Un apasionado montaje recupera en Nueva York la ¨®pera "Mois¨¦s y Aar¨®n"
James Levine dirige la obra maestra de Sch?nberg en el Metropolitan
"Cualquiera que crea en la ¨®pera y siga su evoluci¨®n no debe perderse Mois¨¦s y Aar¨®n". Con estas palabras sancionaba la cr¨ªtica neoyorquina la nueva producci¨®n del Metropolitan, que ha devuelto a los escenarios -bajo la batuta de James Levine- la obra inacabada de Arnold Sch?nberg, ¨®pera ¨²nica del compositor, pieza de inmenso potencial dram¨¢tico y uno de los monumentos fundamentales del teatro l¨ªrico de este siglo.
En 1915, Sch?nberg afirmaba haber logrado ser indiferente al rechazo del p¨²blico hacia sus revolucionarias t¨¦cnicas compositivas. Ocho d¨¦cadas despu¨¦s, la actitud del p¨²blico del Metropolitan, que recib¨ªa al director al comienzo del segundo acto con una cerrada ovaci¨®n, parece cerrar la pol¨¦mica en torno a una ¨®pera considerada, cuando fue compuesta en 1932, como irrepresentable.Graham Vick desde la direcci¨®n de escena, y James Levine en el podio, han coincidido en la creaci¨®n de un montaje inteligente y apasionado sobre el choque dial¨¦ctico entre Mois¨¦s y Aar¨®n.Sch?nberg se convierte, como Mois¨¦s, en un portador de la nueva ley, en este caso musical. Una escenograf¨ªa en dos dimensiones y tres colores -azul, naranja y negro- deja espacio para que se manifieste el protagonismo del coro, tal y como prentendi¨® el autor. Mois¨¦s, como Sch?nberg, sinti¨® la necesidad de entregar su mensaje a un receptor hostil, y el coro del Metropolitan, en el papel de pueblo expectante, cumpli¨® con sobrada calidad su funci¨®n como tercer gran protagonista de una ¨®pera cuya multiplicidad de l¨ªneas y complejidad vocal requieren un gran rigor y profesionalidad. El coro del teatro neoyorquino representa en este montaje toda su carga opresora "con enormidad", seg¨²n el cr¨ªtico de The New York Times Bernard Holland. Sus componentes cantan con espl¨¦ndido coraje "enfrent¨¢ndose a un vocabulario musical traicionero", a?ade.
El montaje plantea con sutileza y elegancia el drama oper¨ªstico: Dios, que habla desde la zarza ardiente, asigna a Mois¨¦s el rol de profeta. Aar¨®n se encargar¨¢ de traducir al pueblo el mensaje divino, lo que origina un enfrentamiento en el que Sch?nberg despliega una teatralidad radical y una musicalidad revolucionaria, resumen de toda su est¨¦tica. Mois¨¦s y Aar¨®n encarnan la discusi¨®n entre idea y acci¨®n, esp¨ªritu y materialidad (para Mois¨¦s, Dios es irreconocible y su palabra incapaz de ser dicha; para Aar¨®n, por el contrario, Dios es un elemento pr¨¢ctico, un agente necesario para el ?xodo). John Tomlinson y Philip Langridge, en los papeles principales, han sido recibidos con entusiasmo por la cr¨ªtica.
Cuando Mois¨¦s se ausenta para recibir las Tablas de la Ley, el pueblo elegido se refugia en sus ¨ªdolos y el resultado es una tremenda org¨ªa en la que el core¨®grafo Ron Howel introduce elementos contempor¨¢neos. Frente a la desnudez corporal de otros montajes anteriores, el director de escena Graham Vick se decide por los flashes de las c¨¢maras fotogr¨¢ficas y referencias al mundo de la moda o la crueldad contempor¨¢nea. Tambi¨¦n a la soledad y el desencuentro. En la org¨ªa, los individuos se desligan unos de otros paseando por el escenario en un fren¨¦tico intercambio de parejas que va a ninguna parte, que no desemboca en ning¨²n sitio.
Sch?nberg, impulsor del dodecafonismo, encamin¨® en un primer momento sus experimentaciones hacia un sistema "en el que cada nota no se relaciona con ninguna otra". Sigui¨® un camino ¨²nico hasta llegar a Mois¨¦s y Aar¨®n, compuesta entre 1930 y 1932, donde s¨®lo se adivinan los vestigios mel¨®dicos. Pese a ello, es su obra maestra m¨¢s accesible, y la belleza de su tratamiento vocal, la impresionante y sobrecogedora variedad t¨ªmbrica y la magistral aproximaci¨®n a los personajes principales (Mois¨¦s se expresa en canto-hablado; en la l¨ªnea vocal de Aar¨®n se perciben reminiscencias wagnerianas y el recuerdo del Wozzeck) la convierten en un monumento musical incomparable.
Arnold Sch?nberg muere en 1951 y no ser¨¢ hasta 1957 cuando Mois¨¦s y Aar¨®n se represente por primera vez en un teatro. A esta primera representaci¨®n en Z¨²rich le seguir¨¢n otras, entre ellas la de la ?pera de Boston, en 1966, que significar¨¢ su deb¨² norteamericano. El actual montaje del Metropolitan concluye por el momento el viaje de esta ¨®pera inacabada. En opini¨®n de Bernard Holland, "es una obra genial, e incluso los menos entusiastas la consideran una importante pieza hist¨®rica. Puede gustar o no, pero Vick y el Metropolitan le han dado albergue de forma impresionante".
Babelia
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