Paradojas europeas
Por primera vez en la historia, Europa Occidental est¨¢ gobernada por personas que nunca han hecho la guerra. Durante siglos, la construcci¨®n del continente se hizo desde la confrontaci¨®n de unos pueblos con otros, de unas religiones con otras, de unas razas con otras, y el "derecho a la diferencia" ha sido reivindicado, de ordinario, con m¨¢s fuerza que el derecho a la igualdad, incluso en tiempos en los que ¨¦sta era el estandarte revolucionario m¨¢s visible. La expresi¨®n de ese derecho a ser distinto se ha conformado en torno a las culturas y, demasiadas veces, se ha identificado con las lenguas. Eso explica, tambi¨¦n, que los peri¨®dicos hayan constituido uno de los elementos m¨¢s chauvinistas y nacionalistas que imaginarse pueda.Los medios de comunicaci¨®n se convirtieron as¨ª, con frecuencia, en medios de autoidentificaci¨®n, y me atrever¨ªa a decir que de autosatisfacci¨®n, de las sociedades en que nacieron. La institucionalizaci¨®n de la prensa, sus relaciones muchas veces reverenciales con el poder, le han llevado a constituirse en un sistema de representaci¨®n de los intereses nacionales. En cierta ocasi¨®n, el ministro del Interior franc¨¦s acudi¨® al despacho del general De Gaulle a denunciar la actitud del anciano fil¨®sofo Jean Paul Sartre, dedicado por entonces al activismo callejero en pro de las causas m¨¢s radicales. Como sugiriera la conveniencia de detenerle o denunciarle, por escandaloso que resultara, el general acab¨® pronto con la discusi¨®n: "Monsieur Sartre est aussi la France", dijo en tono imperativo. Los directores de los diarios padecen una irrefrenable tendencia a emular al autor de El Ser y la Nada, y a suponer que sus cabeceras pertenecen al acervo cultural, intelectual y pol¨ªtico de las sociedades en las que se editan. Qu¨¦ duda cabe de que el Times -pese a su actual querencia hacia la prensa popular- sigue vi¨¦ndose a s¨ª mismo como un emblema de Inglaterra, igual que Le Monde lo es de Francia o la FAZ de Alemania. Sin embargo, es muy dif¨ªcil encontrar publicaciones que expresen abiertamente un sentimiento de identidad europeo. La ¨²nica que aspira a hacerlo con cierta fortuna, por su car¨¢cter global, es, parad¨®jicamente, una americana: The International Herald Tribune.
Tales divagaciones nos conducen, de nuevo, al debate sobre la existencia, y la conveniencia, de una lingua franca en nuestro continente. La identificaci¨®n de una cultura propiamente europea no comienza sino con la romanizaci¨®n, gracias a la extensi¨®n masiva del lat¨ªn. El Sacro Imperio servir¨ªa para remachar esa identidad ling¨¹¨ªstica con la mucho m¨¢s poderosa de las convicciones religiosas. De esa especie de ensue?os, a veces hechos realidad a base de verter no poca sangre, hemos vivido pr¨¢cticamente hasta nuestros d¨ªas. La historia demuestra que las lenguas las crean los pueblos, pero su uso lo dictan los imperios. Arnold Toynbee puso de relieve la paradoja de que, mientras en el Antiguo Testamento la proliferaci¨®n de idiomas aparece como un tormento y un castigo divino a los arrogantes constructores de la torre de Babel, el primer don que los ap¨®stoles reciben en Pentecost¨¦s es el de lenguas. La pluralidad de ¨¦stas est¨¢ considerada, todav¨ªa hoy, como una riqueza cultural e hist¨®rica de primer orden. Hasta el punto de que algunas, como el ga¨¦lico o el euskera, reciben cuantiosas ayudas y subvenciones p¨²blicas, a fin de defenderlas contra la invasi¨®n del idioma dominante en sus respectivos Estados. Y, sin embargo, dicha pluralidad sigue siendo tambi¨¦n un obst¨¢culo para la creaci¨®n de medios de comunicaci¨®n que procuren un sentimiento unitario de Europa.
La lengua, las armas y el dinero son, desde casi el principio de los tiempos, los medios de comunicaci¨®n y de socializaci¨®n m¨¢s formidables que haya inventado el ingenio humano. Pr¨¢cticamente hasta la creaci¨®n del euro, ese tr¨ªpode lo constitu¨ªan en Europa patas de raigambre americana. El ingl¨¦s es hoy la lingua franca de nuestro continente no por el empuje de Albi¨®n, sino por los procesos globales de mundializaci¨®n, impulsados desde los Estados Unidos de Am¨¦rica. El ej¨¦rcito europeo por excelencia, la OTAN, sigue bajo las ¨®rdenes de un general americano. Y, hasta hace bien poco, el d¨®lar era el patr¨®n monetario m¨¢s atendido por las econom¨ªas de Europa Occidental. No podemos contemplar este fen¨®meno como un fracaso, sino como un signo de los tiempos.
