Calor de hogar IMMA MONS?
Estoy en Hefei (Rep¨²blica Popular China), capital de Anhui, ciudad que tiene aproximadamente el mismo n¨²mero de habitantes que Barcelona, situada a unos 1.000 kil¨®metros al sur de Pek¨ªn. Acabo de llegar, y de inmediato procedo a hacer lo primero que siempre hago una vez instalada en la habitaci¨®n del hotel, a saber, contemplar el exterior tras la ventana mientras me formulo la siguiente pregunta: ?Me importar¨ªa que me diera aqu¨ª mismo un c¨®lico nefr¨ªtico? La respuesta a dicha pregunta (que normalmente es "s¨ª, mucho") me permite calibrar en un periquete el grado de familiaridad que me inspira el lugar. Y es que, a diferencia de los que viajan en busca de emociones fuertes, yo preciso de cierto grado de calor hogare?o cuando me hallo en un lugar remoto por si acaso me indispongo. Eso me ocurre desde lo de Sfax (T¨²nez), donde pas¨¦ una interminable noche con un dolor lumbar que presagiaba c¨®lico nefr¨ªtico (piedra en el ri?¨®n), desde luego nada del otro jueves, s¨®lo que me pareci¨® un lugar tremendo para una piedra. Recuerdo que baj¨¦ a por un litro de agua y aspirinas a las dos de la ma?ana y, francamente, el hotel ten¨ªa un aspecto siniestro, del estilo del hotel de El Resplandor, aunque por otro lado la idea de salir a que me ingresaran me parec¨ªa a¨²n m¨¢s espeluznante. Comprend¨ª entonces hasta qu¨¦ punto se acent¨²a la sensaci¨®n de desvalimiento ligada a cualquier dolor cuando te encuentras lejos de casa, y por ello me planteo lo del c¨®lico nada m¨¢s llegar a cualquier punto de destino o mucho antes. De ese modo consigo a menudo que un lugar que a priori no tiene nada de raro aparezca ante mis ojos envuelto en una atm¨®sfera s¨®rdida y angustiosa. Mismamente, este verano en Praga me dije, pues mira que si me da aqu¨ª un c¨®lico nefr¨ªtico, pues qu¨¦ lata, y luego sent¨ª un gran alivio en cuanto cruc¨¦ de nuevo la frontera en direcci¨®n a Alemania, donde el temor al c¨®lico era pr¨¢cticamente nulo, no como en Praga, y eso que Praga est¨¢ como quien dice aqu¨ª al lado, pero ya se sabe lo subjetivas que son esas cosas. As¨ª que desde que supe que acabar¨ªa viniendo a Hefei, remota ciudad, la idea del ataque de piedra no me dejaba conciliar el sue?o. Grande es, pues, mi asombro, al comprobar que desde el singular¨ªsimo paisaje exterior asciende hasta m¨ª un dulce calor hogare?o hasta el punto de que, en efecto, no me amilana la idea de arriesgarme a un c¨®lico callejero, ni tan siquiera cuando empieza a caer la noche (la hora peor para ese tipo de cosas). Y eso que, adem¨¢s de hallarme lejos de casa, se dan otros dos importantes componentes para que me sienta profundamente desterrada: 1. No tengo la menor posibilidad de establecer con los habitantes comunicaci¨®n verbal alguna, pues no entiendo ni jota, y la comunicaci¨®n no verbal es pr¨¢cticamente inoperante, pues este es Otro Mundo donde rige otra l¨®gica que poco tiene que ver con la nuestra. 2. No tengo guanxi (conexi¨®n a red de gente con la que comes, bebes y fumas y con la que te intercambias regalos y favores, un concepto mucho m¨¢s complejo de lo que aqu¨ª entendemos por amistades, influencias o conocidos). Seg¨²n un t¨®pico que sin duda estar¨¢ trufado de excepciones, el trato de los chinos para con los extranjeros es distante y desconfiado, y s¨®lo la guanxi les garantiza protecci¨®n y muestras de sensibilidad ante sus necesidades. ?De d¨®nde procede, pues, esa reconfortante sensaci¨®n cuando m¨¢s bien esperaba experimentar un completo extrav¨ªo en la alteridad? Contemplo el fascinante panorama, una encrucijada de encrucijadas, chabolas junto a rascacielos, muchedumbre omnipresente, bicicletas personalizadas, y trato de hallar en el paisaje alg¨²n elemento que resuelva mi enigma. Tal vez las bicicletas (que ahora van menguando en la oscuridad porque circulan sin faros), por ser tan poco an¨®nimas, tan llenas de humanidad como si fueran una prolongaci¨®n del individuo que las conduce, me hacen suponer que aun d¨¢ndome el c¨®lico en plena calle, no faltar¨ªa un buen chino que me acogiera en el remolque de su bici para transportarme, como un boniato m¨¢s, al m¨¢s cercano hospital. O tal vez se trate de los corros que se forman cada dos por tres en la calle: los chinos son muy curiosos y por cualquier nimiedad forman un corro a tu alrededor y empiezan a opinar entre ellos mientras se te quedan mirando fijamente (lo que en caso de c¨®lico puede tener su gracia). O acaso ese calor provenga del caos circulatorio, de ese modo de conducir descuidado pero delicado, que hace suponer que si, por ejemplo, te quedas doblado por el c¨®lico en plena calzada, es probable que consigan esquivarte, pues son cuidadosos con todo lo que se cruza en la calzada, como si todo bicho viviente tuviera su derecho a circular y no como en mi pa¨ªs, que es muy distinto, y aunque puede que te atropelle alg¨²n veh¨ªculo, debido a la ca¨®tica abundancia de los mismos, es posible que te atropelle meticulosamente (debido al cuidado que ponen en todo). Anochece por completo, y por hoy me quedar¨¦ sin salir de mi asombro, casi a la espera, como si dij¨¦ramos, de los primeros s¨ªntomas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.