?D?NDE ESTA RUSIA?
Las declaraciones del primer ministro ruso, Yevgueni Primakov, pregunt¨¢ndose por qu¨¦ iba a bombardear la OTAN a Serbia por Kosovo si no bombardeaba a Espa?a por Euskadi, constituyen, por una parte, un exabrupto lamentable, pero, por otra, remiten a un problema de mayor alcance, el de la continuidad entre los modos de hacer las cosas y de ver la realidad por parte de los actuales dirigentes rusos y los del difunto Estado sovi¨¦tico. Nada tiene de extra?o si tenemos en cuenta que precisamente la continuidad ha presidido, salvo intervalos frustrados, la composici¨®n de los ¨®rganos principales del Estado. De acuerdo con la vieja tradici¨®n que despuntara sin ¨¦xito con Beria, pero que se materializ¨® con Andr¨®pov, ese centro neur¨¢lgico del sistema que era el KGB tendi¨® a convertirse en el vivero para el reclutamiento de la direcci¨®n m¨¢xima del pa¨ªs.
Primakov, a la presidencia del Gobierno desde el Ministerio de Asuntos Exteriores, pero toda su carrera pol¨ªtica en el Antiguo R¨¦gimen tuvo lugar en el KGB. Y buena parte de su ¨¦xito de cara a la opini¨®n p¨²blica en estos meses de gesti¨®n ha venido de su capacidad para ir recomponiendo un Estado-KGB, donde los que fueran altos responsables de los servicios de inteligencia bajo su mando pasan a ocupar hoy puestos claves: Grigori Rapota asume la jefatura de la gigantesca empresa del Estado exportadora de armas, y el que fuera secretario de prensa de los servicios de informaci¨®n exteriores, Yuri Kobaladze, la de la agencia de noticia Itar-Tass, con el encargo de inmunizar la figura de Primakov ante posibles ataques de la prensa.
De esta forma, queda consolidado el puente que une las dos orillas, la sovi¨¦tica anterior y la democr¨¢tico-autoritaria de hoy. La influencia del recuperado Partido Comunista sobre el Gobierno act¨²a en el mismo sentido. En fin, como ocurre con tantos otros aspectos de la vida pol¨ªtica del pa¨ªs, las malformaciones registradas en la organizaci¨®n pol¨ªtica y econ¨®mica interior no agotan ah¨ª su incidencia, sino que repercuten sobre la proyecci¨®n exterior de Rusia.
Es algo que tuve recientemente ocasi¨®n de comprobar en un campo aparentemente alejado del que ahora nos ocupa: la pol¨ªtica de archivos. Entre 1992 y 1994 hubo por parte rusa una actitud de relativas puertas abiertas, que hizo posible buena parte de las investigaciones publicadas en Europa y en Norteam¨¦rica en estos ¨²ltimos tiempos y que apuntaba a una apertura aun mayor cuando dispusieran de una legislaci¨®n al respecto. Por lo que toca a Espa?a, hubo incluso una oferta formalizada de microfilmar los fondos del Archivo del Ej¨¦rcito Sovi¨¦tico sobre la guerra civil, incluido el secreto de Vorochilov, dos mil quinientos legajos, oferta que qued¨® enterrada en el pertinente caj¨®n ministerial hispano. Pues bien, desde entonces ha sucedido todo lo contrario, adquiriendo la tendencia al cierre y a la depuraci¨®n aspectos grotescos al alcanzar, en el que fuera archivo de la Internacional Comunista a series documentales como las de Manuilski y Dimitrov antes consultadas sin problemas y parcialmente reproducidas, por ejemplo en el Centre d'Estudis Hist¨°rics de Barcelona. "El hecho de que un documento haya sido publicado no le quita el car¨¢cter de secreto", sentencio lucidamente el responsable ruso al serle explicada la contradicci¨®n. As¨ª que al mismo tiempo que el Consejo de Europa pone los d¨®lares para un sugestivo proyecto de digitalizaci¨®n de esos antiguos fondos de la Comintern, los archiveros rusos, por orden de la superioridad, ponen a buen recaudo los documentos de mayor inter¨¦s (entre ellos, los que tocan a la guerra de Espa?a). ?Sin orden ni concierto? No parece que sea el caso. El expurgo tiene mucho que ver con la vinculaci¨®n del actual Estado ruso respecto de su antecesor. Por los datos conocidos de lo que estaba antes y ya no est¨¢, se trata de borrar toda huella de la intervenci¨®n efectiva de Stalin y de las instituciones a el subordinadas sobre la actuaci¨®n de los dem¨¢s partidos comunistas En una palabra, Lenin y Stalin como individuos pueden ser arrastrados por el fango con los documentos entregados a los historiadores, pero el Estado sovi¨¦tico, en cuanto tal, ha de permanecer fuera d toda sospecha. Sus sucesores se encargan de ello.
