Pasi¨®n desnuda
Se levanta el tel¨®n, y simult¨¢neamente se plantea la tragedia: Fedra, casada con Pedro (ser¨ªa Teseo en los cl¨¢sicos), ama a su hjiastro, Hip¨®lito. Un amor de los de verdad: sexual. Esta forma r¨¢pida y desnuda, sin escenas de antecedentes, sin gradaciones, honra a Miguel de Unamuno.Como la rechaza, le denuncia al padre como si fuera ¨¦l el que la acosa: el hijo no se defiende por no causar m¨¢s dolor al padre, se va de la casa; Fedra no puede m¨¢s, se suicida con un veneno misterioso y lento que la permite despedirse, escribir cartas, pedir perdones, encomendarse insistentemente a la Virgen de los Dolores -ah¨ª est¨¢ un problema personal de Unamuno: puede haber suicidio en una creyente-; el padre y el hijo se reconcilian, y se acab¨®. Sin el nombre de Fedra, es uno de esos sucesos de toda la vida, en un medio rural -donde coloca la acci¨®n Unamuno-o en uno urbano. El principio es como un rayo, la continuaci¨®n no lo es tanto; el castellano de Unamuno es largo de frases. La depuraci¨®n no es tanta como se har¨ªa en un teatro de hoy: sobran enteramente dos personajes -un m¨¦dico libidinoso, una doncellita casadera- y, por consiguiente, varias escenas. Pero sin ellas la obra durar¨ªa apenas una hora, y tampoco era cuesti¨®n de llevar la honestidad literaria hasta el punto de lo imposible. Ya casi lo fue: nadie quer¨ªa estrenarla, y Unamuno maldec¨ªa de los c¨®micos y los empresarios, de los otros autores, del c¨ªrculo cerrado del teatro y, claro, del p¨²blico. No pod¨ªa entenderle, dec¨ªa ¨¦l, cuando admiraba a Benavente, que era "apat¨¦tico". No ten¨ªa pathos: no ten¨ªa pasi¨®n.
Fedra
De Miguel de Unamuno (1910). Int¨¦rpretes: Mara Goyanes, Maribel Lara, Luis Hostalot, Rodolfo Sancho, Juan Calot. Direcci¨®n: Manuel Canseco. Centro Dram¨¢tico Nacional. Teatro Olimpia.
Verbalismo
Es verdad. La de Unamuno, desnuda, pasa un poco de fr¨ªo. Necesita teatralismo, o verbalismo, para exaltar el fondo de lo que pasa: "Es mi hijo, mi ¨²nico hijo, mi propio hijo, mi hijo ¨²nico", repite una y otra vez el dos veces enga?ado (o dos veces equivocado) para contagiar al p¨²blico de la densidad de la tragedia, y tiene que entenderse con escenas de las m¨¢s discutidas del teatro: las conversaciones a medias palabras, los di¨¢logos sin terminar, para que los personajes implicados no sepan lo que ya sabemos nosotros, los espectadores. Huyendo de la teatralidad, siempre va uno a toparse con ¨¦l cuando coge unos personajes y los mete en escena. Y tambi¨¦n puede ocurrir algo realmente tr¨¢gico para un autor, sobre todo si es de la serenidad y la honradez intelectual de Miguel de Unamuno: que no sea capaz de ver lo que ha hecho. La poes¨ªa que cree que tiene el texto no aparece; la desnudez no es suficiente; el apelativo al clasicismo de Fedra no la desprende del drama rural. Y lo sombr¨ªo, lo cenizo, lo irreal, domina. Despu¨¦s de todo, el condenado "apat¨¦tico" pod¨ªa meter estos incestos en Se?ora ama o en La malquerida, y le sal¨ªa el retrato de la pasi¨®n, el conflicto, la resoluci¨®n. Es una pena, pero le sal¨ªan mejor. As¨ª, la obra se estren¨® en el Ateneo de Madrid (desahuciada por los teatros comerciales) y no interes¨®: temo que le pase lo mismo ahora, a pesar de la direcci¨®n de Canseco y del esfuerzo de los actores. De ellos encuentro su calidad profesional de siempre, y noto especialmente preparada la voz de Maribel Lara, aunque no levante por ning¨²n sitio la tragedia anhelada: pero creo que es m¨¢s defecto de Unamuno que de ellos.
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