Pueblo fantasma de la fe
No es por guerra ni limpieza ¨¦tnica, sino por fe y por fiesta que la demograf¨ªa de un rinc¨®n de Andaluc¨ªa ha registrado un cataclismo en estos d¨ªas. Domingo por la ma?ana, Almonte era un pueblo fantasma. Silencio y soledad en las calles engalanadas con arcos rutilantes, levantados para la gran despedida de la Virgen y, al parecer, de toda la poblaci¨®n; a unos kil¨®metros de ah¨ª, El Roc¨ªo bull¨ªa con m¨¢s de un mill¨®n de personas. Algunas est¨¢n acampadas en una suerte de arrabal rociero, entre animales y tractores. As¨ª imaginamos a un pueblo californiano en plena fiebre del oro, con un c¨¢lido olor a caballo y comida, llevado por nubes de polvo hacia las capillas a medio construir. Se han formado manzanas con tiendas de campa?a y callejones ef¨ªmeros con las carriolas apretadas, donde todo el d¨ªa est¨¢n festejando en una luz verdosa de toldo, chorreando sudor. Otros grupos m¨¢s (o menos) afortunados tienen una casita para los suyos en el "centro", lujosa o primitiva, pero con su terraza de hierro forjado para bailar esas sevillanas inagotables. Por las anchas avenidas de arena, espesa como en una playa, deambulan cientos de romeros, turistas, carruajes, jinetes. Aunque la Casa de la Cultura est¨¦ tomada por un destacamiento de GRS (agentes especiales de la Guardia Civil), la escena es de un natural sobrecogedor. La atracci¨®n del Roc¨ªo est¨¢ en su equilibrio sincr¨¦tico, como una versi¨®n aguada de los excesos que la iglesia cat¨®lica siempre ha propiciado, a su pesar -v¨¦ase cualquier ritual ind¨ªgena o negro en Latinoam¨¦rica-. El fervor de Semana Santa y el hedonismo de la Feria se conjugan aqu¨ª en una liturgia humana, evitando lo l¨²gubre de la primera o la intrascendencia de la segunda: se bebe, se r¨ªe, se venera a la Virgen. Sin contradicciones ni culpas. La herencia de la m¨²sica gitana y ¨¢rabe, la nostalgia del nomadismo com¨²n a estos pueblos, la pompa cristiana, el delirio inici¨¢tico de los j¨®venes de la tribu a la hora de empu?ar a "su" Virgen, todo se harmoniza durante el Roc¨ªo, para que aun el visitante profano sienta el gozo de una honda reconciliaci¨®n cultural y espiritual. "?D¨®nde hay tanta mala gente, d¨®nde los recojo?". As¨ª describi¨® su impulso el fundador de una hermandad, y fue en broma, sin fijarse en los ecos cristianos. Extra?aba la ausencia de una chica de las m¨¢s malas, que serv¨ªa pienso de perro a los hermanos torrijas: inimaginable en Feria como en Semana Santa. Se juega a las inversiones sexuales, se pelea a hostias, se vende la bandera franquista al lado de los pa?uelos del Che o de ba?istas desnudas. Y tambi¨¦n se lleva cada Simpecado a rezar el rosario, en quietas procesiones ba?adas por el fulgor fluorescente de las bengalas. Poco importa que los que de madrugada atascan la Ermita y la plaza sean morbosos o fervientes. La expectativa del d¨ªa llega a su desenlace, al cl¨ªmax del drama colectivo sin el cual la juerga no ser¨ªa m¨¢s que eso. Despu¨¦s de la catarsis, el silencio. Hoy, el pueblo fantasma es El Roc¨ªo.
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