglos XVII y XVIII la colonia m¨¢s rica de Am¨¦rica) e inicie tambi¨¦n un proceso de desarrollo y modernizaci¨®n.
F¨¦lix Garc¨ªa ya puso su granito de arena, invirtiendo en una f¨¢brica, en las afueras de Puerto Pr¨ªncipe. Que le fuera mal -debi¨® hacer frente a la incuria de un socio local y a la suspicacia que en Hait¨ª despierta todo el que viene del pa¨ªs vecino "rico"- no ha entibiado su convicci¨®n de que la geograf¨ªa y la historia no deja otra escapatoria a las dos sociedades que se reparten la antigua Hispaniola que batallar juntas contra el subdesarrollo o ser arrasados por ¨¦l, como son barridas sus costas, cada cierto tiempo, por los ciclones y los maremotos.
?sta es una conversaci¨®n que parece l¨²gubre; pero no lo es, en absoluto. Estamos en el alegre pueblo de Guayub¨ªn, rodeados de sembr¨ªos de caf¨¦ y de aloe (cuyos campos deshierban las cabras), dando cuenta de dos variantes de un chivo (guisado u horneado), acompa?ado de arroz blanco con habichuelas y tostones, y sendos vasos de cerveza helada. Los asuntos del di¨¢logo son grav¨ªsimos; pero, como ocurre siempre aqu¨ª, y acaso en todo el Caribe, los rebaja y aligera el irreprimible humor, la chispa ir¨®nica, el gracejo restallante con que el com¨²n de los dominicanos enfrenta los desaf¨ªos de la vida. Pueblo envidiable, al que siglos de cataclismos pol¨ªticos, sociales y econ¨®micos, no han quitado nunca las ganas de re¨ªr.
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