Para repartir el empleo hay que compartir el trabajo
Hace exactamente un a?o est¨¢bamos denunciando la terrible situaci¨®n de las mujeres afganas, y por extensi¨®n la de todas aquellas que sufren cualquier tipo de discriminaci¨®n en el mundo. Hoy, pese a las m¨²ltiples denuncias de los que ha sido objeto el r¨¦gimen talib¨¢n, desgraciadamente debemos decir que todo sigue igual, o peor: Fatana Ishaq, dirigente del Consejo de Mujeres Afganas y Premio Pr¨ªncipe de Asturias de Cooperaci¨®n Internacional 1998, lleva meses encerrada en su casa porque sobre su cabeza pesan las amenazas de muerte recibidas por parte de miembros del movimiento talib¨¢n.Realmente nada ha cambiado para las mujeres afganas. ?Y para las mujeres en Euskadi? No hace mucho le¨ªamos la sentencia dictada por el Tribunal Superior de Justicia del Pa¨ªs Vasco en la que se denegaba la pensi¨®n total de invalidez a una empleada de hogar por considerar que "numerosas tareas habituales no requieren esfuerzos f¨ªsicos y, por otra parte, las tareas que precisan esfuerzos f¨ªsicos son de car¨¢cter moderado y cuentan con la ayuda de medios mec¨¢nicos, cuyo uso se halla generalizado en una sociedad desarrollada como la nuestra". Las reacciones, no s¨®lo de Emakunde, que ya est¨¢ realizando un estudio ergon¨®mico para medir el esfuerzo de las tareas dom¨¦sticas, sino de muchas y diversas personas y colectivos, no se hicieron esperar. En este sentido, tenemos que admitir que algo ha cambiado, la sociedad muestra mayor sensibilidad hacia estos temas, lo cual es un avance con respecto a a?os atr¨¢s. A¨²n as¨ª, el trabajo dom¨¦stico y las responsabilidades familiares siguen sin estar reconocidas socialmente. No se valora el esfuerzo y la dificultad que conllevan ni su importancia para el buen funcionamiento de la sociedad, para su bienestar y desarrollo econ¨®mico. Como tampoco se valoran las destrezas y capacidades adquiridas en su desempe?o a la hora de acceder a un empleo. Desde un punto de vista social, el trabajo dom¨¦stico, que muy mayoritariamente lo realizan las mujeres, es absolutamente necesario e incluye un gran n¨²mero de ocupaciones, adem¨¢s de las puramente f¨ªsicas de limpieza, comida etc. La educaci¨®n de los ni?os y j¨®venes, el cuidado de personas dependientes, la atenci¨®n a necesidades emocionales y afectivas de toda la familia, etc. Todas estas exigencias vitales deben ser cubiertas si queremos una sociedad con seres equilibrados (...). Pues bien, a pesar de que este trabajo es indispensable para mantener el equilibrio f¨ªsico y ps¨ªquico de la familia y es de una transcendencia social incuestionable la sociedad no lo valora. De todas formas, el cambio social al que antes nos refer¨ªamos se empieza a corroborar por estudios e investigaciones. Los realizados sobre el valor y el volumen de trabajo no retribuido en los hogares indican que representa alrededor del 35 al 55% del PIB. Este dato nos permite concluir que el nivel de bienestar y desarrollo de la sociedad en que vivimos se mantiene, en gran parte, gracias al trabajo dom¨¦stico no remunerado. Al hilo de estos estudios, el reciente informe El Dilema del Empleo encargado por el Club de Roma sobre el futuro del trabajo y que ha actualizado el debate sobre este problema tan pronto como ha sido presentado, considera que una parte tan importante en nuestra econom¨ªa no puede seguir siendo ignorada por nuestros m¨¦todos de contabilidad. Por otra parte, la preocupaci¨®n de Emakunde por revalorizar el trabajo dom¨¦stico se plasm¨® ya en el Primer Plan de Acci¨®n Positiva para las Mujeres en Euskadi donde se recog¨ªan medidas orientadas a destacar su importancia econ¨®mica y social. En este sentido, hemos venido manteniendo reuniones de trabajo con el Eustat que, en el marco del Eurostat, participa en un grupo de trabajo internacional a fin de desarrollar metodolog¨ªas que permitan estimar la contribuci¨®n del trabajo dom¨¦stico al PIB de esta comunidad. Estos an¨¢lisis y otros nos aportar¨¢n informaci¨®n en este camino, pero, sin duda alguna, la clave de la cuesti¨®n reside en el reparto de trabajo, y no s¨®lo del empleo. En definitiva, en el reparto equilibrado de responsabilidades entre hombres y mujeres, tanto en el ¨¢mbito p¨²blico como en el privado. Para este cambio es necesario que tanto hombres como mujeres superemos los papeles que se nos han asignado tradicionalmente y que ambos asumamos el trabajo en las dos esferas: en el terreno dom¨¦stico y familiar, y en el del empleo. No se trata de compartir ¨²nicamente algunos trabajos f¨ªsicos del hogar, sino de responsabilizarse conjuntamente de la organizaci¨®n de las necesidades de la familia y de la atenci¨®n psicol¨®gica, intelectual y afectiva de hijos e hijas. Nos encontramos ante la necesidad de observar desde una nueva perspectiva la complejidad del trabajo dom¨¦stico y de las responsabilidades familiares, revalorizarlo y exigir una responsabilidad compartida por la pareja para alcanzar un reparto equitativo de tareas. Posiblemente sea uno de los mayores escollos por superar en el avance hacia la igualdad real y uno de los retos para el siglo XXI.
Txaro Arteaga Ansa es directora de Emakunde.
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