Setenta
MIQUEL ALBEROLA Junto a la pared de uno de los bares de Quatretonda aquel verano instauraron una m¨¢quina de discos que por una moneda reproduc¨ªa la melod¨ªa seleccionada. El asunto adquiri¨® en seguida dimensiones de acontecimiento, y concit¨® un formidable inter¨¦s entre los adolescentes, mientras sobre el m¨¢rmol de los veladores estallaba el seis doble, la blanca pito o la sota de bastos ante la indiferencia zool¨®gica de los mayores. Aquel d¨ªa en la barra hab¨ªa varios labradores con alpargatas y la espalda de la camisa manchada de sulfato sorbiendo cazalla y especulando sobre la meteorolog¨ªa y el mild¨ªu, cuando de repente alguien tir¨® una moneda en la ranura y empez¨® a sonar la canci¨®n de un franc¨¦s con gafas rectangulares y pelo largo que se llamaba Michel Polnareff, cuya fotograf¨ªa siempre aparec¨ªa en las revistas ilustrando alg¨²n esc¨¢ndalo del estilo de bajarse los pantalones en medio de una actuaci¨®n. La canci¨®n se llamaba Holidays, estaba llena de sugerencias y abr¨ªa una brecha por donde escapar de una realidad inconmovible. Es la referencia m¨¢s s¨®lida que conservo de la proclamaci¨®n de la d¨¦cada de los setenta, un escenario sonoro y sensitivo que a menudo asocio con la libertad, pese a los calambres de una dictadura ya muy desconchada. Sin embargo, existe una inercia muy extendida a menospreciar esta d¨¦cada, conceptuada como degradada y hortera, en contraposici¨®n a los felices ochenta y a los a?os sesenta, que puede que fueran m¨¢s prodigiosos, aunque sin duda tambi¨¦n menos libres. Muchos tipos duros trataron de solapar bajo un solemnizado compromiso pol¨ªtico la expresi¨®n de estos a?os, cuyos ritmos y formas, a pesar del blindaje con que recubrieron los sentidos, llegaron a perforar alguna parte de sus cerebros hasta que un d¨ªa de guardia baja la radio los revent¨® por dentro con una de aquellas canciones. Ahora este genio tierno que se llama Carles G¨¤mez acaba de publicar un libro, Bailando los 70, para relamer todo el n¨¦ctar que secret¨® aquella est¨¦tica de pantalones acampanados y cuellos de camisa enormes y puntiagudos. Pero tambi¨¦n para rescatar de debajo del ruido pol¨ªtico a la Margit Kocsis que cabalga en nuestro interior sobre el caballo blanco de Terry con los muslos desnudos.
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