Coraz¨®n
Al se?or presidente no le termin¨® de gustar. El cachete cari?oso que le propin¨® en la mejilla la que ser¨¢ su rival en las pr¨®ximas elecciones auton¨®micas le descompuso el gesto. Fue casi una caricia, una caranto?a afectuosa de esas que Cristina Almeida dispensa por el mundo como un molinillo sin tener en cuenta si sus destinatarios son tirios o troyanos. Es el normal proceder de su naturaleza expansiva, la misma que le permite caer bien a muchos ciudadanos, algunos de los cuales, sin embargo, nunca la votar¨ªan.Alberto Ruiz-Gallard¨®n conoce la fuerza de su gestualidad populista y, sobre todo, sabe que ¨¦l nunca podr¨ªa utilizar semejante mecanismo de expresi¨®n sin temor a que derivara en un reparto de manotazos. Es un pol¨ªtico de formas regladas, extremadamente r¨ªgido en el trato y con un punto de timidez que s¨®lo logra vencer con encomiable esfuerzo personal. Ruiz-Gallard¨®n es la ant¨ªtesis de Almeida.
Ella proclama la necesidad de ponerle alma a la acci¨®n de gobierno en la Comunidad de Madrid y ¨¦l, en cambio, no entiende que un pol¨ªtico haya de mostrar ante los electores otra cosa distinta que los fr¨ªos resultados de su gesti¨®n. Es la eficacia contra el coraz¨®n. Una sabia mixtura de ambos factores ser¨ªa demoledora para alcanzar los elevados objetivos pol¨ªticos que el presidente madrile?o se ha marcado y que volvi¨® a reiterar el Dos de Mayo en el transcurso de una entrevista period¨ªstica que result¨® sonada. En ella don Alberto no hizo m¨¢s que repetir lo que tantas veces ha dicho. "Si hay un proyecto definido, un equipo que le respalde y el apoyo de su partido -manifest¨®- no dudar¨¦ en ser el candidato a la presidencia del Gobierno de la naci¨®n en el 2004".
Puede que esta vez lo expresara con mejores palabras, pero no hab¨ªa en su discurso nada que no hubi¨¦ramos o¨ªdo ya ni que justificara el revuelo causado. Los adversarios de dentro, que son los aut¨¦nticos enemigos (los de fuera son s¨®lo rivales), lo airearon maliciosamente como si Ruiz-Gallard¨®n hubiera mentado a la madre de Mar¨ªa Sant¨ªsima. En parecidos t¨¦rminos surgieron de su particular n¨®mina de perseguidores toda suerte de opiniones habladas o escritas, con el objeto de descalificar a quien ten¨ªa la osad¨ªa de reconocer sus leg¨ªtimas ambiciones pol¨ªticas en lugar de callarlas, cuan horrible verg¨¹enza, por la comisi¨®n de un pecado mortal. Nada justificaba una reacci¨®n as¨ª, no s¨®lo porque nada nuevo hab¨ªa que la produjera, sino porque, adem¨¢s, la Constituci¨®n reconoce a todos los ciudadanos el derecho a aspirar a la presidencia del Gobierno de su pa¨ªs. Por acusarle se le acusa hasta de tener aspiraciones m¨¢s all¨¢ del aprecio que le profesan en su propio partido y de suscitar recelos y desconfianzas. Y, desde luego, es posible que as¨ª ocurra entre quienes ocultan sus propias ambiciones o consideran inconveniente para su futuro personal que prosperen las del actual presidente de Madrid. El acoso lleg¨® al extremo de reclamar la reprimenda del secretario general del partido, Javier Arenas, que tuvo la sensatez de dejar claro de inmediato que no hab¨ªa lugar.
A sus detractores les pas¨®, sin embargo, inadvertido un episodio al que podr¨ªan haber sacado mejor rendimiento que las declaraciones de marras. Fue el lunes siguiente en el Palacio Municipal de Congresos, durante el acto inaugural de unas jornadas sobre grandes proyectos urban¨ªsticos. En aquel marco, Alberto Ruiz-Gallard¨®n anunci¨® su intenci¨®n de hacer confluir las l¨ªneas del AVE en el futuro aer¨®dromo de Camporreal y convertirlo en el principal nudo de comunicaciones del pa¨ªs.
Un ambicioso plan de infraestructuras con el que enmendaba descaradamente la plana al ministro de Fomento, Rafael Arias-Salgado, al que, supuestamente, compete dise?ar los grandes proyectos de envergadura nacional en materia de transportes. Un proceder que revela hasta qu¨¦ punto la mente del jefe del ejecutivo auton¨®mico trabaja en clave nacional.
Arias-Salgado dejar¨¢ el Ministerio de Fomento y el hoy presidente regional intentar¨¢ el asalto a La Moncloa para, entre otras cosas, poner en ese ministerio a quien le venga en gana. Antes necesitar¨¢ ganar de nuevo las elecciones auton¨®micas y gobernar bien Madrid los pr¨®ximos cuatro a?os. Eso, algo menos de soberbia y un poco de coraz¨®n.
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