Mi barrio
La otra noche pase¨¦ por el que fue mi barrio. Mi barrio fue Moratalaz, pero con el tiempo tambi¨¦n fue Vallecas. En realidad, mi barrio era el puente que un¨ªa los dos barrios, desde mi calle al llamado parque de las Tetas, dos colinas de hierba alimentada por lo que antes era un vertedero donde se mezclaban chavaler¨ªa y escombros, y que ahora es uno de los parques que m¨¢s quiero en Madrid. Se sube uno a una de las Tetas y se da cuenta de que todo est¨¢ delante de los ojos, pero que nada te pertenece.La otra noche, noche casi de verano, el calor anticipado llen¨® mi paseo de recuerdos, tanto que casi me pierdo en el tiempo, porque me vi muchos a?os atr¨¢s, cuando pele¨¢bamos por estar un cuarto de hora m¨¢s en la calle para disfrutar de la noche, que es lo que m¨¢s le puede gustar a un adolescente. Yo empec¨¦ a saber que amaba mi barrio cuando me dio por escuchar tangos, con diecinueve a?os. Hab¨ªa uno con el que Gardel me romp¨ªa el coraz¨®n y que dec¨ªa: "Barrio plateado por la luna, rumores de milonga son toda tu fortuna...", y yo ve¨ªa que mi barrio ten¨ªa todos los ingredientes que cantaba el Morocho del Abasto, ten¨ªa la inquieta luz de un farol, y muchachas que esperaban bajo su protecci¨®n, ten¨ªa canallas, madres que se asomaban a las ventanas, lo ve¨ªa todo, incluso cre¨ªa ver el muelle algunos atardeceres, y por encima de todas las cosas, alguien sentimental hasta el lagrim¨®n que lo miraba con la nostalgia anticipada de quien sabe que va a irse m¨¢s tarde o m¨¢s temprano. Ese alguien sentimental era yo. Con el tiempo me he dado cuenta de que una parte considerable de la gran literatura de este siglo tiene como paisaje de las pasiones y de las humildes vidas de la gente las calles de los barrios. Los cuentos de Bashevis Singer, los de John Cheever, los de Malamud, o esos barrios que tan magistralmente han sabido retratar los directores americanos. Me resulta muy curioso cuando alguna vez me han preguntado por qu¨¦ los barrios de mis libros aparecen siempre como lugares m¨¢s habitables de lo que realmente son. Detr¨¢s de esa pregunta, ya repetida, hay normalmente un toque de reprobaci¨®n; en el fondo, quien te hace la pregunta, si te la hiciera con claridad y con valent¨ªa, te la formular¨ªa as¨ª: "?Por qu¨¦ tus barrios literarios nos parecen lugares aceptables, incluso hermosos en ocasiones, cuando, la verdad, esos barrios son un horror se mire por donde se mire?". En esas cosas pensaba yo la otra noche, paseando por lo que fueron mis calles, calles de juventud que conoces tanto como el pasillo de tu casa; y me di cuenta de que a la gente que nunca ha vivido en los barrios perif¨¦ricos le gusta retratarlos como si fueran lugares dur¨ªsimos, donde no hay piedad, donde parece que es tan fuerte la lucha por sobrevivir que la gente no tiene tiempo para enamorarse, ni para disfrutar de los hijos, ni para hartarse de comer y de re¨ªr en las comidas de los domingos. S¨®lo quien no ha vivido nunca en un barrio, quien no es de barrio, ve ese paisaje como algo s¨®rdido, un lugar que es mejor no visitar a no ser que sea a trav¨¦s de un libro o de una pel¨ªcula.
El cine y la literatura crean una est¨¦tica para la clase trabajadora, y como parece aburrido hablar de una clase trabajadora por momentos apurada, pero por momentos tambi¨¦n feliz, porque esa visi¨®n aunque sea real parece art¨ªsticamente blanda, es mejor endurecer el ambiente, su forma de hablar, sus corazones, para quedarnos traquilos y pensar que hemos contribuido en algo a la justicia social. Estamos tan preocupados por sacar a los pobres pic¨¢ndose, hablando crudamente, careciendo de piedad, que al final se nos olvidan los verdaderos trabajadores. Honradamente, me averg¨¹enzo un poco cada vez que oigo a alguien que ha sacado la periferia en sus escritos o en sus pel¨ªculas decir: "Es que ya era hora de que esos personajes salieran en la ficci¨®n". Absurda afirmaci¨®n cuando los trabajadores llevan iluminando con sus vidas una gran tradici¨®n de literatura y cine realista, y no siempre sacando su parte m¨¢s negra, tambi¨¦n la alegr¨ªa, esa alegr¨ªa que no s¨®lo est¨¢ en las noches de Chueca, est¨¢ tambi¨¦n en el pasado de muchos ni?os de barrio, entre los que me encuentro, en ese puente que un¨ªa Moratalaz y Vallecas, que a m¨ª siempre me pareci¨® tan cinematogr¨¢fico, y que, por suerte, tambi¨¦n se lo pareci¨® a D¨ªaz Yanes, que sac¨® mi barrio en una pel¨ªcula llena de esperanza.
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