Vargas Llosa rinde homenaje a sus primeros maestros en la recuperaci¨®n de su Biblioteca
Alfaguara re¨²ne su narrativa breve y reedita "Conversaci¨®n en la catedral" y "La casa verde"
Para desmentir la agon¨ªa de la novela anunciada por Eduardo Mendoza y festejar de paso la Semana del Libro y el 35? aniversario de Alfaguara, Mario Vargas Llosa present¨® ayer en la Casa de Am¨¦rica tres tomos m¨¢s de su Biblioteca: la reedici¨®n de dos novelones de los de antes, Conversaci¨®n en la catedral (725 p¨¢ginas) y La casa verde (525), y la reuni¨®n de relatos en un solo volumen. Todo, corregido y prologado, en versiones definitivas. Pero el escritor hispanoperuano prefiri¨® achacar el m¨¦rito a otros, y rindi¨® tributo a sus primeros maestros: Sartre, Faulkner, Flaubert, Joanot Martorell...
Fue una especie de lecci¨®n magistral, una invitaci¨®n a la lectura de las grandes novelas y las novelas grandes. Es decir, las novelas largas y gordas por dentro y por fuera. La novela total. "Porque cuanto m¨¢s larga es una buena novela, mejor es. En eso, la cantidad suele ser calidad. Como dec¨ªa Balzac, hay que intentar competir con el C¨®digo Penal, hacer libros cuyo peso pueda matar a un hombre; tocar la realidad de igual a igual". Vargas Llosa (Arequipa, 1936) habl¨® poco de s¨ª mismo, salvo para re¨ªrse un poco de sus vanidades y sufrimientos juveniles. Zanj¨® el asunto diciendo que los libros son la mejor biograf¨ªa de los escritores, "aunque en ellos tambi¨¦n suela estar lo peor de cada uno". Prefiri¨® matar la nostalgia que producen las reediciones de textos de hace 30 a?os hablando de su gran pasi¨®n, la lectura.
A¨²n guarda respeto absoluto por los que le formaron como escritor. El resultado final de ese aprendizaje, dijo, es un autor "m¨¢s extenso que intenso", de ¨¦sos que prefieren tocar muchos asuntos, usar estilos y recursos diferentes, jugar con la forma, el tiempo y los personajes.
Cada ficci¨®n sale de distintas experiencias vividas, reconoci¨®. Experiencias en un sentido amplio, mezcla de vida y lecturas. Tirant lo Blanc, por ejemplo, "un libro casi de cabecera", le ense?¨® la ambici¨®n por la novela grande. Y, en ese sentido, la que m¨¢s se acerca al objetivo ("o la que menos fracas¨®, y eso me cost¨® casi todas las canas que tengo") fue Conversaci¨®n en la catedral, que a su vez surgi¨® como reacci¨®n a una experiencia desalentadora: la corrupci¨®n moral que inyect¨® en Per¨² la dictadura del ochenio (1948-1956) [la novela se presenta ma?ana a las 20.00 horas en el C¨ªrculo de Bellas Artes].
Eran a?os de mucha lectura del XIX, mucho entusiasmo existencialista y lucha pol¨ªtica por "las mejores opciones". La idea del compromiso pol¨ªtico-novelesco, que marc¨® sobre todo su primera novela, La ciudad y los perros (ya recuperada en esta Biblioteca Alfaguara), fue un legado de Jean-Paul Sartre. "Ahora no lo lee casi nadie, sus teor¨ªas parecen no servir. Pero yo era un escritor del Tercer Mundo con conciencia moral. Me enamor¨¦ de su idea. Cre¨ªa que las palabras eran actos que pod¨ªan influir en la Historia".
Cosa dif¨ªcil, seguramente imposible si Carlos Barral no llega a terciar en la peripecia de la novela. "Sin su ayuda no hubiera sido lo que he sido. En el 68 no se conoc¨ªa nada de Latinoam¨¦rica. El boom lleg¨® en gran parte gracias a Barral. Le gust¨® aquella novela nueva, ambiciosa, y la introdujo en Espa?a. Los cr¨ªticos fueron muy generosos. Algunos, claro, para meterse de paso con sus enemigos espa?oles: "Mira qu¨¦ bien escribe ¨¦l y t¨² qu¨¦ malo eres".
Despu¨¦s de varias negativas y muchos meses intentando publicar el libro, lleg¨® a Seix Barral. Tras el entusiasmo del poeta-editor, que hizo "enrojecer de vanidad" al autor en Par¨ªs, obtuvo el Premio Biblioteca Breve. La censura tach¨® ocho palabras, que Barral "puso en la segunda edici¨®n".
Otra parte muy importante de su educaci¨®n sentimental-literaria fue com¨²n a muchos: Faulkner. Sus sagas "maravillosas", su universo "deslumbrante", pero especialmente su manera de estructurar. "Era muy dif¨ªcil. Lo le¨ªa l¨¢piz en mano, intentando descifrar su misterio y su complejidad. C¨®mo silenciaba datos y ense?aba otros con inteligencia para aumentar la tensi¨®n... El engolosinamiento por la forma lleg¨® al apogeo en La casa verde. Era un homenaje".
Disculp¨¢ndose por el "anticl¨ªmax" que supon¨ªa hablar tras los elogios recibidos de los compa?eros de mesa (los directivos de Santillana Juan Cruz, Juan Gonz¨¢lez y Amaya Lezcano; la escritora Rosa Reg¨¢s y el director de programas de la Casa de Am¨¦rica, ??igo Ram¨ªrez de Haro), Vargas Llosa aclar¨® que nunca relee lo que ha publicado: "Es una situaci¨®n muy inc¨®moda: siempre ves cosas que escribir¨ªas de nuevo".
An¨¦cdotas y trabajo
Mario Vargas Llosa anda metido de lleno en la fase de corte y correcci¨®n de su nueva novela, La fiesta del chivo, relato de la conspiraci¨®n que derroc¨® al sanguinario dictador dominicano Trujillo y de los d¨ªas que siguieron a su muerte. El autor ha buceado durante tres a?os en la biblioteca londinense en la que trabaja de lunes a viernes a trav¨¦s de diversas fuentes de documentaci¨®n, y ahora, a punto de comprar casa en Madrid, tiene que reducir y reescribir el borrador previo de 700 p¨¢ginas. Dice que ¨¦sta es la fase en la que m¨¢s disfruta de su trabajo, y tal vez por eso la comida que celebr¨® ayer con su mujer, Patricia, sus editores y algunos periodistas acab¨® siendo una exhibici¨®n de humor llena de an¨¦cdotas espl¨¦ndidas, muchas alusivas a la irrefrenable vanidad que aqueja, "en cuanto publican su primera novela", a muchos escritores, consagrados y menos.
Con la misma maestr¨ªa que en el papel, pero con la ventaja de que en directo imita a los personajes y gesticula, Vargas Llosa cont¨® como ejemplo la surrealista entrega del primer Premio R¨®mulo Gallegos, que le concedieron a ¨¦l. "Los del jurado y yo fuimos a casa de Gallegos, que entonces era ya muy viejito. Cuando sali¨® a saludarnos, nos sorprendi¨® mucho que estuviera tan tieso, como enfadado. Sigui¨® as¨ª durante un rato muy largo, hasta que uno del comit¨¦ hizo un aparte con ¨¦l. Cuchichearon un poco, y cuando el tipo del jurado volvi¨® nos explic¨® lo que le pasaba: "El viejito no entiende por qu¨¦, si lleva su nombre, no le han dado a ¨¦l el premio".
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