Teolog¨ªas
Parad¨®jicamente, todo lo que el universo tiene de real se debe a su costado fant¨¢stico o imaginario. En efecto, hay que poner en marcha una fantas¨ªa delirante para conseguir que un reci¨¦n nacido llegue a ser general de divisi¨®n u obispo de la di¨®cesis Madrid-Alcal¨¢, cosas absurdas donde las haya. Y no sufran las madres de los interfectos, siempre hay destinos peores. Recuerden, si no, aquella frase de un personaje de Billy Wilder: "No le digas a mi madre que soy periodista; dile que trabajo en un burdel". Queremos se?alar, en fin, que gracias a lo ficticio, sea el faj¨ªn o el b¨¢culo, somos cruelmente verdaderos. "Es un sue?o", dicen las chicas cuando reciben la corona de Miss Espa?a. Y llevan raz¨®n: tal disparate no puede ser verdad, a menos que haya sido mentira previamente.Uno no sabe a qui¨¦n pudo ocurr¨ªrsele el tricornio, la mitra, o ese objeto que llevan en la cabeza los doctores honoris causa, aunque no sea carnaval. Lo malo de estas monstruosidades es que saltan a veces de la cabeza a la realidad y as¨ª nos va. En otras palabras, que si no hubiera cargos alucinatorios como el de obispo de Barcelona o presidente de la Conferencia Episcopal, tampoco existir¨ªan unos se?ores reales llamados Rouco, Carles o Arzalluz.
Y si no existiera la Conferencia Episcopal Espa?ola, que sobre el papel es un desprop¨®sito literario digno de Lewis Carroll, quiz¨¢ no existir¨ªan el botafumeiro ni Fraga Iribarne, que son creaciones fant¨¢sticas de la mente comparables a los anuros o al cond¨®n. Lo que no sabemos es de qu¨¦ mente puede haber salido todo esto. De ah¨ª la existencia de la teolog¨ªa, que, aunque al decir de Borges, pertenece al g¨¦nero fant¨¢stico, al final va a ser la ¨²nica ciencia capaz de explicarnos la realidad. Entretanto, si ustedes no quieren tener problemas hagan como que todo les parece l¨®gico.
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