El v¨¦rtigo de la elipse
JOS? LUIS MERINO Un mes llevan expuestas las gigantescas esculturas de Richard Serra en el Museo Guggenheim de Bilbao. No obstante, hoy se har¨¢ oficial su inauguraci¨®n. Treinta d¨ªas acumulando asombros ante las ocho torsiones el¨ªpticas de acero autooxidable. Durante este tiempo hemos podido sacar nuevas y sorprendentes conclusiones. Se trata de la disposici¨®n o colocaci¨®n de las esculturas en esa gran nave, la sala Pez, proyectada por Frank Gehry. Antes recordemos que cinco de las ocho esculturas son torsiones el¨ªpticas simples y las otras tres son torsiones el¨ªpticas dobles. Forman grupo con la Serpiente, obra en permanencia de la que es autor el propio Serra. La colocaci¨®n de las esculturas presenta nada m¨¢s entrar tres piezas. Una simple y dos dobles. La simple muestra una forma c¨®nica abierta, que es un sencillo espacio libre por arriba, con algunas torsiones hacia los lados. Las dobles crean m¨¢s complejidad. En una de ellas se vive, al transitar por uno de sus pasillos, una enorme inestabilidad, en raz¨®n a que una pared se mueve con m¨¢s celeridad que la otra. Ese punto de suma inestabilidad va a gravitar sobre el espectador cuando se introduzca en las dem¨¢s elipses y, muy especialmente, en las otras dos elipses dobles. Una vez que hemos habitado dentro de las tres primeras esculturas, aparece la Serpiente, lo que viene a ser una pausa de 36 metros de largo por 4 de alto. El ¨¢nimo de espectador se torna expectante ante las cinco piezas restantes. Las torsiones de las elipses simples se muestran m¨¢s acentuadas. Las fuerzas centr¨ªpetas y centr¨ªfugas casi act¨²an sobre nuestros cuerpos. Se nos vienen encima algunas partes de las paredes, en tanto otras partes parecen salvarnos de la atm¨®sfera desestabilizadora. Cuando entramos en la elipse doble de ese grupo de cinco esculturas, lo hacemos bajo el condicionante del impacto que nos produjo el cl¨ªmax de la primera gran inestabilidad. No se debe olvidar que el recuerdo activa la memoria. Sin embargo, mientras caminamos, el viaje se convierte en algo placentero, gratificante, casi natural. El artista ha sabido envolvernos con sus creaciones. Y ya la ¨²ltima obra, una torsi¨®n c¨®nica simple, es como una apoteosis de retorcimientos extremos. El acero parece papel que su creador ha manejado como si fuera la cosa m¨¢s f¨¢cil del mundo. Para que el encuentro con Serra sea completo, lo ideal es recorrer por toda la nave espacial observando las interrelaciones entre las esculturas, donde l¨ªneas convergentes y divergentes crean como una danza espacialista. Esas l¨ªneas cobran un protagonismo esencial. Lo que va dentro de esas l¨ªneas son vol¨²menes gigantescos, vac¨ªos descomunales; y no por ello dejan de ser l¨ªneas con su fuerza protag¨®nica. La hermosa, dulce -s¨ª, cabe esta palabra entre tanto argumento energ¨¦tico- y r¨ªtmica armon¨ªa del todo ha fomentado en nosotros el asombro admirativo. Tan es as¨ª, que en algunos momentos las esculturas de Serra se nos figuran no un producto art¨ªstico, sino una manera de vivir. Tal vez sea porque en determinados momentos, al coincidir con otros espectadores dentro de esos espacios, hemos sentido como una comunicaci¨®n de camarader¨ªa, en virtud de un espacio com¨²n compartido. Pod¨ªamos concebir que vivir en el mismo ¨¢mbito nos iguala, y hasta es posible que nos mejore, aunque sea moment¨¢neamente. El escultor ha reconocido que el m¨®vil de sus elipses torsionadas procede del espacio creado por Francesco Borromini (1599-1667) en la iglesia romana de San Carlo alle Quattro Fontane. Lo que en arquitectura realiz¨® Borromini, Serra lo transforma en su mundo escult¨®rico de acero. Con todo, no habr¨¢ que soslayar en Serra ciertos ecos de su admirado poeta estadounidense Charles Olson (1910-1970), quien predicaba el cinetismo del objeto para que el universo l¨ªrico, como vitalidad textual, se hiciera todo ¨¦l energ¨ªa, llegando incluso a modificar conductas y a alterar el subconsciente. En Bilbao se est¨¢ viviendo un acontecimiento inolvidable e irrepetible. El escultor m¨¢s grande que ha dado el final del siglo XX se encuentra entre nosotros. Gracias a ¨¦l descubrimos otra vez que "Art involves vastly more than the sense of beauty" (El arte llega m¨¢s lejos que el sentido de la belleza), en palabras del tambi¨¦n poeta Wallace Stevens.
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