En la Plaza Mayor
El nombre se corresponde con la magnitud y el se?or¨ªo de esta, sin duda, la mejor, m¨¢s cl¨¢sica y hermosa plaza madrile?a. De un costado le sale el pasadizo que lleva el pomposo nombre de Arco de Triunfo, tan breve que ni siquiera las cuatro casas que lo flanquean tienen portal ni aparece tel¨¦fono en la gu¨ªa. Es una de las diez desembocaduras del geom¨¦trico espacio, m¨¢s exigua que otra vecina, la calle de la Sal, que desemboca en la muy decente calle del Marqu¨¦s Viudo de Pontejos, poco conocido creo del vecindario, este alcalde de la Villa y Corte que organiz¨® la rotulaci¨®n y numeraci¨®n de las calles y edificios, plant¨® muchos ¨¢rboles -que sucesores suyos andan arrancando- y fund¨® el Monte de Piedad y la Caja de Ahorrros de Madrid, feudo que fue del entra?able contempor¨¢neo Fernando Utande. La afluente de mayor importancia es la de Toledo, de la que guardo remoto recuerdo infantil; viv¨ª en el n¨²mero 19, en cuyos bajos estuvo el Caf¨¦ Nacional y, a dos pasos, un cuartel de bomberos en la sinuosa pendiente y parad¨®jica calle Imperial. Son las otras siete, Botoneras, Gerona, Zaragoza, Siete de Julio, Ciudad Rodrigo, Escalerilla de Piedra y Felipe III, el rey a caballo que ocupa el centro de la plaza, siempre coronado por una irrespetuosa paloma. Para que nos enteremos de lo que fueron aquellos tiempos, este monarca promulg¨®, en 1911, una severa pragm¨¢tica por la que se prohib¨ªa andar en coches sin licencia, declarando qu¨¦ personas y en qu¨¦ forma pod¨ªan hacerlo. Una sugerencia fiscal que espero caiga en saco roto.Est¨¢ acondicionada para provincianos, isidros y turistas extranjeros. Alemanes y suecos rubicundos, ingleses suspicaces, hispanoamericanos que desean encontrarse como en casa y hasta grupos parlamentarios de j¨®venes rusos, luciendo en las camisetas o las chupas la anacr¨®nica estampaci¨®n de la palabra "s¨®viet". Bazares, despachos de filatelia, de cuchiller¨ªa, acreditadas tiendas de gorras y sombreros, de souvenirs que no comprar¨ªamos para tenerlos en casa.
Varios restaurantes donde degustar, incluso, el sabroso cochinillo descongelado, caf¨¦s de variada clientela, barras de bar que, de vez en cuando, frecuenta alg¨²n cansado y dips¨®mano funcionario del Gabinete de Cifra, en el vecino Ministerio de Asuntos Exteriores. Si uno tiene la paciencia y fortaleza hep¨¢tica para visitar a menudo este lugar descubre, en cualquiera de su bares, una clientela que parece habitual, aunque puede ser mera coincidencia. Mujeres de edad m¨¢s que madura, arregladas con cuidado, de cabello que se supone te?ido y el maquillaje en la frontera de la discreci¨®n.
Parecen vecinas del barrio o de larga estad¨ªa, conocen por su nombre y tratan con llaneza al barman, a los camareros y a los clientes fijos. Son quiz¨¢s viudas, jubiladas que administran la pensi¨®n con recelo y temores, para que entre en el presupuesto la cervecita o la ginebra con soda, a primera hora de la noche. Simp¨¢ticas y participativas han traducido su mundo burocr¨¢tico a la ch¨¢chara cotidiana, herm¨¦tica para los advenedizos. Hay -o hubo- esposo, hijos, sin duda esperanzas y amarguras, que han archivado y clasificado entre los asuntos pendientes para la eternidad. Se?oras amables, circunspectas; alguna, con at¨¢vico gesto reflejo, guarda en el bolso el terr¨®n de az¨²car sobrante.
Tres muchachas j¨®venes me preguntan por un cuartel de legionarios, que debe de radicar por la zona y casi me pone colorado la ignorancia al respecto. Uno siempre es extra?o en todas partes. La multitud de empleados municipales del Distrito y de la enfrentada Casa de la Panader¨ªa dan un aspecto especial, en la jornada laboral continuada y pueblan los cafetines y los supermercados cercanos. Por la tarde la inacci¨®n empapa esos enormes edificios. Los d¨ªas domingo pulula una muchedumbre enfebrecida de filat¨¦licos y numism¨¢ticos, que van a lo suyo. Hay pintores callejeros de plantilla que dibujan complacientes retratos al carboncillo y, a veces, la plaza acoge festivales donde anta?o hubo justas y se corrieron toros. O conciertos vespertinos de m¨²sica fren¨¦tica, para que la clientela moza se agite fraternal, variopinta y m¨²ltiple.
Echo de menos, en alguna esquina, los domingos por la ma?ana, sin estorbar a los que tratan en sellos y en monedas, la bals¨¢mica actuaci¨®n de la Banda Municipal, interpretando pasodobles y piezas de zarzuela, tan del gusto de propios y extra?os. ?En qu¨¦ piensa quien corresponda?
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