En el lago Lugu mandan ellas
En una remota sociedad matriarcal en China, los hombres no tienen responsabilidades sobre los problemas de la vida y del amor. Y el matrimonio es un asunto quisquilloso
Lago Lugu, China. Alacuo, una belleza de 18 a?os de este pueblo aferrado a sus tradiciones, quiere hacer algo radical. Quiere casarse y establecerse. "Mi madre opina que deber¨ªa ser como ella y tener varios amantes. Pero yo quiero alguien que est¨¦ conmigo todo el tiempo", declara Alacuo.Alacuo vive en el legendario reino de las mujeres, una sociedad matriarcal de 47.000 habitantes que ocupa las orillas del Lugu, en un rinc¨®n apartado del sur de China.
Las mujeres del grupo ¨¦tnico Mosuo, descendiente de n¨®madas tibetanos, son quienes toman las decisiones y administran el dinero. La propiedad y el nombre pasan de madre a hija. No es habitual que una mujer se case.
Lo que hacen, en cambio, es formar un "matrimonio ambulante", en el que la mujer cosquillea discretamente a un hombre en la palma de la mano para que vaya esa noche a su casa y sea su amante. El hombre tiene que llegar despu¨¦s del anochecer y marcharse al amanecer, y cualquier ni?o que pueda nacer queda al cuidado de la madre.
Se trata de una tradici¨®n nacida hace miles de a?os, cuando era normal el matriarcado en la China rural, seg¨²n dicen los soci¨®logos. El matrimonio ambulante es, quiz¨¢, el legado de una ¨¦poca en la que era frecuente que los padres murieran en guerras, vivieran como n¨®madas o fueran monjes budistas que hab¨ªan hecho voto de castidad y, por consiguiente, no iban a reconocer a su descendencia. En ausencia de los hombres, las mujeres recog¨ªan las cosechas, daban de comer a las familias e impon¨ªan las normas.
En torno al fuego
Hoy, los clanes siguen reuni¨¦ndose por la noche en torno al fuego, mientras beben t¨¦ verde o aguardiente blanco y la m¨¢s anciana asigna las tareas para el d¨ªa siguiente. En ocasiones, los hombres se encargan de labores pesadas como arar campos, arrear caballos y recoger redes. Entre los ratos que pasan jugando al billar o cuidando a los ni?os, es posible que ayuden en la tienda o posada de sus madres o hermanas. Pero las mujeres aseguran que hacen todo lo dem¨¢s. Todo."Aqu¨ª, los hombres no hacen nada", afirma Aiqingma, una mujer de 24 a?os. Lanza una mirada a un grupo de hombres que fuman y charlan mientras ella asa pescado en un horno de piedra, junto a la orilla del lago. "De verdad. No nos gustan". Esta subsistencia de la tradici¨®n matriarcal es a¨²n m¨¢s destacable en China, un pa¨ªs en el que se prefiere, con mucho, a los hijos varones y en ocasiones se impide el nacimiento de las ni?as cuando a¨²n son fetos o se las abandona despu¨¦s del parto. Pero el aislamiento de la regi¨®n de Lugu ha permitido que el sistema de l¨ªnea materna floreciera y perdurara, incluso en tiempos del comunismo.
Esta zona del norte de la provincia de Yunan, con su lago de aguas cristalinas, sus monasterios budistas y sus monta?as rojas, pudo ser el modelo del m¨ªtico Shangri La, en la novela de James Hilton Horizontes perdidos. Hasta hace unas d¨¦cadas, era preciso viajar durante siete d¨ªas a lomos de mula desde la ciudad m¨¢s cercana, Lijiang, para llegar a la aldea. Todav¨ªa hoy es necesario un trayecto de nueve horas en jeep.
El explorador ruso Peter Goullart vivi¨® en Lijiang, antes llamada Likiang, hasta que los comunistas se hicieron con el poder en China, en 1949. En su libro El reino olvidado, escrito en los a?os cincuenta, describe la sensaci¨®n que causaban los Mosuo cuando visitaban la ciudad.
"Siempre que aquellos hombres y mujeres pasaban por el mercado o la calle principal, se o¨ªan murmullos indignados, risas y grititos avergonzados de las ni?as y mujeres de Likiang, junto a comentarios obscenos de los hombres (...) era la tierra del amor libre (...) Cuando una caravana o alg¨²n otro grupo extranjero pasaba por su zona, las mujeres se reun¨ªan y decid¨ªan, en secreto, d¨®nde deb¨ªa dormir cada hombre (...). Cada madre preparaba un fest¨ªn, con sus hijas, y todas bailaban para el invitado. Despu¨¦s, la mujer de m¨¢s edad le daba a escoger entre la experiencia de la madurez y la locura de la juventud". "La gente est¨¢ obsesionada con nuestro matrimonio ambulante", dice Yang Erchenamu, de 32 a?os, que fue una de las primeras mujeres que se fue a vivir fuera del pueblo. "No s¨®lo porque es diferente, sino porque funciona".
"Fuera de Lugu, el matrimonio es una especie de transacci¨®n comercial", dice. "En nuestro pueblo, las j¨®venes son fuertes y cuidan de s¨ª mismas. Todo lo que hacemos lo hacemos por amor", a?ade.
Erchenamu, a la que llaman Namu, tiene con qu¨¦ comparar. En Pek¨ªn se enamor¨® de un norteamericano. Se casaron en San Francisco y vivieron all¨ª, pero se divorciaron al cabo de dos a?os.
Tras probar suerte como dise?adora, ha vuelto a Pek¨ªn, despu¨¦s de pasar 10 a?os en EE UU, y se prepara para grabar su primer disco. Jura que no volver¨¢ a casarse, pero declara, ri¨¦ndose, que mantiene un matrimonio ambulante con un diplom¨¢tico holand¨¦s.
Con matrimonio ambulante o sin ¨¦l, no obstante, su vida sigue estando en el polo opuesto a la de su familia en el lago Lugu. Namu tiene dos hermanas mayores, y las tres tienen padres distintos. Ello hace que los ¨¢rboles geneal¨®gicos sean algo complicados en el pueblo, pero tambi¨¦n que haya buenos sentimientos generalizados.
"Cuando ¨¦ramos peque?as, nos ense?aron a que trat¨¢ramos bien a todo el mundo", afirma Namu. "Nunca sabes qui¨¦n puede ser tu hermano".
Cuando Namu se hizo mayor, su madre le dijo con qu¨¦ j¨®venes no deb¨ªa deambular para evitar la relaci¨®n con un pariente consangu¨ªneo. Sin embargo, las cosas han cambiado desde que era ni?a.
Cuando naci¨® Namu, en 1966, empezaba la Revoluci¨®n Cultural de Mao, un decenio durante el cual el Partido Comunista intent¨® eliminar las viejas costumbres. Las autoridades intentaron erradicar las tradiciones decadentes de los Mosuo y obligarles a casarse y a abandonar su lengua y su religi¨®n.
Tan pronto como termin¨® la Revoluci¨®n Cultural, los Mosuo regresaron a sus viejos h¨¢bitos con una oleada de divorcios. Sin embargo, con el fin de simplificar las l¨ªneas familiares, introdujeron un cambio: ahora, cuando una pareja tiene un hijo, celebran una ceremonia en la que anuncian su relaci¨®n y, por lo general, dejan de salir con otras personas. Aun as¨ª, casi sin excepci¨®n, los hombres siguen viviendo, incluso despu¨¦s de ser padres, en casa de su madre, y ayudan a criar a los hijos de sus hermanas.
?The Angeles Times
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