Moral y sida
HAY QUE decirlo sin rodeos: una moral sexual que anteponga los principios a la persona, como la que el nuevo vicepresidente de la Conferencia Espiscopal, el cardenal arzobispo de Barcelona, Ricard Mar¨ªa Carles, orden¨® predicar ayer sobre el sida desde los p¨²lpitos de su di¨®cesis, es sencillamente inhumana. Y si, adem¨¢s, intenta condicionar las pol¨ªticas preventivas del Estado respecto de esta enfermedad -antes contagiarse de ella que usar el preservativo- representa una amenaza para la salud p¨²blica. Nadie que se refiera a este tema con responsabilidad, y menos si lo hace con pretesiones de magisterio, puede obviar el hecho de que casi 60.000 espa?oles, en su mayor¨ªa j¨®venes, desarrollan sida en la actualidad y que su tratamiento cuesta a la sanidad p¨²blica m¨¢s 150.000 millones de pesetas.El cardenal Carles es muy libre de proponer a sus fieles un ideal de conducta sexual basado en la abstinencia, la fidelidad a una pareja no contaminada y la castidad. El nuevo presidente de la Conferencia Episcopal, cardenal Antonio Mar¨ªa Rouco, del que Carles toma ejemplo y doctrina, mantuvo igual postura ante la campa?a de prevenci¨®n del sida en la Comunidad de Madrid. Son formas de prevenci¨®n conformes al concepto que la Iglesia Cat¨®lica sigue teniendo respecto del sida como una suerte de castigo de Dios que hace pagar sus vicios al pecador. All¨¢ quienes proponen a sus fieles una norma de conducta sexual tan estrictaque hace correr a quienes la infringen graves riesgos para su salud y su vida.
Pero lo que es rechazable es pretender generalizar esa norma sexual a la sociedad entera y todav¨ªa m¨¢s, como hace ahora Carles y antes Rouco, criticar y descalificar al Estado por decirles a los j¨®venes algo tan elemental y did¨¢ctico como que, si practican el sexo, la forma m¨¢s segura de evitar contagios es la utilizaci¨®n del preservativo. Incluso desde las instancias oficiales de un Gobierno conservador como el actual se ha rechazado con contundencia una intromisi¨®n tan directa y prepotente de un jerarca de la Iglesia en un asunto que compete al Estado. No hacerlo habr¨ªa supuesto avenirse a formas de reconvenci¨®n propias de un confesionalismo trasnochado, inaceptables en un Estado aconfesional, en el que la Iglesia goza de plena libertad para moverse en la esfera religiosa que le es propia pero cuidando de no interferir en el ¨¢mbito de responsabilidad de los poderes p¨²blicos. La nueva c¨²pula de la Iglesia se ha estrenado, y ya hemos visto c¨®n qu¨¦ talante y con qu¨¦ argumentos.
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