La crisis m¨¢s grave de la Europa comunitaria
El Consejo Europeo tiene dos opciones: nombrar una nueva Comisi¨®n o mantener en funciones la dimitida
El Consejo Europeo —la cumbre de los jefes de Estado o de Gobierno—-debe decidir ahora qu¨¦ salida ofrece a la m¨¢s impresionante crisis institucional registrada en toda la historia de la Europa comunitaria. Se enfrenta a dos grandes opciones: o bien nombrar una Comisi¨®n enteramente nueva, o bien mantener en funciones a la dimitida. En ambas opciones su mandato durar¨ªa el mismo tiempo previsto para la Comisi¨®n Santer: hasta enero del 2000. En todo caso, deber¨¢ contar con la anuencia de la c¨¢mara, aunque no necesita su total complicidad, puesto todav¨ªa no est¨¢ en vigor el Tratado de Amsterdam.
La dimisi¨®n de todos los miembros de la Comisi¨®n carece de precedentes hist¨®ricos. Lo m¨¢s parecido fue la renuncia del presidente italiano Franco Maria Malfatti, que fue inmediatamente sustituido por el holand¨¦s Sicco Mansholt. Pero de ello no s¨®lo hace decenios, sino que las causas son muy diferentes. Ni vino por una crisis —Malfatti renunci¨® voluntariamente para reintegrarse en la pol¨ªtica interna italiana— ni la Comisi¨®n era en sus inicios una instituci¨®n tan determinante como ahora.
El colapso del Ejecutivo llega ahora en un momento p¨¦simo para ¨¦l futuro de la Europa comunitaria, a menos de dos semanas de que se celebre en Berl¨ªn la trascendental cumbre que debe acordarla Agenda 2000, el paquete presupuestario para el pr¨®ximo septenio del pr¨®ximo siglo. Esta tormenta pol¨ªtica sin precedentes se produce casualmente s¨®lo tres d¨ªas despu¨¦s de otro acontecimiento sorprendente que tambi¨¦n provoc¨® una gran icertidumbre en Europa: la dimisi¨®n del ministro de Finanzas de Alemania, Oskar Lafontaine.
Quiz¨¢ en Berl¨ªn est¨¦ ya clara la alternativa a la crisis abierta ayer, pero en todo caso la Comisi¨®n dimitida apenas podr¨¢ ejercer su tradicional funci¨®n de ¨¢rbitro y buen componedor, para disgusto del Gobierno espa?ol, que se hab¨ªa comprometido mucho en su defensa.
Tanto por intereses t¨¢cticos —la Comisi¨®n es su principal aliado en esa batalla— como estrat¨¦gicos, por mor de mantener la idea de un Ejecutivo fuerte, capaz de mantener el equilibrio institucional con un Parlamento Europeo crecido en competencias desde que se aprobara el Tratado de Amsterdam. Este no est¨¢ a¨²n en vigor, pues falta la ratificaci¨®n de Francia, pendiente del tr¨¢mite de aprobaci¨®n por el Senado.
Tambi¨¦n es un mal momento porque el Parlamento Europeo est¨¢ en liquidaci¨®n. Las elecciones europeas se celebran el pr¨®ximo mes de junio. Y la coyuntura de precampa?a electoral es poco propicia a la calma que requiere la situaci¨®n. Porque ?exigir¨¢ la c¨¢mara el completo guillotinamiento p¨²blico de Santer y los suyos? ?O bien se conformar¨¢ con que los jefes de Gobierno la mantengan, aunque sea en precario? Los miembros del Consejo Europeo tienen desde luego un arma te¨®rica, si optan por esta ¨²ltima soluci¨®n. A saber, la confecci¨®n de las listas electorales, de manera que cualquier atisbo de indisciplina se castigue con la eliminaci¨®n de las candidaturas. Pero ya contaban con ella durante la moci¨®n de censura, y ello no impidi¨® el espect¨¢culo de fracturas y deserciones en todos los grupos parlamentarios.
El Tratado estipula que si el presidente de la Comisi¨®n dimite, debe ser obligatoriamente reemplazado, lo que no ocurre necesariamente cuando renuncia un comisario de base. Este es el caso, porque ha cesado todo el colegio, con Jacques Santer al frente.
La cumbre debe elegir pues un nuevo presidente de Comisi¨®n, y ¨¦ste, junto con los Gobiernos, elegir un colegio (el presidente gozar¨¢ de m¨¢s margen de maniobra para elegir a sus colegas cuando rija, desde junio, el Tratado de Amsterdam). Aunque se carezca de precedentes y de normas, el Consejo Europeo podr¨ªa innovar, confirmando a los dimisionarios para que ejerzan sus cargos en funciones hasta el nombramiento del nuevo colegio. Podr¨ªa encabezar el colegio el propio Jacques Santer, o en el supuesto de que renuncie, el vicepresidente que semestralmente ocupa el segundo puesto, en este caso el brit¨¢nico Leon Brittan.
Esta opci¨®n de m¨ªnimos se tomar¨ªa si se quisiera evitar tanto mezclar el proceso con los comicios europeos, como tomar decisiones precipitadas. Parece l¨®gico, en efecto, que los l¨ªderes no elijan a un nuevo presidente s¨®lo por nueve meses, sino que ¨¦ste, tras culminar lo que resta de mandato, fuese el candidato para el nuevo mandato que empieza el a?o pr¨®ximo.
Las candidaturas para el puesto est¨¢n muy poco maduras. Una, oficial, es la del antiguo presidente del Consejo de ministros italiano, Romano Prodi. Naci¨® con empuje pero actualmente se ha deshinchado levemente, desde que Prodi decidi¨® crear un nuevo partido para competir en los comicios de junio, rompiendo as¨ª el consenso interno que se supone debe respaldar una candidatura para la Comisi¨®n con posibilidades de ¨¦xito.
El otro nombre no ha sido todav¨ªa oficializado, pero acarrea un creciente impulso. Se trata del espa?ol Javier Solana, actual secretario general de la OTAN, cuyo mandato termina precisamente el pr¨®ximo diciembre. Cuenta entre sus principales bazas con sus excelentes relaciones pol¨ªticas y personales con los principales dirigentes de Mosc¨² y Washington; el apoyo que le otorgan los candidatos de la Europa oriental a la ampliaci¨®n (el gran reto de la UE para el pr¨®ximo decenio); y el de haberse consagrado como una figura a medio camino del empuje de Jacques Delors y la t¨ªmida discreci¨®n de otros presidentes hist¨®ricos de la Comisi¨®n.
En contra de Solana juega el hecho de que la OTAN, cuando est¨¢ a punto de cumplir el 50 aniversario, atraviesa por un momento especialmente delicado en su trayectoria, un momento poco oportuno para sustituir al secretario general.
El cese colectivo de la Comisi¨®n pone ahora a prueba, pues, a las otras dos grandes instituciones de la UE, el Consejo y el Parlamento. El primero porque debe actuar r¨¢pidamente y demostrar el liderazgo de su presidente, el canciller alem¨¢n Gerhard Schr?der, mermado coyunturalmente por la crisis desencadenada en su Gobierno tras la renuncia del poderoso Oskar Lafontaine. El segundo, porque en caso de mantenimiento en funciones de la vieja Comisi¨®n, deber¨¢ tolerar la continuidad de algunos personajes a los que ha criticado. En algunos casos, hasta muy cerca del linchamiento moral.
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