La unidad cultural de Europa es tan evidente para quienes nos miran desde fuera como discutible para los que somos sus habitantes. Hasta el punto de que muchos suponen que Am¨¦rica no es sino una Europa echada a navegar, en feliz expresi¨®n de Jorge Luis Borges. La insistencia en la diversidad de nuestros pueblos no puede empa?ar la tendencia a la unificaci¨®n en usos y costumbres, desde la moda a la alimentaci¨®n, pasando por el cine y el entretenimiento. Tampoco puede considerarse todo suceso de ese g¨¦nero como una p¨¦rdida o una alienaci¨®n. La cuesti¨®n est¨¢ en saber de qu¨¦ manera los medios de comunicaci¨®n, multiling¨¹es o no, son capaces de contribuir a la construcci¨®n de Europa no s¨®lo como federaci¨®n de intereses, sino tambi¨¦n como conjunci¨®n de sentimientos. Las experiencias recientes acerca de la creaci¨®n de peri¨®dicos de ¨¢mbito europeo no pueden inducirnos al optimismo. Pero el fracaso de The European es menos lamentable que la existencia azarosa de esa cadena televisiva de noticias, amparada por las burocracias oficiales, que se llama Euronews, y que ha conseguido aburrir al p¨²blico en media docena de idiomas, de acuerdo con los tradicionales usos diplom¨¢ticos.
El ensue?o de la diferencia, de la diversidad de publicaciones locales o regionales, que sirven a minor¨ªas o a identidades parciales, est¨¢ siendo arrumbado, adem¨¢s, por la concentraci¨®n empresarial en el sector. Mantenemos medios de expresi¨®n entregados al m¨¢s furibundo y pernicioso casticismo, al amparo y bajo el impulso de conglomerados multinacionales, muchas veces demasiado complacientes o poco combativos frente a los excesos del poder. No hay mejor aliado para los intereses de un gobierno que la actitud supuestamente neutral o apol¨ªtica de una empresa extranjera, poseedora de un peri¨®dico o una cadena de radio o televisi¨®n.
Las cosas no tienen por qu¨¦ mejorar, necesariamente, en la llamada sociedad global de la informaci¨®n, cuando los progresos digitales y el avance de Internet transformen por completo nuestros actuales h¨¢bitos comunicativos. En la sociedad digital, el dominio del ingl¨¦s es absoluto. Nicholas Negroponte, gur¨² por excelencia del mundo cibern¨¦tico, vaticina que, en el futuro, un dominio funcional del ingl¨¦s ser¨¢ indispensable para desempe?arse en la red: navegar por ella, ser interactivo, informarse e informar a los dem¨¢s, comprar o vender, aprender y ense?ar. Lo compara a las obligaciones de pilotos y controladores a¨¦reos, que utilizan el ingl¨¦s como medio de trabajo aunque luego hablen entre ellos, en la cabina, en su idioma materno. La extensi¨®n del ingl¨¦s como lingua franca, no s¨®lo en Europa, sino en el mundo, es algo inevitable, y eso afectar¨¢ tambi¨¦n a la sensibilidad y a los sentimientos de identidad de los europeos, entre otras cosas porque la lengua m¨¢s hablada en Europa es el alem¨¢n. Un ciudadano de la Uni¨®n Europea, que aspire a ejercer con plenitud todos sus derechos y obligaciones, deber¨¢ aprender a expresarse, como m¨ªnimo, en dos o tres idiomas.
La diversidad cultural forma parte, intr¨ªnsecamente, de la identidad unitaria europea. Es lo que Edgar Morin defini¨® como Unitas multiplex en su libro Penser L'Europe. Pero dicha diversidad tiende a ser uniformizada por la extensi¨®n abrasiva del ingl¨¦s y por los formidables procesos de concentraci¨®n empresarial en el sector de los medios. En muy pocos a?os, menos de una docena de compa?¨ªas estar¨¢ en disposici¨®n de controlar la mayor¨ªa de los contenidos de la comunicaci¨®n en el continente. Ser¨¢n grupos brit¨¢nicos, alemanes, franceses, quiz¨¢s italianos. Muchas de las llamadas culturas nacionales y de las identidades locales rendir¨¢n sus cuentas de resultados a consejos de administraci¨®n for¨¢neos. No estoy criticando el fen¨®meno, sino describi¨¦ndolo. La pluralidad europea, su multiplicidad y diversidad, que todos elogiamos y potenciamos, quedar¨¢, finalmente, encomendada al cuidado de muy pocas manos, y considerablemente uniformes. Una paradoja m¨¢s de las muchas con las que habremos de convivir en el siglo venidero.
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El pasado jueves, 25 de febrero, se reuni¨® en el palacio de Schloss Bellevue, residencia oficial del presidente de la Rep¨²blica Federal Alemana, un nutrido grupo de intelectuales, pol¨ªticos, empresarios y periodistas para debatir sobre las causas comunes de la cultura europea. Junto al presidente alem¨¢n, Roman Herzog, y el checo, Vaclav Havel, hablaron, entre otros, el ministro de Asuntos Exteriores polaco Bronislaw Geremek, el escritor h¨²ngaro Gy?rgy Konrad, el fil¨®sofo franc¨¦s Andr¨¦ Glucksmann, el historiador ingl¨¦s Timothy Garton Ash, lord David Puttnam, productor de cine brit¨¢nico, y Juan Luis Cebri¨¢n. Este es el resumen de la intervenci¨®n del consejero delegado del grupo PRISA y EL PA?S.
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