M¨²sica en el parque

Domingo en Madrid. Decido pasar un rato en el parque del Retiro. Elijo un banco soleado, abro el peri¨®dico. De pronto, una voz an¨®nima me da los buenos d¨ªas a todo volumen y comienza un concierto atronador. Ya veo d¨®nde est¨¢n: a unos sesenta metros de m¨ª o m¨¢s, un grupo interpreta m¨²sica. Imposible leer, pasear, tomar el sol en calma. Imposible decidir si quiero o no quiero o¨ªr m¨²sica: me la imponen. Y si quiero o¨ªrla, tampoco puedo elegir cu¨¢l: mucho m¨¢s cerca de m¨ª hay una pareja de cuerda, parecen violines, pero su m¨²sica permanece inaudible ante el ruido de los m¨¢s lejanos.Paseo, huyendo de los decibelios. Veo una actuaci¨®n de malabaristas. En medio de la misma, otros m¨²sicos con sus potentes amplificadores comienzan su serenata, justo al lado de los malabaristas, impidiendo o¨ªr sus explicaciones y desluciendo su espect¨¢culo.

O se impide el uso de amplificadores, o el Retiro se rige por la ley del m¨¢s fuerte: el que m¨¢s grita, manda. Me gusta la m¨²sica en la calle y en los parques, pero no que me la impongan. Y el desprecio hacia otros m¨²sicos y artistas, menos a¨²n.-