Hierro
A Jos¨¦ Hierro le han hecho acad¨¦mico sin alharacas. Su elecci¨®n parece la consecuencia natural de su poes¨ªa natural o como una necesidad que la instituci¨®n haya cubierto para su funcionamiento, lo mismo que si hubiera llamado a un honrado fontanero. Pocos poetas han paseado un palmito menos l¨ªrico que Jos¨¦ Hierro, con m¨¢s pinta de obrero de andamio a lo Leger que de vate aquejado del pecho, forzudo en La Fragua de Vulcano y muy ajeno a los remilgos de las musas.El cr¨¦dito de Pepe Hierro reside en el saber directo del oficio, tal como ser¨ªan famosos en un barrio un ebanista o a un alba?il. Para Hierro, la lengua no posee sin¨®nimos. No es lo mismo un rucio, un burro, un jumento o un asno. No es lo mismo el trino que el gorgeo, ni las tinieblas son iguales a la oscuridad. En las tinieblas se palpa la suave ondulaci¨®n de sus telones lacios mientras la oscuridad es m¨¢s seca y de temperatura homog¨¦nea. Esta instrucci¨®n primordial la obtiene el poeta manoseando las palabras, oy¨¦ndolas, sopesando su relumbre, su capacidad de evocaci¨®n y su retumbo, al fin, sobre el t¨®rax del destinatario. Un poeta es como el alto arquitecto que distingue la intimidad de los materiales, prueba sus combinaciones y su voz en ¨¦sta o aquella compa?¨ªa, sus reacciones en las sintaxis.
Pepe Hierro es tan sencillo en lo que hace que puede necesitar varios a?os hasta encontrar el enclave id¨®neo para un t¨¦rmino y una vez obtenida la pieza justa. Porque una parte importante del trabajo en este oficio antiguo consiste en probar y seguir probando hasta que, en un intento m¨¢s, se acierta y, de s¨²bito, el verso se enciende entero, como en los tiros de feria. Entonces uno mismo, el poeta, reacciona tan fascinado como si fuera un ni?o. O tan asombrado y feliz como el Hierro, incandescente, ante el ¨¦xito de un poema y el fulgor.
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