?Que se ha muerto Kubrick?
Cojo el tel¨¦fono despistado, pensando en otra cosa. Hola, ?lex. Se ha muerto Kubrick. Un silencio de tres segundos. ?Qu¨¦? Tardo en reaccionar, no s¨¦ qu¨¦ decir, siento algo extra?o. No s¨¦, de pronto me da la impresi¨®n de recibir una de esas llamadas terribles en las que alguien te informa de la muerte de un familiar cercano, una de esas llamadas fr¨ªas, con tono severo, casi telegr¨¢ficas. Se ha muerto Kubrick. No se me ocurre preguntar de qu¨¦, en qu¨¦ circunstancias, c¨®mo pas¨®. Tengo que reconocer que lo primero que pasa por mi cabeza es su ¨²ltima pel¨ªcula. ?La ha terminado? Recuerdo noticias en los peri¨®dicos sobre lo complicado del rodaje, prolongado mil y un d¨ªas por su esp¨ªritu desquiciado y perfeccionista. No s¨¦, me responden. De acuerdo, soy cruel. Lo ¨²nico que me importa es su trabajo, pero, ?qu¨¦ co?o!, lo ¨²nico que conozco de Kubrick es su trabajo. Su maravilloso trabajo. No voy a escribir ahora un art¨ªculo sesudo sobre su obra, ni voy a repasar una a una sus pel¨ªculas. Para eso ya est¨¢ contratada un mont¨®n de gente que lo har¨¢ mejor que yo. Ahora s¨®lo me importa recordar las horas de mi vida que he llenado de un insano placer barroco, de esa enfermiza pureza que inyectaba por la vena al negativo de sus pel¨ªculas. No pienso caer en el juego de ensalzarle como genio ni criticarle como hombre de cine. No puedo hacerlo porque est¨¢ por encima de todo eso. Ese tipo me ha alucinado, me ha extasiado, me ha enfurecido, me ha acojonado tantas veces, que no puedo fallarle ahora. Creo que hasta las pel¨ªculas que menos me gustan de su filmograf¨ªa las considero obras maestras. Porque en Kubrick todo parece distinto. Hay algo, no s¨¦, algo deslumbrante en su manera de componer el plano, algo imposible, una mezcla de belleza y enfermedad que me pone la piel de gallina cuando pienso seriamente en ello. No es su manera de mover la c¨¢mara, ni su puesta en escena, es algo m¨¢s.Recuerdo las pel¨ªculas como lugares donde he vivido... Recuerdo los pasillos de aquel hotel perdido en la nieve. Yo estuve all¨ª, rodando sobre alfombras mullidas en un triciclo... Recuerdo la ba?era en la que Marisa Berenson reposaba desnuda. Su vientre perfecto... Recuerdo los pasillos esf¨¦ricos de aquella nave en el espacio. Yo he corrido por esos pasillos, casi podr¨ªa decir que puedo sentirlos como m¨ªos, como parte de mi vida. Puedo llegar a tocar con mis dedos en la distancia de la memoria esa luz blanca, pegajosa, que ba?aba los rostros de los personajes como si fuese leche-plus. Recuerdo a Alex, a Pete, a Georgie y al Lerdo en el imposible bar l¨¢cteo Korova. Dios, ?alguien ha llegado a imaginar algo tan sublime, tan exquisitamente perverso como la divina Naranja mec¨¢nica? Nosotros somos como ni?os en una guarder¨ªa, jugando a contar historias. ?l era el Gran Mago, un viejo sabio en un laboratorio inmaculado, buscando en solitario la f¨®rmula, la Gran Obra. L¨¢stima que no le haya dado tiempo. Creo que fue uno de los pocos que estuvieron cerca.
Babelia
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