La OTAN, en su sitio de siempre
La impresentable condici¨®n del r¨¦gimen serbio ha beneficiado claramente a la OTAN en las ¨²ltimas semanas, en la medida en que ha distra¨ªdo la atenci¨®n del sinf¨ªn de miserias que ha acarreado la intervenci¨®n militar en Serbia y Montenegro. Buena parte de nuestra opini¨®n p¨²blica ha sucumbido a una ilusi¨®n ¨®ptica: la que invita a concluir que las acciones de la OTAN no han respondido a otro prop¨®sito que el de hacer frente a la conculcaci¨®n de los derechos de la mayor¨ªa albanesa de la poblaci¨®n kosovar.Parece que los hechos desdibujan semejante ilusi¨®n. Los objetivos de la OTAN han sido otros: restaurar una imagen en franco deterioro; prevenir la eventual desestabilizaci¨®n de los Balcanes meridionales, a menudo asociada con la extensi¨®n del conflicto de Kosovo a Macedonia; dejar bien sentado qui¨¦n rige hoy, sin disputa, el destino del planeta, y, en fin, componer un adecuado escaparate en el que reluzcan los ¨²ltimos productos de la industria militar. Algunos estudiosos han agregado un objetivo m¨¢s -el de poner freno a nuevos procesos de desintegraci¨®n de Estados- que en estos momentos se ver¨ªa dignamente confirmado por el compromiso de nuestros Gobiernos, tan f¨¦rreo como pat¨¦tico, con la integridad de Yugoslavia.
Si estamos en lo cierto, y los anteriores han sido los objetivos de la Alianza, habr¨¢ que convenir que en ellos no se aprecia compromiso alguno con la restauraci¨®n de derechos humanos conculcados. Esto aparte, y como tantas veces se ha sugerido, no puede invocarse ning¨²n ejemplo s¨®lido de intervenci¨®n de la OTAN en defensa de los desvalidos, y parece razonable augurar que en los a?os venideros no tendremos la fortuna de comprobar c¨®mo aqu¨¦lla acude presurosa a poner fin a los desmanes en el S¨¢hara occidental, en Palestina o en el Kurdist¨¢n.
El irrefrenable impulso intervencionista de la OTAN no puede desligarse, por otra parte, de una premeditada marginaci¨®n de otras instancias, y en singular de Naciones Unidas y de la OSCE. Cuando desde la Alianza se subraya la inocuidad de una y otra, se olvida que en buena medida es el producto de una bien tramada operaci¨®n de dinamitado encaminada a anular agentes presuntamente molestos. A los nombres de Naciones Unidas y de la OSCE acaso hay que agregar el de la propia Uni¨®n Europea, sabiamente preterida -en este caso con su aquiescencia- por Estados Unidos cuando ha llegado el momento de tomar decisiones de enjundia.
A la marginaci¨®n de competidores se suma el olvido de viejos y desafortunados comportamientos. A duras penas se entender¨¢ la crisis de estas horas si arrinconamos los numerosos desafueros protagonizados por los Estados que lideran la Alianza. Ah¨ª est¨¢n, si no, la dram¨¢tica ausencia de medidas de prevenci¨®n, el liviano apoyo dispensado a la oposici¨®n serbia y al movimiento de desobediencia civil albanokosovar, o el enaltecimiento de la figura de Milosevic al calor del tratado de Dayton. Para no llevar el argumento tan lejos, hora es ¨¦sta de preguntarse si el despliegue en Kosovo de 28.000 observadores desarmados de la OSCE, en lugar de los anunciados 28.000 soldados de la OTAN, no hubiese ocasionado muchos m¨¢s problemas al r¨¦gimen serbio y muchos menos sufrimientos a la poblaci¨®n civil. El olvido de las miserias del pasado contrasta, eso s¨ª, con la firmeza de la que dan cuenta las cl¨¢usulas draconianas que, en Rambouillet, pretend¨ªan garantizar la libre circulaci¨®n de los soldados de la Alianza por todo el territorio de Serbia y de Montenegro (nadie ha podido explicar, es cierto, por qu¨¦ Belgrado se abstuvo de denunciar semejante aberraci¨®n, lo que a buen seguro hubiese producido fisuras en la presunta unanimidad de nuestra opini¨®n p¨²blica). Por si todo lo anterior fuese poco, hay que poner en duda la eficacia de las acciones de la OTAN. Al parecer, los ¨²nicos que ignoraban que la previsible respuesta de Milosevic a los bombardeos era una nueva oleada de represi¨®n en Kosovo eran los estrategas de la Alianza. El hecho de que Rugova estuviese desaparecido durante d¨ªas remite, de nuevo, a un grado preocupante de improvisaci¨®n. ?Qu¨¦ decir, en fin, de las numerosas v¨ªctimas colaterales, de los misiles ca¨ªdos en Bulgaria o de las borrosas fotos de presuntas fosas comunes en Kosovo, que desdicen la difundida presunci¨®n de que los sat¨¦lites norteamericanos pueden retratar la matr¨ªcula de un coche en una calle de Mosc¨²? Claro que tampoco aqu¨ª la impericia se ha hecho valer en todos los terrenos. Para demostrar que Coluche, el humorista franc¨¦s, estaba cargado de raz¨®n cuando afirmaba que "en la pr¨®xima guerra habr¨¢ que ser militar", ah¨ª est¨¢ el registro de varias semanas de conflicto: las escas¨ªsimas bajas del lado de la OTAN refulgen ante los centenares de civiles serbios, y los millares de albanokosovares, fallecidos.
Que todo lo anterior no es flor de un d¨ªa lo avalan algunos de los hechos m¨¢s recientes. La propuesta del grupo de los ocho nos ha tra¨ªdo a la memoria, por lo pronto, la misma miseria que se revel¨® en Bosnia a finales de 1995. A su amparo despuntan, de nuevo, la previsible consolidaci¨®n del r¨¦gimen de Milosevic, el deseo de mantener a ¨¦ste alejado de cualquier tribunal internacional y, en suma, la iron¨ªa de su conversi¨®n en presunto garante de una desconsoladora autonom¨ªa para Kosovo. La aparente firmeza de los bombardeos se desvanece ante lo que a la postre se apadrina y obliga a recelar, una vez m¨¢s, del cacareado compromiso -para nada se ha tenido en cuenta a los albanokosovares- con los derechos humanos.
Lo acordado, en suma, en la cumbre conmemorativa del medio siglo de la OTAN no puede ser m¨¢s turbador. Que la principal organizaci¨®n de seguridad de los pa¨ªses m¨¢s ricos se arrogue un derecho de injerencia que s¨®lo reclama una vaga vinculaci¨®n con un documento vaporoso como es la Carta de Naciones Unidas, resulta inquietante. Aunque sin duda lo es m¨¢s todav¨ªa que apenas se hayan escuchado protestas, ni en Naciones Unidas ni fuera de ellas. ?Qu¨¦ decir, en fin, de esa formidable pieza ret¨®rica, la zona euroatl¨¢ntica, que aspira a limitar geogr¨¢ficamente los espasmos intervencionistas de la OTAN? El otro d¨ªa se me ocurri¨® sugerir que el t¨¦rmino era tan ambiguo que s¨®lo pod¨ªamos dar por descontado que no alcanzaba a Australia y a Nueva Zelanda. Alguien, con buen tino, me replic¨® que esos dos pa¨ªses eran miembros de la Commonwealth y que, en consecuencia, obrar¨ªamos con precipitaci¨®n si los di¨¦semos por excluidos.
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