Exhibici¨®n de la banda de Pantani
Un abanico forzado por el Mercatone Uno hace perder m¨¢s de dos minutos a Heras
De repente se levant¨® el viento. Sopl¨® con fuerza desde la derecha, tumbando las espigas, agitando las copas de los ¨¢rboles en la inmensa llanura que rodea a Foggia. Pantani lo sab¨ªa. Su banda lo hab¨ªa olido, hab¨ªa anticipado que en los 50 kil¨®metros de autopista en que concluir¨ªa la etapa el viento ser¨ªa el protagonista. Un silbido del jefe y los ocho corsarios del Pirata, del 2 al 9 en el orden de dorsales, le envolvieron cuidadosamente y le transportaron a la cabeza. Entonces el pelot¨®n se rompi¨®. Los nueve del Mercatone, cuatro o cinco del Lampre, alguno m¨¢s suelto. 23 corredores en cabeza. Detr¨¢s, el caos y el miedo, volando de ciclista en ciclista a la misma velocidad que el viento, a la misma velocidad que la carrera. 50, 60, 70 kil¨®metros por hora. Rueda de relevos r¨¢pidos delante, ay de aquel que se salga de rueda, ay del que se quede en la cuneta. Giro finito, acabado. 75 ciclistas entraron en el primer pelot¨®n. S¨®lo uno de los que quieren ser grandes protagonistas se qued¨® fuera de juego. S¨®lo Roberto Heras ("se me cay¨® uno delante en el momento clave", explic¨® el de B¨¦jar) de entre los escaladores que sue?an con hacer so?ar a la afici¨®n no entr¨® en el buen vag¨®n. Escaso de equipo, diezmado el Kelme por las bajas de Otxoa y Rubiera, disperso en otras luchas, como las etapas del Chepe, Heras no pudo sino ser espectador de su derrota. Dos minutos y 39 segundos. Mucho para hab¨¦rselo regalado a todos sus rivales a las primeras de cambio.?Qu¨¦ es esto? ?Qu¨¦ hace El Pirata, fr¨¢gil escalador, desafiando el viento, forzando la marcha, rompiendo el pelot¨®n en la llanura de Foggia? ?Qu¨¦ es esto? ?Qu¨¦ hace su banda? ?Por qu¨¦ no andan tranquilos, por qu¨¦ no esperan a la monta?a, a sus amados Dolomitas, para organizar su show? ?Quieren ense?ar a un padre a hacer hijos? Boquiabierto y admirado, Laurent Jalabert observa todos los movimientos. Su maglia rosa centra todas las miradas. No est¨¢ delante. A su rueda hay gente que espera. El franc¨¦s, el l¨ªder del Giro, organiza su equipo. Pantani anda ya a 10, 15 segundos. El ONCE trabaja detr¨¢s; tambi¨¦n el Banesto, con Jim¨¦nez en primera fila, y el Vitalicio de Santi Blanco. Los Kelme est¨¢n m¨¢s atr¨¢s, en otra batalla. Son 10 kil¨®metros de angustia. Nadie cede. No el viento, claro, que se eleva en r¨¢fagas. No los de Pantani y los de Camenzind. Tampoco los de Jalabert. Poco a poco se liman las diferencias. Uff, s¨®lo 30 kil¨®metros por delante. Pero ya est¨¢. A¨²n, sin embargo, hay espacio para los sobresaltos. Santi Blanco, atento y trabajador, pincha a falta de 15 kil¨®metros. Tiene suerte el escalador salmantino, tambi¨¦n hay ca¨ªdas de otros, hay m¨¢s ciclistas que entre los coches, apurando el abrigo dentro de lo reglamentario, logran volver al grupo de los 75. Entre ellos est¨¢n Cipollini y Blijlevens, los dos mejores sprinters del momento. Uno de los dos est¨¢ obligado a ganar. Son los m¨¢s r¨¢pidos. Pero un let¨®n r¨¢pido y fuerte, con coraje, Romans Vainstein, sorprende a todos. Victoria de etapa. Misi¨®n cumplida. Otro corredor que supo estar a la altura de sus aspiraciones.
Los ¨²ltimos 70 kil¨®metros de la etapa m¨¢s larga del Giro (aunque reducida finalmente en 12, fueron 245 kil¨®metros) se corrieron en poco m¨¢s de una hora, a 50 de media. Se corrieron as¨ª porque sopl¨® el viento y porque quiso Pantani. Un patr¨®n ¨²nico. La necesidad le forz¨® a inventarse el pasado Tour una forma de correr que le permite gastar la energ¨ªa justa y correr los riesgos m¨ªnimos. Aquella t¨¢ctica consist¨ªa en correr a cola de pelot¨®n rodeado de todo su equipo: si hab¨ªa cortes por el viento y las ca¨ªdas ten¨ªa con quien enlazar, y si no, mala suerte y a otra cosa. En este Giro, la cosa ha evolucionado. Pantani es director de orquesta. Mueve a su equipo y mueve la carrera al ritmo que m¨¢s le gusta. La afici¨®n, la gente para quien est¨¢ El Pirata alcanzando la altura de un mito, le pide exhibiciones todos los d¨ªas. ?l habla y lo deja todo para el d¨ªa siguiente, para cuando llegue la monta?a. Pero, gran dramaturgo, sabe que no hay como una sorpresa esperada para hacer avanzar una obra estancada. El viento en la llanura de Foggia fue su compa?ero de andanzas; el Giro, el organismo que mueve a su capricho.
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