El estilo tambi¨¦n cuenta. Un debate con los responsables rusos sobre estos temas tiene todo el encanto de una negociaci¨®n con representantes sovi¨¦ticos en la era de Brezhnev. Son como un muro opuesto a cualquier iniciativa, en nombre de unos intereses y de unas razones de Estado cuyo contenido nunca se explicita Si no aparece una fuerza superior que les obligue a inclinarse, en estos casos la advertencia de que si no conceden una cosa se suspenden los pagos, lo ¨²nico que cabe esperar es una manifestaci¨®n airada de prepotencia. "Lufthansa dejaba fumar en sus vuelos hace dos a?os y ahora lo prohibe", fue toda la explicaci¨®n que fue dado alcanzar del responsable inmediato del expurgo al pregunt¨¢rsele por las razones y los criterios del mismo. El di¨¢logo es bien dif¨ªcil, porque el contenido real de lo que se somete a discusi¨®n no puede ni debe entrar para ellos en la misma. Cuentan s¨®lo la posici¨®n que han adoptado previamente y la existencia o no de una fuerza suficiente capaz de obligarles a modificarla.
En estos ¨²ltimos tiempos, salvo ramalazos pasajeros de occidentalismo con Kozyrev, apenas la debilidad econ¨®mica de Rusia ha impedido que esa continuidad marcase decisivamente su pol¨ªtica exterior En 1968, con la invasi¨®n de Checoslovaquia, Brezhnev trazo las l¨ªneas maestras de la proyecci¨®n imperialista del poder de la URSS y de la doctrina de la "soberan¨ªa limitada" en relaci¨®n a los pa¨ªses del entonces campo socialista. De un lado, todos los medios eran buenos, invasi¨®n militar comprendida, para que no retrocediese un cent¨ªmetro, ni en el espacio ni en el grado de poder ejercido, la hegemon¨ªa de la URSS sobre el espacio ganado con la victoria de 1945. De otro, el expansionismo impregnaba el legado de la coexistencia pac¨ªfica, contando con los movimientos favorables en el Tercer Mundo (Vietnam, Nicaragua) y las acciones de desgaste en el interior del campo capitalista (as¨ª en el apoyo indirecto a movimientos secesionistas o terroristas, sirvi¨¦ndose a veces de los partidos comunistas prosovi¨¦ticos). Era de nuevo el bosque que se mueve estaliniano, pero esta vez el montaje comenz¨® a agrietarse irreversiblemente con el paso en falso de Afganist¨¢n.
Esta fue la prueba definitiva de que tal pol¨ªtica respond¨ªa exclusivamente a un criterio descarnado de maximizaci¨®n de la fuerza propia en el tablero internacional, ignorando el contenido, y por ello, las posibles repercusiones de la misma. El an¨¢lisis de las situaciones concretas y las perspectivas pol¨ªticas quedaba sometido a la utilidad inmediata que pod¨ªa alcanzar la URSS como potencia. El resultado est¨¢ a la vista. Y no parece que la Rusia aparentemente poscomunista haya superado ese enfoque propio de la burocracia del "socialismo real". F¨¢cil de explicar como vimos: la de hoy es la misma burocracia. En el entorno de la antigua CEI, a la que sigue pretendiendo adscribir la "soberan¨ªa limitada", y en la periferia de la Federaci¨®n Rusa, lo aplic¨® brutalmente con ¨¦xito en Abjacia contra Georgia y con un fracaso rotundo en Chechenia. Y m¨¢s que en la posici¨®n adoptada ahora en la crisis de Kosovo, lo manifest¨®, con un tinte anacr¨®nico pero visceral de eslavismo proserbio a lo largo y ancho de la crisis de la antigua Yugoslavia. El dontancredismo agresivo de Milosevic tuvo siempre detr¨¢s el respaldo de una Rusia que no se preguntaba entonces por lo que era la limpieza ¨¦tnica en Bosnia ni en fecha m¨¢s reciente por el genocidio kosovar. Si acaso hubieran dicho, como un publicista espa?ol en un abyecto comentario, que d¨®nde estaban las fosas comunes de los kosovares.
El resultado esta a la vista. La cuesti¨®n es saber si esta fidelidad al pasado, en las formas, la ideolog¨ªa y el contenido de la pol¨ªtica exterior responde m¨ªnimamente a los intereses reales de una Federaci¨®n Rusa cuyo emplazamiento optimo, para ella y para todos, se encuentra en Europa.
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Pensamiento Pol¨ªtico de la Universidad Complutense de Madrid
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