Descarados y conversos
Al margen de ser poco o nada veros¨ªmil, resulta sintom¨¢tica la frase del se?or Zaplana, en la que m¨¢s o menos asevera que "el PP en cuestiones de honradez es imbatible". No se trata de demostrar honradez con los propios actos, sino de insinuar que no se superan los ¨ªndices de rapi?a e impudor del adversario. Estamos en tiempos de afirmaciones descaradas. Se valoran y se adoptan las ventajas y la comodidad del cinismo: no hay raz¨®n para disimular. Cuesta poco afirmar que el mayor desafuero es lo que m¨¢s nos conviene a todos. Nos vamos acostumbrando a convivir con una cierta suciedad pol¨ªtica, quiza inevitable. Los partidos pol¨ªticos, sus dirigentes, las instituciones mismas, nos abruman con declaraciones que nadie cree sobre sus buenos comportamientos, a menudo visiblemente poco ¨¦ticos. No es que lo perdonemos todo; es que, en general, nos tiene sin cuidado. La falta de respuesta c¨ªvica parece deberse a simple indiferencia, bien conocida y aprovechada por los expertos. Que son en realidad quienes efectivamente nos gobiernan. Las frases y actitudes de los mandatarios, sus enjuagues y trapisondas, sus compras y ventas de adversarios, de votos, de favores y prebendas, su ferocidad interna y su sonrisa externa, responden, al parecer, a consejos y recomendaciones de especialistas en imagen, marketing, encuestas y sondeos. No es dif¨ªcil imaginar alguno de esos consejos: "Puede usted cometer esa barbaridad urban¨ªstica; perder¨¢ unos pocos votos en la zona, pero ganar¨¢ popularidad y muchos votos entre los no afectados". "Estimule la especulaci¨®n y el despilfarro sin temor a las cr¨ªticas; insulte a quien le critique". O bien: "Aquel desgraciado es susceptible de ser comprado, se pasar¨¢ al grupo mixto y le dar¨¢ a usted la alcald¨ªa, resultando bastante bien de precio". "Afirme que usted es el mejor defensor de los intereses valencianos, aunque se cargue su lengua, su cultura, su naturaleza y sus ciudades. Esas cosas no proporcionan votos. Inv¨¦ntese alg¨²n pirul¨ª arquitect¨®nico, o alg¨²n ex¨®tico museo, y solucionado". "Puede usted soltar tranquilamente su ocurrencia, es una tonter¨ªa y adem¨¢s no es verdad, pero la mayor¨ªa se la creer¨¢ y pensar¨¢ que es usted muy listo". "Sea usted descarado, es rentable". Etc¨¦tera, etc¨¦tera. Una muestra del actual descaro es el transfuguismo, del que tanto se ha hablado durante 10 o 12 d¨ªas, todo un r¨¦cord, objeto de comentarios, incluso institucionales, para todos los gustos. Tambi¨¦n pol¨¦micos. Hay quien justifica al pobre tr¨¢nsfuga por su mala situaci¨®n econ¨®mica, condenado a pasarse de bando. Quien le ve como protagonista de un comportamiento a la altura de los tiempos. Un signo de modernidad que convierte en anacr¨®nica e inmovilista, a m¨¢s de intolerante con la libertad de transfuguismo, cualquier cr¨ªtica de car¨¢cter moral. ?Demasiado sencillo considerar al tr¨¢nsfuga como un desvergonzado y al pol¨ªtico que se aprovecha (de una acci¨®n que ¨¦l mismo condena), como un c¨ªnico! Un fen¨®meno viejo y normal que debe tener que ver con la proximidad en los programas e intenciones de los partidos. Tambi¨¦n, posiblemente, con los contactos entre pol¨ªticos de distinto signo en pasillos, viajes, mesas y manteles. Pero, sobre todo, con expectativas electorales. Relativamente nuevas son la frecuencia y la dimensi¨®n, algo escandalosa, con que se produce el fen¨®meno en tierras valencianas. Empezando por el r¨¢pido tr¨¢nsito de Rafael Blasco desde el PSOE al PP, siempre en la c¨²spide respectiva, seguido del que catapult¨® al se?or Zaplana desde Benidorm a la presidencia de la Generalitat, y acabando por la actual y numerosa fila de infieles. En todo caso, llama la atenci¨®n la impunidad con que se realiza cada operaci¨®n. El descaro con que se asume y el olvido inmediato por parte de todos: protagonistas, receptores, oposici¨®n, comentaristas y ciudadanos. Cambiar de opini¨®n puede ser un ejercicio de modestia y de reconocimiento de los propios errores. Cambiar de chaqueta ya no resulta tan edificante. Abandonar una creencia, una convicci¨®n o unas opiniones, puede responder a razones incluso nobles. La decisi¨®n del converso puede ser producto de una bella reflexi¨®n autocr¨ªtica. La cosa debe depender del ¨¢mbito de la conversi¨®n, bien se trate de religi¨®n, de relaci¨®n social, de ¨¦tica. Por lo visto aqu¨ª, en el ¨¢mbito de la pol¨ªtica, casi siempre se trata de intereses y de ambici¨®n. De dinero. O sea, de simple desverg¨¹enza.
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