El toro so?ado
Y apareci¨® el toro con que sue?an los toreros.Apareci¨® y, al rato, se hab¨ªa convertido en una pesadilla. El torero supuestamente so?ador que luego acab¨® teniendo pesadillas fue Javier V¨¢zquez. El toro, bravo y boyante, que en cada embestida le estaba dando un pasaporte para la gloria, muri¨® embistiendo y cuando lo arrastraron llevaba las orejas puestas. Todo es empeorable pero quiz¨¢ Javier V¨¢zquez acababa de consumar el fracaso de su vida.
El toro con que sue?an los toreros... La frase tiene mucho de literaria. No todos los toreros sue?an el mismo toro. Hay algunos, que toros como estos no quieren verlos ni en pintura. El toro ser¨ªa noble, ser¨ªa un dije, pero prefieren perdonar la torta por el coscorr¨®n.
Cebada / V¨¢zquez, Moreno, Chicote
Toros de Herederos de Jos¨¦ Cebada Gago, con trap¨ªo, varios de preciosa estampa, con casta, menos bravura, algunos mansos. 2?, 4? -excepcional- y 5?, nobles. Resto correosos.Javier V¨¢zquez: estocada corta trasera y rueda de peones (ovaci¨®n y salida al tercio); estocada (pitos). Jos¨¦ Luis Moreno: estocada atravesada que asoma, rueda de peones, cuatro descabellos y se tumba el toro (algunas palmas); pinchazo, otro hondo, rueda de peones y dos descabellos (aplausos y saludos). Chicote: estocada corta ca¨ªda, ruedas de peones y tres descabellos; se le perdon¨® un aviso (silencio); dos pinchazos, estocada corta, rueda de peones y cuatro descabellos (algunos pitos). Plaza de la Maestranza, 12 de abril. 3? corrida de feria. Dos tercios de entrada.
Toros de Cebada Gago, cuyo hierro llevaba la hermosura que Javier V¨¢zquez dej¨® escapar con las orejas puestas, no son de fiar. Toros como los de Cebada Gago son de casta, lo que equivale a decir que les corre por las venas sangre ardiente y suelen plantear serios problemas.
Un toro de estos abri¨® plaza y result¨® parad¨®jico que Javier V¨¢zque estuviera en su lidia torer¨ªsimo. Parec¨ªa distinto torero al que despu¨¦s fracasar¨ªa estrepitosamente. ?Un episodio de amnesia? ?Un caso de desdoblamiento de personalidad? Al primer toro, que manseaba y tardeaba pero que embest¨ªa con tremenda codicia, Javier V¨¢zquez lo pas¨® por naturales y hubo de tragar paquete pues cada acometida constitu¨ªa un chorro de casta ind¨®mita capaz de arrollar cuanto se le pusiera por delante. Mejor¨® V¨¢zquez en los redondos y volvi¨® a intentar los naturales con el amor propio y la torer¨ªa que ha demostrado tantas veces a lo largo de su intensa carrera art¨ªstica. Con los toros de casta se habr¨ªan de medir las capacidades de los otros espadas, a quienes un triunfo en la Maestranza les podr¨ªa abrir camino para mayores empresas. Pero no hubo caso: los otros espadas parecen estar por el toreo moderno, que requiere un toro distinto, en realidad el no toro, el que nunca aparece en los sue?os de gloria que tienen los toreros verdaderos.
Y para lidiar lo de Cebaga Gago allegaron una lamentable carga de vulgaridad. Jos¨¦ Luis Moreno, con el mejor lote, instrument¨® derechazos con el pico, los empalm¨® dejando la pierna contraria muy atr¨¢s o pon¨ªa terreno de por medio, que es otro de los trucos de la tauromaquia contempor¨¢nea. Chicote ni siquiera eso, pues al tercero de la tarde, muy prob¨®n, le aplic¨® una faena desangelada, y al sexto, que se hizo el amo, se limit¨® a machetearlo. Los toros no es que se hubieran escapado de los infiernos, los hab¨ªa incluso con s¨ªntomas evidentes de nobleza; mas el trap¨ªo que tra¨ªan y la seriedad que llevaban en sus acometidas sembraron el desconcierto. El quinto salt¨® a la arena pidiendo pelea, desarm¨® a Jos¨¦ Luis Moreno que tom¨® precipitadamente el olivo y al rematar en tablas de poco las parte por gala. Al sexto lo bregaron sin orden ni concierto y en banderillas fue ella. El pe¨®n Tejera, en su huida, se tir¨® de cabeza al callej¨®n y cay¨® peg¨¢ndose una tremenda costalada.
Acaso esa alarma generalizada influyera en Javier V¨¢zquez cuando dio las espaldas a la gloria con aquella preciosidad, aquel paradigma de la casta brava que sali¨® en cuarto lugar.
El toro, de luminosa capa c¨¢rdena, largo y cuajado, luciendo por delante un pecho poderoso, m¨¢s adelante a¨²n una cornamenta armoniosa, acaramelada y buida; el toro, un monumento a la belleza propia de su especie, embest¨ªa a cuanto se moviera. Y embest¨ªa tambi¨¦n humillad¨ªsimo; tanto, que al tomar un capote apalanc¨® las astas en la arena y peg¨® un volteret¨®n del que sali¨® desbaratado. Sin embargo se rehizo tercio adelante, acudi¨® raudo a las suertes de banderillas y llegadas las de muleta tom¨® la pa?osa con pastue?a entrega. Javier V¨¢zquez debi¨® advertirlo, y demoraba los cites por prepararlos con esmero; compon¨ªa pintureras aposturas. Mas en el momento de la verdad, que es torear, se quedaba fuera cacho, destemplaba los pases, ten¨ªa perdida la referencia del arte y su fundamento. Cobr¨® un estoconazo que fulmin¨® al toro. Pero en su ¨²ltimo estertor a¨²n peg¨® el toro una arrancada fiera sobre el torero, al que no alcanz¨® pues en su camino rod¨® muerto.
El sue?o hab¨ªa terminado. Ys¨®lo le quedaba al contrito diestro el amargor de la pesadilla, la humillaci¨®n de ver aclamado al toro, mientras el p¨²blico le reprochaba que no hubiese hecho honor a su excepcional nobleza; que no se hubiera sentido torero.
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