Ic¨ªar Bolla¨ªn presenta fuera de concurso una pel¨ªcula llena de emoci¨®n y verdad
Concursan dos largos y s¨®lidos filmes del chino Chen Kaige y del chileno Ra¨²l Ruiz
ENVIADO ESPECIALEl tiempo reencontrado es un desencuentro del chileno-franc¨¦s Ra¨²l Ruiz con Marcel Proust, y El emperador y el asesino, un vasto fresco hist¨®rico de Chen Kaige sobre las remotas guerras de unificaci¨®n de los feudos de la vieja China. Vista una tras otra, son casi seis horas de paliza cinematogr¨¢fica, lo que explica la escasa energ¨ªa de los casi un¨¢nimes aplausos que provocaron en un p¨²blico extenuado. La fiesta del cine estuvo ayer otra vez en el rinc¨®n espa?ol, donde Ic¨ªar Bolla¨ªn present¨® Flores de otro mundo, su segundo largometraje, cuya verdad emociona.
El cine espa?ol sigue de enhorabuena. En primer lugar, ayer aflor¨® la resaca del entusiasmo que despert¨® el s¨¢bado Todo sobre mi madre en algunas encendidas cr¨®nicas de los enviados de la prensa francesa y de otros pa¨ªses y en las calificaciones que la cr¨ªtica internacional ha hecho de la pel¨ªcula, situ¨¢ndola muy por encima de todas las hasta ahora proyectadas. Y en segundo lugar, en el rinc¨®n cin¨¦filo de la Semana de la Cr¨ªtica, una secci¨®n paralela muy prestigiosa, Flores de otro mundo, segundo largometraje dirigido por Ic¨ªar Bolla¨ªn, consigui¨® no s¨®lo convencer, sino conmover.Es una pel¨ªcula ¨¢gil, sencilla, di¨¢fana, que cierra y da consistencia a todo lo que en la magn¨ªfica Hola, ?est¨¢s sola? se encontraba abierto y en estado de promesa necesitada de una confirmaci¨®n que ya ha llegado. La joven actriz y directora construye un relato directo, de fort¨ªsima inmediatez, sobre los emparejamientos entre tres hombres de un pueblecito castellano y tres mujeres (una dominicana, una cubana y una vasca) que se embarcan en uno de esos curiosos viajes de solteras, divorciadas o viudas en busca de marido. El trenzado de los seis hilos de amistad, amor y desamor es libre y primoroso, a falta de que se pulan dos o tres ligeras arritmias y subrayados f¨¢cilmente subsanables. Hay en la transparente mirada de Bolla¨ªn el vigor y la distinci¨®n de un estilo al mismo tiempo recio y delicado, de esa infrecuente especie que borra de la pantalla cualquier rastro de artificio y conduce al espectador a ver como si fueran suyas, como si las respirase de su memoria, las evidencias, y a descubrir bajo ellas otra pel¨ªcula no evidente, sino subterr¨¢nea, cargada no ya de realidad primaria, sino de ese estadio superior de realidad donde se destila gota a gota lo que solemos llamar verdad.
En ning¨²n festival importante de los ¨²ltimos a?os falta una pel¨ªcula de Ir¨¢n. Los cuentos de Kish re¨²ne tres cortometrajes de algo m¨¢s de veinte minutos, lo que conduce a un largometraje de 70. Es una obrita minimalista a la que perjudica su pie forzado de estar ¨ªntegramente dedicada a la isla de Kish, casi despoblada y situada cerca de la costa iran¨ª del golfo P¨¦rsico. Los rasgos del realismo documental de la escuela de Teher¨¢n vuelven a aparecer aqu¨ª, pero sin traer nada que no hayamos visto en otras pel¨ªculas iran¨ªes de mayor calado y riesgo. ?sta se ve bien, pero se desdibuja una vez vista.
La que, en cambio, deposita en la memoria im¨¢genes inolvidables es El emperador y el asesino, donde los c¨¦lebres Chen Kaige y Gong Li vuelven a hipnotizarnos con su talento y su amor a la dificultad. Narra, en duras y a veces exquisitas secuencias que combinan el estremecimiento del poema tr¨¢gico con grandes vuelos pl¨¢sticos en las escenas de masas, el nacimiento de China como naci¨®n, tres siglos antes de Cristo y despu¨¦s de medio milenio de guerras civiles entre los feudos que dieron origen al Primer Imperio. Obra poderosa, a El emperador y el asesino le sobran complicidades para un occidental desconocedor de las ra¨ªces milenarias de China. Hay sucesos que no se entienden bien junto a otros que son muy claros, lo que desequilibra la necesidad del espectador de agarrarse a un hilo de continuidad en la fascinante averiguaci¨®n hist¨®rica.
El hilo de continuidad s¨ª existe, en cambio, en El tiempo reencontrado, donde Ra¨²l Ruiz convoca, en forma de rememoraciones de Marcel Proust en su agon¨ªa, pasajes esenciales de En busca del tiempo perdido. Es un trabajo s¨®lido. Ruiz no incordia esta vez con su tosco prurito de vanguardista y se atiene a las reglas cl¨¢sicas, lo que da lugar a una pel¨ªcula bien organizada, pero en la que Proust es el ¨²ltimo mono del circo. Filma sucesos y ¨¢mbitos, pero la vieja pregunta de c¨®mo imprimir en celuloide la deslizante espesura de la prosa de Proust vuelve a quedar sin respuesta. Tal vez porque no la tiene.
Babelia
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