La alternativa: dudas y entrega
Recibir o confirmar la alternativa en Madrid significa mucho. Todo, para un chaval que pretende ser figura del toreo. Por lo general, en cualquiera de los dos supuestos, se llega avalado por un duro e incierto peregrinar, ansiedades, miedos, fracasos. Algunos ¨¦xitos. Ilusi¨®n. Si es durante San Isidro, para qu¨¦ decir.El d¨ªa que se lo anuncian, dudas. ?Ser¨¢ cierto? Al principio, placidez. Levita. No sabe ponerle nombre a la sensaci¨®n. Suele ser a inicios de primavera. La temporada incierta. Su destino, m¨¢s. Tras la alegr¨ªa, inseguridad. Y ahora, ?qu¨¦? No hay respuesta.
De repente, no le atraen las cosas que hasta entonces le hab¨ªan gustado. Ni las chicas, nada. S¨®lo toro. San Isidro. Las Ventas. Un c¨²mulo de sensaciones que le condicionan, a dos meses vista, o m¨¢s, del suceso. Antes hay otras tardes. Pero el objetivo de todas ellas, incluidas las de la feria de Sevilla, est¨¢ en Las Ventas del Esp¨ªritu Santo...
Si es un novillero que va a recibir la alternativa en semejante ocasi¨®n, la cosa adquiere "copero". Se desmesura. El nerviosismo invade su esp¨ªritu. Le hace obviar la realidad. Las miras se posan en lo superfluo: ?acertar¨¦ a tomar bien la muleta y la espada? ?Lo har¨¢ bien mi padrino?
Ensaya la ceremonia con el mozo de espadas. A veces, un matador frustrado... Le ense?a su irrealizado sue?o. Se aprendi¨® muy bien el ceremonial imposible. Casi un cuarto de siglo ya... El primerizo sabe que asume un poco de sus anhelos. Promete acordarse de ¨¦l en el momento de la ceremonia. En vano. Al llegar se olvidar¨¢ de todo; hasta de tu nombre...
La primavera avanza. Comienza a odiarla. Se desarrolla. Le acerca al momento deseado y, al tiempo, obviado. Desea olvidarlo y, a la vez, recrearse en ¨¦l. Le asusta. Torea otras corridas tempranas, pero no est¨¢ completamente en ellas. San Isidro obsesiona. Si, por un casual, liga un toro y se recrea con ¨¦l, piensa: "?Por qu¨¦ en lugar de aqu¨ª no me toca en Madrid? Lo cambio".
Al ver el primer cartel, emoci¨®n especial. Por fin, cerca de matadores de prestigio. Alegr¨ªa y dudas. Comienza a sentir dentro de s¨ª la transformaci¨®n que sufre el hombre hasta convertirse en torero. Sin percibirlo, la metamorfosis se inici¨® desde que le confirmaron el evento.
Y llega el d¨ªa. A la vor¨¢gine de ideas, conversaciones, recomendaciones y buenos deseos de todos, sucede el vac¨ªo. Se queda solo. Al menos as¨ª se siente. Todos hablan y hablan... Al fin, le dejan en la habitaci¨®n, aislado...
?Cu¨¢nta gente! ?Suerte, chaval! La vieja curiosa de siempre. ?Vamos p"alante! El castizo, con ni?o de la mano. Apreturas, buenos deseos, tirones. Manos que le tocan. Por fin, la capilla. De pronto, silencio, recogimiento. Los que all¨ª est¨¢n, saludan en voz baja. No reza, se olvid¨®. Opta por hablar con Dios libremente. Es mejor...
Ya fuera, en la otra capilla. Mucha gente, fot¨®grafos, periodistas, alg¨²n aficionado, muchos pesados... El saludo del padrino, que lo mira calibr¨¢ndolo. Le sostiene la mirada. Hay que demostrar firmeza. ?Tarar¨ª! Los penachos de los sombreros de los alguacilillos avanzan por encima del borde de la puerta de la barrera, no abierta a¨²n.
?Suerte! La plaza se ve con una brumilla que envuelve los tendidos. ?Qu¨¦ lejos est¨¢ la presidencia! Pero no, est¨¢ m¨¢s cercana de lo que parece. Apenas puede saborear el pase¨ªllo. Antes de darse cuenta, ?el toro est¨¢ en la plaza!
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